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Ante las distintas expresiones de violencia y ataques a la autoridad que se han dado (y que se darán) en nuestras calles, solo caben el rechazo y la condena de la sociedad. Ni hubo, ni hay, ni habrá justificación para el uso de la violencia ... como medio para conseguir un fin, sea este cual sea. Vaya eso por delante.
Dicho esto, no tengo ni idea de las razones últimas de los altercados violentos que desde hace tiempo vienen produciéndose en diferentes puntos del país. Lo que sí tengo claro es que no se trata de simples expresiones de «hedonismo veraniego», como afirmó el consejero de Seguridad hace unos días. Confío en que esa no sea la principal hipótesis de trabajo de nuestros responsables institucionales. Tenemos, tienen la obligación de ir más allá.
Como consecuencia de la grave crisis económico-financiera que sufrimos en la pasada década (y de la que aún mucha gente no se ha recuperado), colectivos como Juventud Sin Futuro o Democracia Real Ya empezaron a interpretar unos acordes que las élites económico-políticas no supieron entender: pedían impulsar alternativas económicas al actual modelo y regenerar la política.
Entonces, tuvimos la suerte de que la mayor parte de los movimientos de protesta confluyeron en las plazas de nuestro país, en torno al movimiento 15-M. Un movimiento que estalló con fuerza (y con limitadísimas expresiones de violencia) porque recogió el sentir de la mayor parte de la ciudadanía. Como recordarán, el 15-M pilló a contrapié a quienes estaban en las principales esferas de poder en nuestro país; tanto, que la derecha culpaba a la izquierda, mientras que la izquierda responsabilizaba a la derecha.
Con esta experiencia tan reciente, y más aún habiendo en nuestras instituciones muchos representantes que la vivieron en primera persona, deberían ser capaces de analizar bien el contexto en el que se está produciendo la violencia hoy. Es imposible anticiparse si no se comprende bien lo que está ocurriendo, algo bien deseable, antes de que la situación se nos vaya de las manos.
Y grosso modo, este es el contexto. Según las entidades con más autoridad en la materia, una de cada cuatro personas en España está en riesgo de exclusión social, con especial afección en la gente joven y la infancia. Casi 4 de cada 10 jóvenes se encuentran en paro, y quienes están trabajando lo hacen en unas condiciones de precariedad que se están volviendo endémicas en nuestro mercado laboral. Entre otros muchos, los precios del gas y de la electricidad para las viviendas que la juventud no se puede permitir están por las nubes. El crecimiento de la crisis de la representación y el desprestigio de los principales protagonistas de la democracia, los partidos, parecen no tener límite. Todo ello provoca que la esperanza en un futuro mejor vaya difuminándose. Si a este contexto le añadimos la convicción arraigada entre nuestros jóvenes (y no tan jóvenes) según la cual la pandemia ha venido acompañada de excesivas limitaciones a nuestra libertad individual, confluyen todos los elementos para que se produzca una tormenta perfecta.
Este contexto no justifica el uso de la violencia, en modo alguno. Dudo, además, de que muchas de las personas que ejercen la violencia hoy conozcan la realidad que vive nuestra juventud en su conjunto. Sin embargo, el problema podría venir de la mano de las muchas y muchos jóvenes que se están comportando y que no participan de estos métodos, pero que podrían empezar a encontrar un sentido a la protesta.
Tras la indignación inicial y más allá de las tentaciones rupturistas que anidan en los extremos de todo movimiento, el 15-M tuvo un espíritu positivo, constructivo. Se plantearon alternativas en clave de reforma del sistema político y económico, de ahí el inmenso caudal de confianza ciudadana que obtuvo. Y aunque diez años después no se han cumplido las expectativas del movimiento, sí podemos afirmar que tuvimos la suerte como país de tener un 15-M.
Lo que hoy ocurre nada tiene que ver con lo acontecido la pasada década. Pero las repercusiones económico-sociales de la pandemia están cortadas por el mismo patrón que las de la crisis anterior. El resumen es que el 1% más rico se enriquece aún más y organiza misiones espaciales de ocio, mientras que la bolsa de quienes lo están pasando mal no para de crecer.
Hay mucha madera, infinidad de chispas, y algunos oportunistas que no pierden ocasión de azuzarlas para que crezca la llama del descontento. Los principales agentes político-económicos del país no pueden confiar en que todo vuelva a acabar bien sin hacer ningún tipo de intervención anticipatoria. Porque esto no es «hedonismo veraniego» y no acabará con el verano. Veremos.
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