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La dura ofensiva del ejército ruso contra Ucrania está dando lugar a una ola de impulsos solidarios históricos y sin parangón. Toda la sociedad civil, ... los medios y la mayoría de los representantes políticos se han volcado en solidaridad con la población ucraniana, que está viviendo situaciones dramáticas y estremecedoras como consecuencia de la guerra. Son acciones altruistas que reflejan un sentimiento colectivo orientado a paliar el sufrimiento de este «pueblo hermano» y muestran una enérgica repulsa contra la crueldad y la injusticia. El efecto de la llamada al deber de actuar y de participar en esta avalancha solidaria ha sido inmediato, abrumador, loable y esperanzador.
Todos nos congratulamos por estas desinteresadas muestras de generosidad y elogiamos la insólita adhesión a la causa de un pueblo que ha decidido luchar heroicamente por su soberanía. No obstante, debemos reconocer también que esta particular empatía no solo ha sorprendido a unos cuantos ciudadanos de Europa y de otras partes del mundo, sino que también les ha dejado boquiabiertos y estupefactos.
¿Por qué razón somos tan compasivos con el pueblo ucraniano y en cambio nos ponemos una venda en los ojos cuando se trata de los pueblos de, por ejemplo, Haití, Birmania, Pakistán y Afganistán? ¿Por qué Occidente ha podido desplegar en pocos días tantas sanciones y medidas punitivas contra Rusia y en el caso de la guerra en Irak o el bombardeo israelí contra Gaza (Palestina) se ha mostrado tan estéril e inoperante? ¿Los refugiados de Siria, de Yemen o de cualquier país africano están a la misma altura de la dignidad y categoría humana que los refugiados europeos?
La respuesta parece ser clara: el discurso de la libertad, la igualdad y la democracia queda invalidado, o al menos cuestionado, ya que la situación preocupante de los refugiados extracomunitarios en las fronteras y la conculcación de los derechos humanos en muchos países ante la pasividad de la comunidad internacional desmiente y hace añicos estos paradigmas.
Este no es ningún tema baladí. Es un fenómeno de fondo que nos interpela y nos exige plantearlo, debatirlo y, con un sentido crítico, reflexionar sobre ello. La finalidad es aportar respuestas congruentes y eficaces a esta crisis tan acuciante de la Humanidad.
Para justificar la empatía caprichosa se suele argumentar que los ucranianos son de tez blanca, tienen ojos claros y son más civilizados que otros pueblos no europeos que han sufrido la misma suerte. De hecho, varios corresponsales en sus reportajes esgrimieron argumentos similares y después tuvieron que explicarse y pedir disculpas por el tono cargado de racismo de sus comentarios. Pero ¿acaso los bosnios que sufrieron el exterminio sistemático a principios de los 90 no eran europeos blancos y de ojos azules? Sí, lo eran, pero parece que también tenían otro elemento identitario que los diferenciaba de los otros europeos. ¿Quizás fue el componente religioso que condicionaba la intervención de las instituciones internacionales?
Estamos ante un tipo de motivaciones empáticas que Durkheim llamó la «solidaridad mecánica»; es decir, apoyar y brindar nuestro consuelo exclusivamente a los semejantes, a los que profesan a grandes rasgos el mismo sistema de valores y las mismas creencias y modelos de vida. Todos aquellos que no pertenecen a este contexto son excluidos de nuestra bondad y mostramos indiferencia ante su dolor y su sufrimiento. Esta solidaridad mecánica es propia de las sociedades primitivas, homogéneas y tradicionales.
Las acciones solidarias arbitrarias se practican de forma irreflexiva, inconsciente e irracional. A menudo son dinámicas que se basan en miradas impulsivas, apasionadas y marcadamente parciales.
Europa representa a una sociedad secular, industrializada e innegablemente ilustrada, pero cuando se trata de pronunciarse ante las penurias del 'otro lejano', aquel con quien no se comparten las mismas afinidades culturales y étnicas, en vez de asumir su responsabilidad y ser coherente con los ideales que promulga, una parte de esta sociedad actúa con una filantropía tristemente selectiva y utilitarista.
Una gran parte de la sociedad europea muestra, indudablemente, un espíritu solidario y compasivo digno de ser subrayado y honrado. Solo se espera que este espíritu se amplíe y se abra a la Humanidad, contribuyendo a la eliminación de las desigualdades y reconociendo al 'otro' como sujeto social y cultural digno de la misma justicia y consideración.
La solidaridad o la compasión solo serán auténticas y morales cuando se universalicen, se desembaracen de todo lastre dogmático y se plasmen en hechos de forma objetiva con todos los pueblos, con independencia de su origen y su color de piel. En caso contrario, son y seguirán siendo una pura fachada basada en el egocentrismo que excluye y deshumaniza al 'otro'.
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