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Pedro Sánchez es una entrega por fascículos. Conocimos al secretario general del «no es no» a Rajoy, después al que confesaba a Évole presiones para que no pactara con Podemos e independentistas y más tarde al de la moción de censura. Una vez presidente, llegó ... el de la subida del salario mínimo que no podría dormir con Iglesias en el Gobierno. En un nuevo episodio se jactaba de sus hazañas junto a aquellos que antes le quitaban el sueño. Este último mes hemos conocido nuevas facetas: el testaferro de la Policía marroquí, el gran líder atlantista y el enemigo de los grandes poderes económicos. De hecho, en el debate sobre el estado de la nación hemos conocido a un nuevo presidente: el decidido a girar el país a la izquierda.
Sánchez y el PSOE gobiernan en función de sus impulsos y sin un proyecto político definido con claridad, pero les funciona. Y no es poco si uno mira la política interna de Reino Unido, Italia o Francia. El presidente, cuando atravesaba su peor momento demoscópico, ha sabido sobreponerse y retomar la iniciativa política. Con una actualidad política que cambia sus marcos cada día, después de la cumbre de la OTAN y las medidas anunciadas para contener la inflación, la debacle de Andalucía y la masacre de Melilla han quedado olvidadas. Sánchez esta vez ha sido hábil y se ha curado de un efecto bumerán al reconocer que la situación que afrontará el país en otoño será de extrema gravedad. El «no hay riesgo de crisis económica» todavía escuece en Ferraz.
Las medidas que el Gobierno promete poner en marcha son similares a las aplicadas por Macron, Draghi o Johnson, pero a Sánchez le interesa venderlo como un giro a la izquierda. Cosa cierta, pero algo teatralizado si se compara con el resto de gobiernos. Si las anteriores ayudas directas estaban destinadas las clases más desfavorecidas, la gratuidad de los servicios de Renfe interpela directamente a la cotidianidad del votante de clase media socialista. Eso sí, habrá que ver cómo se las ingenian para que unos trenes que ya van saturados consigan absorber el aumento de demanda que se prevé.
El Gobierno no tiene herramientas suficientes para bajar la inflación, pero sí puede conseguir que la ciudadanía se vea menos afectada. Cómo evitar que los impuestos a las eléctricas y a los bancos repercutan en los clientes es la gran incógnita. Sánchez ya ha dibujado a esos sectores como el enemigo de su Gobierno, con un discurso que funciona muy bien desde la oposición. Sin embargo, una vez en el Ejecutivo es probable que no le baste con alimentar la animadversión, sino que deba tomar medidas contundentes y que funcionen.
La gran incógnita es si estas medidas tendrán una aplicación cortoplacista o podrán prolongarse en el tiempo en un contexto en el que, mientras toda Europa riega con dinero a sus ciudadanos para evitar una crisis social sin precedentes, Alemania vuelve a las políticas de austeridad y el euro llega a su valor más bajo frente al dólaren 20 años. Incluso, si ante la probabilidad de que Putin corte el gas a Europa en otoño, es viable una política económica expansiva.
El anuncio de las medidas de Sánchez coincidió con la semana en la que Yolanda Díaz lanzó su plataforma Sumar. El PSOE, además de vender un giro a la izquierda, consigue devorar parte del espacio político al que Díaz busca apelar y evita que esta consiga apropiarse de las medidas. La reforma laboral está aprobada y Sánchez marca los pasos y perfil propio, por lo que uno se pregunta qué activo político puede vender Díaz en el Gobierno más allá de ella, cuando pide a los ministros de su espacio político que no acudan a la presentación del embrión del proyecto que aspira a representarles.
Si algo había hecho bien Alberto Núñéz Feijóo desde su llegada a la presidencia del PP es confrontar con el Gobierno desde un plano económico. Sin embargo, en la intervención de Cuca Gamarra en el reciente debate volvió el PP de Pablo Casado. Afirmar que, como los populares estuvieron en contra de ETA, ahora les corresponde estar en contra de Sánchez es indigno y una ofensa a quienes sufrieron la violencia de la banda. Si en Génova esperaban una operación relámpago que catapultara a Feijóo a La Moncloa, parece que esta se alargará más de lo que podían prever..
Iván Redondo escribía hace unos días que el Gobierno de coalición existe por el «orgullo de una España imparable». Si esto hubiera sido así, Sánchez no habría forzado una repetición electoral. El presidente va por fascículos y se orienta en función de lo que cree que le conviene; vamos, como cualquier político. La anterior movilización de la izquierda tuvo más que ver con el miedo a la extrema derecha que con cualquier impulso de un nuevo país. Esta vez, ni el miedo ni la ilusión movilizarán al electorado progresista, solo unas medidas que mejoren su vida lo pueden conseguir. Si no, habrá dejado el centro libre para Feijóo.
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