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Las elecciones del 14-F en Cataluña estuvieron marcadas por una fotografía, inédita, la de los representantes de las mesas electorales con trajes de protección EPI. Para mí, una imagen simbólica de lo ocurrido hasta ahora en la sociedad catalana, en la que, como consecuencia ... del llamado 'procés', unos han tratado como infectados al resto («quienes hablan castellano son bestias, seres carroñeros que tienen algo freudiano o una tara en su ADN»).
Se esperaba que, tras estas elecciones, con un independentismo mucho más pragmático, la situación cambiara; no solamente en cuanto a la recuperación del 'seny' perdido, sino también por la posibilidad de aumento de votos de las fuerzas no secesionistas, que posibilitara un entendimiento entre 'las dos Cataluñas'. No ha sido así, se refuerzan los asientos del independentismo en el Parlament y las opciones de un nacionalismo más moderado e integrador, a pesar del modelo de éxito ofrecido por el PNV, no han sido secundadas ni en el caso del PNC de Marta Pascal ni en el del PDeCAT de Àngels Chacón.
A pesar del 'efecto Illa' (realmente es un éxito pasar de 17 a 33 escaños y ser la fuerza más votada con 651.000 votos) las opciones no independentistas pierden fuerza; sin duda, con la ayuda de la alta abstención, tras la debacle de C's y PP. Por lo tanto, en principio, no parece que el Día de San Valentín en Cataluña haya esparcido el amor y desterrado definitivamente el odio sembrado durante mucho tiempo. Opinión que se ve reforzada por el 'sorpasso' de Vox. Nada hay tan peligroso en un espacio en el que el nacionalismo impera como la aparición de otro nacionalismo de signo contrario.
Ahora el único trabajo posible consiste en aventurar cuáles pueden ser las conversaciones, acuerdos y coaliciones que se pueden estructurar de cara al futuro, si descartamos la posibilidad de unas nuevas elecciones. Teniendo en cuenta los dos ejes que transversalizan la realidad política catalana, las dos únicas posibilidades factibles nos colocan bien ante un pacto claramente independentista o bien ante un acuerdo de fuerzas de izquierdas
Si apostamos por la primera opción, la unión de fuerzas independentistas, recuerdo que la relación entre JxCat y ERC no ha sido la de dos partidos tocados por la flecha de Cupido precisamente. En este momento ERC presenta una imagen mucho más moderada de la que Laura Borrás publicita, al menos en apariencia. A esto habría que añadir la necesaria colaboración de la CUP de Dolors Sabater (o de los Comunes), introduciendo discursos antisistema en el propio Gobierno, cuestión esta que hace temblar al mundo económico catalán (eso sí, en privado) en unos momentos en los que se ha de dirimir el reparto de fondos europeos. Se podría decir que las opciones más conservadoras, caso de JxCat, y las más izquierdistas podrían llegar a acuerdos posibilitados por el acerbo común secesionista.
La segunda vía resultaría de un pacto entre ERC y el PSC, al que podría unirse En Comú Podem, pues así lo ha ofrecido en campaña Jessica Albiach. Sería un pacto mucho más transversal desde el eje nacionalismo-constitucionalismo (si es que seguimos entendiendo por constitucionalista la pulsión federalizante del PSC), pero fuertemente cohesionado por la filosofía de izquierda que les une. El problema estriba en que el partido de Pere Aragonés ha firmado durante la campaña un compromiso para no llegar a acuerdos con el exministro Salvador Illa. Ya sabemos que en política todo es susceptible de olvidarse o maquillarse, y esas intenciones iniciales podrían cambiarse.
Esta segunda posibilidad no sería viable sin contar con los intercambios que en Madrid puedan producirse entre el Gobierno de Pedro Sánchez y Pere Aragonés, con Junqueras e Illa en la sombra, en los que cuestiones como el dinero europeo, los indultos o la amnistía para los mal llamados 'presos políticos y exiliados' (se ponga Pablo Iglesias como se ponga) van a resultar cuestiones clave. Tan sólo existe un peligro, tanto para el PSOE como para ERC, y este radica en que sean acusados por sus respectivos votantes como vendidos o traidores a sus respectivas causas. Y es que cuando un terreno está abonado por el nacionalismo, y con la irrupción de Vox hay ahora una hiperfertilización de este campo, los proyectos de bien común suelen ser relegados por los proyectos emocionantes y épicos de la patria.
Sea el acuerdo el que sea, desde la antropología social me interesa, mucho más que la aritmética, que esos compromisos permitan la convivencia ciudadana y el respeto al diferente. Y aquí, si tomo como referencia el comportamiento de Pilar Rahola con Javier Sardá en la noche electoral de TVE, me tengo que olvidar de la flecha de Cupido para enfundarme de nuevo un traje EPI que me proteja de otros virus.
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