La construcción naval europea sigue su línea decadente, que Bruselas no parece querer enmendar. Desde la ya lejana década de los 30 en la que Europa concentraba el 90% de la construcción naval mundial, se ha pasado en los últimos años a un porcentaje que ... escasamente representa hoy un 3%. Asia, y más concretamente China, Japón y Corea del Sur, concentra más del 90%. Este abandono impulsado tras la Segunda Guerra Mundial por los burócratas de Bruselas ha sido acogido por los diversos gobiernos españoles con extraña resignación sin tener en cuenta las grandes diferencias que nos separaban, dentro siempre de la UE, de otras naciones del Norte de Europa con menor longitud de costa, peor clima y menor porcentaje de comercio internacional por vía marítima. Desaparece el Banco de Crédito a la Construcción, cien por cien estatal, y se delega la financiación de los buques a la banca privada, que obviamente exige mayores y más líquidas garantías para financiar los barcos. Así, poco a poco, el sector naval se ve afectado por una gran escasez de pedidos que acabarían, en la práctica, con el despido de miles de trabajadores que se ven afectados por esta falta de actividad y por la ausencia de grandes navieras españolas que encarguen y reparen sus barcos en astilleros españoles.
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Pero, a su vez, se constata por los responsables políticos lo absurdo que significa esta dependencia del Lejano Oriente y, muy especialmente, cuando se producen situaciones críticas como ocurrió con la Segunda Guerra Mundial, con la crisis del petróleo en los años 70, con las crisis económicas de 2008-2018. Los barcos, además, se han hecho cada vez más sofisticados y la mano de obra representa cada vez un menor porcentaje de su costo.
Por ello, desde hace algún tiempo se están abriendo nuevas iniciativas para recuperar el antaño protagonismo de la construcción naval española que en los años 65-70 del siglo pasado llegó a ser el tercer constructor naval del mundo. España con un gran porcentaje de su comercio internacional por vía marítima, no puede seguir dependiendo de los constructores orientales cerrando aquí sus astilleros, enviando al paro a sus muy buenos trabajadores especializados y aceptando servilmente esta dependencia exterior.
En estas condiciones se ha producido estos días la venta de las instalaciones de La Naval, uno de los más importantes astilleros europeos, difícilmente igualable y con una tradición centenaria. Y, además, con grandes inversiones ya realizadas en gradas, diques, muelles, grúas y maquinaria de todo tipo, y con cientos de personas esperando que se reabra para volver a su trabajo tradicional.
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Pero, desgraciadamente, el administrador concursal no parece tener otro objetivo sino el de pura y máxima recaudación pecuniaria al haber elevado al juzgado su propuesta de liquidación en base a las distintas ofertas presentadas, pero tomando como único razonamiento de adjudicación el importe económico de cada lote. Si el administrador concursal hubiera convocado a los acreedores de La Naval -obviamente, todos ellos proveedores de servicios o material naval-, probablemente preferirían recibir por sus créditos una cantidad menor con tal de que no desapareciera el más importante de sus clientes: el astillero de Sestao.
Pero, además, el administrador concursal no es coherente con la distribución de los lotes que él mismo realizó. El llamado Lote 1 es en realidad el único importante; comprende los 300.000 metros cuadrados de terreno industrial y los 20.000 de concesión marítima. Es el único lote relevante y el propio administrador concursal así lo propone con el fin claro de su continuidad como astillero y plenamente consciente de que esto redundaría en un menor ingreso recaudatorio que si hubieran troceado en 20 lotes de 15.000 metros cuadrados cada uno. ¿Por qué entonces, dando un brusco giro a su inicial planteamiento, solicitó al juzgado que se adjudicasen tan importantes y especializadas instalaciones a un grupo inmobiliario que las va a desmantelar y desguazar para convertirlas en naves logísticas que poco trabajo especializado necesita?
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El clamor que se ha levantado en la Ría contra este planteamiento del administrador concursal es grande y el juzgado debería haber tomado para sí la plena responsabilidad de esta decisión tan importante no sólo para Bizkaia, sino para el conjunto de España. Puesto que aún cabe recurso de apelación, todavía estamos a tiempo de impedir este desmantelamiento y que estas grandes instalaciones se mantengan en el uso futuro para el que nacieron.
La venta de La Naval no puede ser otra ocasión perdida. España necesita que no desaparezca y Bizkaia debería tener en el futuro el orgullo de albergar el más importante astillero privado español. ¿Serán capaces los responsables políticos del Gobierno vasco de evitar esta desaparición?
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