Con la reciente bajada del Celedón en Vitoria se ha iniciado, como cada año por estas mismas fechas, una secuencia de fiestas multitudinarias en las capitales y pueblos del País Vasco que hacen del mes de agosto una permanente tentación de jolgorio. No soy ajeno ... al disfrute ocasional de actos multitudinarios ni a los placeres musicales, etílicos y bailongos, pero me aturde un poco la desmesurada exaltación de las fiestas que se fomenta desde las instituciones y los medios de comunicación porque parece ignorar por completo la cara oculta y penosa de tanta juerga. Por un momento, déjenme hacer de Pepito Grillo.
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Pienso en los desvelos nocturnos de tantos familiares pendientes de cómo vuelven a casa los suyos y en qué estado. Sin poder dormir hasta que sienten los pasos titubeantes del recién llegado. Luego vendrán las lavadoras y atenciones a esas ropas que apestan, el quitamanchas y las premuras para que al día siguiente los atuendos festivos vuelvan a estar impolutos.
¿Y qué decir de las obligaciones gastronómicas? La fiesta cansa mucho y se hace imperioso dormir y respetar el sueño de sus protagonistas, aunque en honor de una u otra Virgen sea obligado disfrutar en la mesa de los excelentes alimentos que, normalmente, habrá preparado quien celebra las fiestas en la cocina. Eso sí, hay una sensibilidad creciente y muy positiva por la participación igualitaria de hombres y mujeres en los actos festivos, pero se habla muy poco de las tantísimas madres, abuelas y hermanas que contribuyen a la fiesta esforzándose en privado por sacar chispas a lo que haya en la despensa.
En fin, ya ven que voy calentándome y todavía no he hablado del alcohol, de esa alarmante tendencia a beber sin límite, como si hacerse mayor fuera sinónimo de aguantar más tragos. Estamos fomentando entre los más jóvenes un consumo desmedido que irá dejando una huella de alcoholismo, ruina, malos tratos e infelicidad que a nadie parece importar. Asociar la alegría y la fiesta al alcohol y a otras drogas no es nada nuevo y forma parte indisociable de nuestra cultura y economía, pero la sola mención a un consumo moderado y responsable parece fuera de lugar en estas jornadas festivas. Están muy bien las campañas contra las agresiones sexuales en fiestas, pero mejorarían si se hiciera explícita la influencia que los excesos etílicos tienen en tales abusos.
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Mejor que no hablemos tampoco de los ruidos, de la contaminación acústica que obliga a muchos ciudadanos a huir de sus casas por estas fechas ni de las basuras que atestan las calles en la madrugada, visto que la desinhibición festiva parece invitar a dejar vasos, botellas o envoltorios en cualquier lado. Para eso pagamos impuestos, ¿verdad? Para que alguien recoja la mierda que desechamos.
Sí, hay muchos aspectos incómodos y alarmantes por debajo de la unánime alegría que los medios de comunicación y los negocios hosteleros asocian a las fiestas y sospecho que son muchas más de lo que parece las personas que abominan de un modo de entender las vacaciones asociado al ruido, al gregarismo y al gasto desmedido.
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Entiéndaseme: no solo no tengo nada contra las fiestas, sino que me encanta la alteración de las rutinas, la cohesión social que facilitan, la desinhibición que propician y el disfrute que brindan a tanta gente. Solo que para mí su valor principal estriba en su excepcionalidad, en hacer algo distinto muy de vez en cuando. En cambio, pretender prolongar el desmelene festivo durante días y semanas, empalmando las de aquí con las de allá, combatiendo las resacas con más alcohol, acaba incitando a creer que no hay disfrute mayor que el de los bares, los gritos y el mogollón. Acudir a conciertos, encuentros amistosos, ceremonias gastronómicas, espectáculos masivos puede ser ocasionalmente muy satisfactorio y necesario, pero fomentar la obsesión grupal, el pasar todo el día en mogollón, a poder ser cargadito de alcohol, como forma suprema de disfrute festivo y personal me parece bastante deprimente.
Uno puede pasárselo cañón sin estar tan pendiente de la cuadrilla, sin generar tanto gasto, sin poner en peligro su salud y sin provocar tantas molestias a quienes se ven obligados a celebrar la fiesta en casa al servicio de los juerguistas.
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