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Vida sin sentido
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La mirada ·
Cada uno de nosotros necesita definir un propósito de su existencia, ha de construir un mundo a su medidaEl trágico suicidio de la querida actriz Verónica Forqué justifica dedicarle unos minutos de análisis a sus últimos días. Puede que tengamos casos similares cercanos -o que incluso nosotros caigamos en esa dinámica en un tiempo más- y no nos estemos dando cuenta.
Las estadísticas ... hablan de que el principal motivo de suicidio es la depresión profunda. Lo que no dicen es por qué llegamos a esa situación. Nunca sabremos el verdadero motivo de Forqué, pero en la mayoría de los casos es derivada de un vacío existencial, de una falta de sentido de vida. ¿Por qué llegamos a esa situación?
Por un lado, somos seres complejos. Somos capaces de descubrir la existencia de agujeros negros sin verlos, de entender que el universo es finito o de plantearnos la trascendencia de nuestra existencia en un universo tan grande. Pero, por otro, somos de una simpleza y predictibilidad increíble e incapaces de poner en hora el reloj del microondas. Seres incoherentes que perjuran que lo más importante en sus vidas son sus seres queridos y después dedican más tiempo a trabajar que a estar con ellos. El problema es que cuando nos autoanalizamos nos duelen nuestras incongruencias (en ocasiones evitamos hacerlo para no sufrir). Manejamos nuestras vidas en dos niveles: la inmediatez del día a día y la visión existencialista del largo plazo. Somos un coche con luces cortas y largas.
Ahora bien, muchos llevamos las largas fundidas. El mundo estresante en el que vivimos nos pide respuestas y resultados inmediatos. Todo es para ayer. Nada puede esperar. No hay tiempo para encender las luces largas, esas que requieren de paz, tranquilidad y mirada interior. Esas que nos proporcionan un sentido a todo lo que hacemos en el día a día. Esas que nos dan respuesta a preguntas tan básicas y complejas como ¿para qué me levanto cada día?, ¿cuál es mi aporte a este mundo? Y lo cierto es que cuando todo va bien parece que podemos vivir sin ese cuestionamiento. Sin embargo, esas preguntas profundas saltan en automático cuando estamos en crisis, cuando nos sentimos débiles y vulnerables. Y esos tiempos de turbulencias llegarán, no podemos escapar de ellos. Y será ahí cuando necesitamos respuestas sólidas a estas preguntas. Respuestas que solo aquellos que hayan dedicado un tiempo previo a definir un propósito de su existencia podrán responder. Quienes no hayan tenido tiempo para ello, centrados en el hedonismo, el disfrute inmediato y sin levantar la mirada, se encontrarán con una vida vacía, sin dirección y sin respuestas. Y ¿qué podemos hacer para evitarlo?
La primera medida es no asustarse ante la palabra «propósito», no erigirse en el salvador de todas las ballenas del planeta o en ser quien acabe con el hambre en el mundo. Viktor Frankl, padre de la logoterapia y autor del gran libro 'El hombre en busca de sentido', lo tuvo muy claro durante sus días en Auschwitz: terminar de escribir un libro que los nazis le habían quitado. El propósito debe ser un desafío alcanzable e ilusionante. Por eso, desmitificado el concepto, descubramos después en qué somos buenos, cuáles son nuestras habilidades y, finalmente, busquemos con esas capacidades un aporte trascendente que nos pueda gustar, que nos genere «brillo en los ojos». Como diría el psicólogo Mihály Csikszentmihalyi, «que me haga fluir» (es autor del libro 'Fluir'). Busque primero en qué es usted bueno y póngase después un gran desafío alcanzable en ese sentido.
La milenaria cultura japonesa lo plantea de un modo similar, lo denomina «Ikigai». Y plantea, para ello, encontrar respuesta a cuatro preguntas: ¿qué es lo que realmente amo?, ¿qué es lo que realmente creo que el mundo necesita?, ¿me pueden pagar por hacer qué? y ¿en qué soy bueno/a?
Sea como fuere, la paradoja está servida ya que, por un lado, pensar solo en el ahora puede motivar un vacío existencial que termine en una profunda depresión. Pero, por otro, obsesionarse en exceso con alcanzar el propósito puede generar una profunda frustración cuando no se alcanza. Hay que buscar un equilibrio: el objetivo de un propósito no es tanto su consecución, sino que aporte direccionamiento en nuestro día a día. De hecho, lo mismo que nuestra vida evoluciona, nuestro propósito también puede hacerlo. No es inamovible. Lo importante no es tanto su cambio, sino dedicarle un tiempo a este asunto en nuestra vida cotidiana.
Las aguas turbulentas están a la vuelta de la esquina. No le quepa la menor duda. Y solo quien se ha entrenado en dar un sentido a su vida saldrá bien parado de esas aguas agitadas. En el fondo, la vida no tiene sentido, se lo da usted con lo que haga, con lo que le apasiona, con sus ilusiones. Debemos construir un mundo a la medida de cada uno de nosotros. En palabras de V. Frankl, «la vida nunca se vuelve insoportable por las circunstancias, sino por falta de significado y propósito».
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