![La Universidad hibernada](https://s1.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202103/25/media/cortadas/cava25-k1t-U130935474553vtG-1248x1700@El%20Correo.jpg)
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La reciente publicación del Ministerio de Universidades sobre «la consolidación de los planes estudios de grado de 240 créditos» mediante decreto es otro signo de los tiempos. Este nuevo real decreto de organización de las enseñanzas universitarias se presenta como «procedimiento de aseguramiento de su ... calidad (…) y un punto de partida para la estructura de futuro a la que aspira la Universidad española».
Efectivamente, el texto de la declaración indica que entre los principales objetivos de este decreto está favorecer el ejercicio efectivo de la autonomía universitaria en la planificación y definición de las características de su oferta académica. Posibilita la ordenación de la oferta de títulos oficiales por parte de las comunidades autónomas en el desarrollo de sus competencias, «en tanto que interrelaciona las demandas cambiantes de la sociedad y las iniciativas académicas universitarias». En frase del apóstol Santo Tomás, ver para creer.
La regulación mantiene la estructura básica de la oferta académica actualmente vigente en tres etapas: grado, máster y doctorado, y los grados seguirán siendo de 240 créditos, con la única excepción de aquellos que por directrices europeas deban ser de 300 o 360 créditos. También se permite singularizar un plan académico y simplificar los procesos administrativos, la desburocratización, e impulsar estrategias de innovación docente, etcétera. Se afianza el suplemento europeo al título. Y, quizás como algo más novedoso, grado y máster podrán incluir la mención dual, que comporta un proyecto formativo común desarrollado en el centro universitario y en una entidad colaboradora. Lo que implica «ejecución de un contrato laboral que tendrá como objeto fundamental el desarrollo de la formación del estudiante y estará mediado por un convenio marco entre la Universidad y la entidad».
El ciudadano de a pie, que generalmente apenas percibe el estado de salud de la Universidad, puede que concluya -dada la silente gestión del ministro Castells- que esta institución esencialísima está hibernada. Abrumados por otros problemas estructurales, el tema Universidad sólo afecta cuando afecta a los vástagos de la familia. Entonces, la crítica y la preocupación sobrevienen de manera ácida, casi siempre. Lo cierto es que para calibrar el futuro de un país, la educación superior en concreto es fundamental. Y esta se encuentra -más aún con la pandemia- en un 'impasse' flagrante. La Universidad no practica seriamente la gimnástica de adaptarse al mercado laboral y a la investigación «avanzada», salvo excepciones.
Conviene recordar, sin embargo, que el 30 de octubre de 2020 se publicaba como gran logro que los apartados de Educación, incluyendo la universitaria (4.895 millones de euros) y de investigación (11.483 millones), experimentaban «aumentos históricos» en términos de gasto, con un incremento de más del 70% y del 80% respectivamente. Y se resaltaba que para el ejercicio de 2021, la intención era destinar 2.090 millones de euros al sistema de becas, aumentando en un 35% el presupuesto de 2020, es decir, 515 millones de euros adicionales (Formación Profesional incluida). Nada me lleva a pensar que no sea verdad.
Pero si los medios de comunicación han mostrado durante este 'tiempo horribilis' la frustración de laboratorios, gabinetes de investigación -sobre el covid y no covid- y demás proyectos científicos en distintos ámbitos es porque la situación no cambia. La fuga de cerebros acecha de constante y la precariedad del profesorado contratado, sometido a prácticas clientelares inusitadas, entre otros déficits, dibuja un panorama que no avanza al ritmo debido. Quienes conocimos desde los años 70 la Universidad desde dentro (la nuestra y otras extranjeras) no podemos por menos de sorprendernos ante este deambular lleno de luces y sombras. Algo en boca de muchos docentes; sobre todo, entre los que están a punto de jubilarse.
No todo es negativo, por supuesto. Pero las expectativas ante un nombramiento como el del conocido sociólogo albaceteño Manuel Castells siguen sin cumplirse. Por lo que cabe adjudicarle el epíteto de 'ministro silueta', como la Historia adjudicó a aquel rey Luis I que reinó tan poquito (ocho meses entre enero y agosto de 1724). No dudo de la alta cualificación del profesor, pero su gestión, tras haber trabajado en instituciones tan prestigiosas como las universidades de París, Oxford, Berkeley y el MIT, apenas es notoria.
Elegido por Unidas Podemos para tareas que le elevaron hasta este ministerio, se mostró casi contrariado cuando lo hicieron. Sorprendente… Pues, llegado el día, su gestión no encaja con lo que escribió en su libro 'La era de la información', respecto a que el conocimiento y la información son elementos decisivos en todos los modos de desarrollo. Él, que en 2018, por cierto, se declaró en contra de «la contaminación gradual de las instituciones académicas por la podredumbre política». 'Ita vita' (así es la vida).
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