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Es Europa una potencia en decadencia o emergente? ¿Representa como construcción política un modelo de sociedad que, pese a sus defectos, merezca la pena ser defendido? Sin duda, cabe afirmar que sí. Europa suscita más interrogantes que respuestas porque vivimos en una época de transformación ... radical de nuestros marcos de referencia provocada por una nueva realidad globalizadora emergente. Los Estados ya no tienen capacidad para abordar unilateralmente todos los problemas derivados de ese complejo mundo, ni pueden resolver el conjunto de las necesidades de los ciudadanos. La UE ha de representar, por ello, la respuesta de estabilidad política, prosperidad económica, solidaridad y seguridad a las inquietudes y convulsiones que genera la globalización.
A pesar de los desencuentros puntuales y los momentos de estancamiento, la UE viene configurándose como un proyecto de paz, libertad y justicia social, como una defensora de la multilateralidad y del diálogo entre culturas, como un espacio de bienestar y compromiso social que apuesta por la cooperación. Europa debe basarse no en criterios de poder económico o militar, sino en la profundización de la cultura, la educación, la solidaridad, los valores democráticos y los principios que inspiraron la Declaración Universal de Derechos Humanos.
La Historia demuestra que aquellas instituciones o estructuras que han basado su poder en una relación exclusiva de superioridad o dominio han terminado por fenecer. Por el contrario, los ideales y los valores terminan calando en la sociedad, generando un vínculo indestructible con el progreso de la Humanidad. En estos tiempos de incertidumbre Europa se encuentra en una situación inmejorable para impulsar a escala mundial una nueva organización social y política basada no ya en intereses sino, sobre todo, en valores.
La Unión Europea dice fundamentarse en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos. Y afirma que tales valores son comunes a los Estados miembros en una sociedad caracterizada, entre otros, por el respeto a la dignidad de las personas, la no discriminación y la solidaridad. La Carta de Derechos Fundamentales de la UE dice querer situar a la persona en el centro de su actuación. Cuando desde Europa miramos de forma prepotente por encima del hombro a otras regiones del mundo donde emergen ideologías xenófobas deberíamos recordar que hay dirigentes de Estados europeos que abiertamente defienden esos postulados. Los griegos llamaban bárbaros a todos los pueblos que no hablaban su lengua. Los estoicos se dieron cuenta de que esos 'bárbaros' utilizaban en realidad palabras diferentes a los griegos para referirse a las mismas ideas, y que no se trataba de culturas inferiores o subdesarrolladas.
Cabría sugerir otro ejemplo a favor de la relativización y del mestizaje de ideas y de proyectos, pero sobre todo enviar un mensaje a favor de la convivencia entre diferentes frente a la fragmentación en bloques cerrados: cuando buscamos las raíces de Europa, con frecuencia se afirma que no se puede concebir sin el papel de la Iglesia católica. ¿Se desarrolló Europa solo con la base aportada por la cultura cristiana?
La respuesta negativa es evidente: fue enriquecida por las matemáticas indias, la medicina árabe, la cultura grecorromana. La Edad Media cristiana construyó su teología sobre la base del pensamiento de Aristóteles (redescubierto a su vez a través de los árabes). Tampoco se podría concebir a San Agustín (el más grande e importante pensador cristiano) sin la asimilación de la corriente platónica. La Europa cristiana eligió el latín de Roma como lengua de los ritos sagrados, del pensamiento religioso y del Derecho; la cultura griega no sería imaginable sin tener en cuenta la cultura egipcia. De hecho, el magisterio de los egipcios fue clave en la inspiración del Renacimiento.
El debate no puede quedar centrado en defender 'lo nuestro' como algo mejor o superior a lo foráneo. La barrera, la frontera a la aplicación de esas prácticas debe situarse en la exigencia del respeto a la dignidad de la persona y debemos excluir toda forma de discriminación amparada en supuestas inercias históricas.
Con frecuencia hablamos de tolerancia y, sin embargo, se levantan por todas partes nuevos muros que separan más de lo que supuestamente protegen. El debate de la integración social de los inmigrantes es incluso más complejo que el del control: no hay recetas mágicas y ninguna tiene garantizado su éxito. Basta comprobar que ni el modelo francés, de asimilación (más generoso en conceder la nacionalidad pero que defiende una mayor uniformidad cultural) ni el inglés, más tolerante con las diferencias, y 'multicultural', han permitido impedir que el problema se manifieste y altere gravemente la vida ciudadana en ambos Estados.
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