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El 13 de agosto de 1961, hace 60 años, en tiempos de Guerra Fría, la República Democrática Alemana levantó el infame muro de Berlín, símbolo y paradigma del telón de acero, y el presidente John Fitzgerald Kennedy se solidarizó con los berlineses pronunciando su famosa ... frase «Ich bin ein Berliner» -«Soy un ciudadano berlinés»- y anunció un puente aéreo permanente con esa ciudad. En 1989 ese telón de acero fue derribado por el pueblo de Berlín.
El 13 de septiembre de 2001, tras el ataque suicida a las Torres Gemelas, el antiguo director de 'Le Monde' publicaba un artículo en cuyo título remedaba esa frase para solidarizarse con los americanos: «Todos somos americanos». «Cómo no sentirse, en efecto, como en los momentos más graves de nuestra historia, profundamente solidarios de ese pueblo, de ese país, los Estados Unidos, del cual estamos tan próximos y a quien debemos la libertad, y por lo tanto nuestra solidaridad», escribía.
Veinte años después, el presidente Joe Biden ha ordenado la retirada de las tropas estadounidenses de Kabul tras dos décadas de presencia militar y de protectorado occidental sobre Afganistán, y un velo de alambre y silencio amenaza con cubrir ese país.
Afganistán se ha convertido en un régimen teocrático, pero no olvidemos que además es el mayor productor de opio del mundo -se estima que posee el 90% del mercado- y desde allí parten tres grandes flujos de distribución de esa potentísima droga: hacia el sur de Europa pasando por Irán y Turquía, a Europa Oriental a través de Asia Central y Rusia, y a África por Pakistán. Pero Afganistán no es solo el mayor productor mundial de opio -la materia prima de la heroína-, es también el segundo mayor de resina de cannabis y en los últimos años se ha convertido en un importante centro de producción de metanfetamina (cristal) gracias a la abundancia en su territorio de la planta silvestre Ephedra distachya. El nuevo emirato es un verdadero narcoestado.
Lo acaecido en Afganistán tiene seguramente muchas causas. El poder corruptor de la droga es una de ellas. Pero no menos importante es la reaparición en el mundo musulmán, a partir de 1979, de la vieja y dañosa idea de la teocracia -en este caso, de la teocracia islamista-; esa ideología político-religiosa que propugna la imposición de sociedades regidas por una interpretación extrema y fanatizada del Corán, que ha irrumpido en el mundo musulmán consolidándose en sucesivas oleadas: con la revolución iraní, con Al-Qaeda, con el terrorismo islamista en Europa, con el ascenso de los talibanes después de la invasión soviética de Afganistán, con el programa de islamización en Pakistán…, y ahora con la caída de Kabul, levantando una vieja bandera que se confronta con el pensamiento moderno surgido en el siglo XVIII.
Esa puesta al día de la vieja idea teocrática tiene un artífice: Sayyid Qutb (9 de octubre de 1906-29 de agosto de 1966), miembro del Consejo de Orientación de los Hermanos Musulmanes y uno de los teóricos fundamentales del islamismo que propugna, sin ambages, la idea de un califato universal, gobernado por la ley islámica a la que todo pensamiento religioso, filosófico o político debe quedar sometido. Nada menos.
Si los talibanes son fieles a sus proclamas un velo de alambre y silencio está a punto de caer sobre las fronteras de Afganistán. Pero me inclino a pensar que, después de veinte años en los que los hombres y las mujeres de ese país han catado, aunque sea de manera parcial, el sabor de la libertad, todo va a ser más complicado para los talibanes.
A pesar del efecto desalentador que está teniendo el desastre de Afganistán, lo cierto es que globalmente considerado el terrorismo islamista se ha reducido en los últimos siete años. Las cosas no están saliendo como los adalides de la yihad global profetizaban. De hecho, una de las manifestaciones más audaces y violentas de esa ideología, el Estado Islámico en Irak y Siria, ha fracasado estrepitosamente gracias a la intervención militar de la comunidad internacional, pero también gracias a la resistencia de la población de esos países que no se han dejado embaucar por el islamismo y le han hecho frente.
El califato universal y la yihad global no son asumidos por la mayoría de los musulmanes y no parecen creíbles ni siquiera a los ojos de los más radicales, aunque funcionan como banderines de enganche muy efectivos en determinadas zonas de influencia y es obvio que los conflictos locales pueden crear focos de violencia con mucho sufrimiento de inocentes, especialmente de mujeres y niñas.
Un velo de alambre y silencio amenaza hoy a Afganistán, pero estoy seguro de que este no será el final de la historia. Hoy, muchos en el mundo nos sentimos un poco afganos y podemos hacer mucho para que no se haga el silencio sobre esa martirizada nación.
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