Hay una idea central en torno al 25-N: la violencia que se ejerce sobre las mujeres por el hecho de ser mujeres es una manifestación de la desigualdad estructural de género. Es quizá su manifestación más cruenta, la que más fácilmente identificamos, la que ... políticamente entra antes en las agendas públicas porque ¿quién va a negar la importancia de los asesinatos machistas? En lo que llevamos de año, año de pandemia, de confinamientos y limitación de movimientos, 38 hombres han matado a 38 mujeres que eran su pareja o expareja. Según un estudio de Emakunde, durante la pandemia el número de denuncias ha disminuido en un 25% y las intervenciones del Satevi (Servicio Especializado de Información y Atención Telefónica) han aumentado en un 10,5%. No podemos pasar por alto que quien agrede a las mujeres, quien abusa de ellas o las maltrata es casi siempre un hombre conocido, de su entorno. El confinamiento ha supuesto encerrar a muchas mujeres con su enemigo, con su maltratador. Naciones Unidas propone cinco medidas que los gobiernos deben atender durante la pandemia. Una de ellas se refiere a garantizar que las líneas de atención telefónica y los servicios para todas las víctimas de la violencia machista se consideren servicios básicos y estén siempre disponibles. Durante el confinamiento se estableció la contraseña 'Mascarilla Covid-19' en las farmacias para que las mujeres pudieran pedir ayuda.

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Las administraciones tendrán que agudizar el ingenio para dar una respuesta al impacto diferencial de género que está teniendo la pandemia sanitaria en nuestras vidas. Y no solo nos referimos a los riesgos de la violencia machista cuando se incrementa el número de horas que debemos pasar en casa. Son varios los impactos de género, las desigualdades, que se han agravado como consecuencia del Covid-19. Existen varios estudios en la economía feminista que avalan tres aprendizajes derivados de las crisis, y que yo le escuché explicar muy bien a la socióloga Sara Moreno Colom en un webinario organizado por la Universitat de Vic. 1). Se recupera antes el empleo de los hombres que el empleo de las mujeres. 2). Se asiste a un incremento e intensificación del trabajo redistributivo. Y 3). Se da un retroceso o estancamiento de las medidas institucionales a favor de la igualdad de género. Y estas tres constantes poscrisis son también formas de discriminación y de violencia hacia las mujeres, ya que perpetúan la feminización de la vulnerabilidad y del riesgo de exclusión social.

Pero vayamos por partes. Según la EPA del último trimestre, la tasa de paro femenina ha subido 1,67 puntos y se sitúa en el 18,39%, mientras que la tasa masculina se incrementó en 26 centésimas quedándose en el 14,39%, lo que supone una diferencia de cuatro puntos porcentuales. La desigualdad estructural previa en la que viven las mujeres en nuestras sociedades y economías explica el impacto diferencial de las crisis. Ellas tienen empleos más precarios y, por tanto, están en mayor riesgo. Ellas desempeñan más empleos que no es posible reconducir al teletrabajo, por lo que sufren ERTE o despidos. Ellas están más presentes en la economía informal y en la economía sumergida.

Cuando ha sido posible aplicar el teletrabajo nos hemos encontrado con el hecho de que la corresponsabilidad no se instalaba, y que mujeres y hombres teletrabajaban diferente, con diferentes usos horarios y diferentes usos del espacio. Ellas han tenido que conciliar y aquellos que no se corresponsabilizaban antes del teletrabajo no lo han hecho con la llegada de los confinamientos. Ellos han seguido teniendo la habitación propia de la que nos hablaba Virginia Woolf y ellas han tenido que arreglárselas como han podido. Porque es cierto que el trabajo reproductivo se ha intensificado, pero no se ha repartido allí donde no había corresponsabilidad previa.

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Esperemos que no se cumpla la tercera de las consecuencias de toda crisis relativa al retroceso o enfriamiento de las políticas de igualdad. Parece que estas son bien vistas y aplicadas en periodos de bonanza, pero que se repliegan en momentos de crisis. De hecho, una buena comprensión de la legitimidad de la transversalidad de género en las políticas públicas debiera llevarnos a intensificar su presencia y sus recursos en contextos de crisis puesto que, si así se hace, se atenderá mucho mejor al impacto diferencial que las decisiones políticas tienen en la ciudadanía.

Desde marzo de 2018 las concentraciones convocadas por el movimiento feminista han tenido una gran acogida y un gran impacto. Este año va a ser complicado recorrer las calles en multitud. Conmemoremos el 25 de noviembre. Denunciemos las violencias que sufren las mujeres por el hecho de ser mujeres y no olvidemos que en tiempos de pandemia las violencias no desaparecen, pero mutan y se intensifican. Es importante que nuestra sociedad, nuestras instituciones y nuestra economía no estén ciegas a los sesgos de género y asuman un mayor protagonismo en su erradicación de manera real y efectiva.

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