El Sukot conmemora los días en los que el pueblo de Israel anduvo errante por el desierto tras huir de Egipto, es una de las fiestas mayores del calendario religioso judío que se celebra tras el Yom Kippur. Este tiempo se ha convertido nuevamente en ... el escenario de uno de los mayores ataques sufridos por Israel en el último medio siglo. La agresión perpetrada por el autodenominado movimiento de resistencia islámica Hamás -que la UE y EE UU consideran un grupo terrorista- es comparable con la guerra del Yom Kippur de octubre de 1973. Aquella fue perpetrada por Egipto y Siria cuando el Estado Mayor israelí pensaba que los ejércitos árabes no tendrían capacidad operativa durante varios años.
La guerra que comenzó el sábado difiere de la anterior, ya que la ha perpetrado un grupo terrorista. Además, el Oriente Próximo actual poco tiene que ver con el de aquel tiempo. Pero entre la primera y la actual hay un nexo: la Inteligencia israelí ha fallado de nuevo. Por esa razón la guerra del Yom Kippur provocó la dimisión de la primera ministra israelí Golda Meir en 1974. Esta es una lección que Netanyahu tendrá en mente.
El ataque de Hamás evidencia dos realidades que se vienen dando en un Oriente Próximo que experimenta cambios geopolíticos de profunda magnitud. La primera es que Hamás está siendo alimentado militarmente de manera masiva por Irán y por su aliado 'proxy' en la región, la milicia chií libanesa de Hezbolá. Además de aprovechar el escenario proclive de la Siria de Bashar el-Asad. La segunda es que las dinámicas chiísmo versus sunismo no son un elemento insalvable para las alianzas entre diferentes actores arábigo-islámicos de la zona, Irán chií y Hamás suní. La unión que difumina dichas diferencias es su ya patológica oposición a la existencia del Estado de Israel.
Además de esto, se encuentra la lucha que por la preminencia geopolítica en la región libran Irán y Arabia Saudí, este último en un partenariado con Israel que supone uno de los cambios estructurales más determinantes en la región desde 1948. La estrategia de Teherán es clara: romper ese acercamiento entre Riad y Tel Aviv, ya que la respuesta israelí al ataque de Hamás se intuye de una magnitud tal que provocará un cese en la intensidad de dicha colaboración, pero difícilmente la ruptura, ya que Irán constituye una amenaza para ambos que está por encima de las coyunturas.
A la vez, este ataque se produce en un momento en el que el foco está puesto en la guerra en Ucrania y que, por azares de la geopolítica, une a estos dos enemigos, Arabia Saudí e Irán, en un punto común que es Moscú. El primero con unos acuerdos en torno a la producción de petróleo, y el segundo, mediante la venta de armas para apoyar a Putin. En cuanto a Moscú, su posicionamiento respecto a esta guerra en Oriente Próximo tratará de mantener un equilibrio muy complicado entre Arabia Saudí y el país persa, pero también con Tel-Aviv, socio importante del presidente ruso. No hay que olvidar que el Gobierno de Netanyahu ha 'apoyado' a Zelenski solo con ayuda humanitaria y no ha mostrado una actitud contundente en contra de la invasión rusa.
Pero las declaraciones de Volodímir Zelenski diciendo que apoya el legítimo derecho de Israel a defenderse de un ataque terrorista establecen un paralelismo con la situación ucraniana y la posición israelí respecto de esta guerra que, dichas además por un judío, dejan en evidencia al país hebreo. Sin duda, el movimiento de Irán se ha producido en un momento muy propicio para sus intereses en la región, haciendo una lectura muy atinada de la coyuntura internacional.
El ataque demuestra que la amenaza contra la existencia del Estado de Israel, lejos de ser retórica, es constante y real. Lo que habrá ahora es una reacción de extrema contundencia por parte su Ejército, que tendrá como objetivo aniquilar las capacidades de Hamás en Gaza y de sus aliados 'proxy' en Siria y Líbano para un largo periodo de tiempo. Netanyahu cuenta esta vez -no lo ha necesitado nunca- con el apoyo explícito de Estados Unidos y la UE. Internamente, esta guerra aparcará, que no solventará, los problemas en el seno de la sociedad judío-israelí, ya que cualquier amenaza existencial contra el país lo cohesiona.
Esta situación condena a la irrelevancia a la Autoridad Nacional Palestina, hoy un mero gestor de la ayuda humanitaria que recibe sobre todo de la UE, con un débil Mahmud Abás. La ANP y Fatah son la única garantía para que Hamás no gobierne en Cisjordania. La solución de dos Estados, uno palestino y otro israelí, resulta quimérica, y ya la dan por amortizada varios socios comunitarios. La 'saharización' del conflicto palestino le aboca a una solución diseñada en parámetros de un territorio autónomo, atomizado y tutelado por Tel Aviv. A esto ya hace tiempo que se apuntaron varios países del Golfo, entre ellos Arabia Saudí.
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