Agranda la puerta, padre, porque no puedo pasar. La hiciste para los niños, yo he crecido a mi pesar. Si no me agrandas la puerta, achícame, por piedad; vuélveme a la edad aquella en que vivir es soñar», escribió Miguel de Unamuno. El pasado 7 ... de enero terminé mi intervención en el acto en el que conmemorábamos el 120º aniversario de la fundación de las Juventudes Socialistas de Bilbao con estas hermosas palabras de este intelectual que durante un tiempo militó en la Agrupación Socialista de Bilbao. Y pensé en la ingenuidad de la tierna infancia donde el bien parece apoderarse siempre del corazón y enlazarlo con los sueños que teníamos sobre la forma de hacer política y el sano ejercicio del debate y lo comparábamos con lo que está sucediendo ahora.
Una destacadísima dirigente del PP que preside una comunidad autónoma de la relevancia de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, fue pillada 'in fraganti' llamando «hijo de puta» al presidente del Gobierno. Lo que hubiera podido saldarse con una simple petición de disculpas ha adquirido un tono realmente incomprensible al afirmar la presidenta en cuestión que, en lugar del exabrupto tan deleznable, había utilizado la expresión «me gusta la fruta», pretendiendo así hacer un giro de guion aparentemente jocoso. Y la cosa no acabó ahí, sino que fue a más al ratificar sus palabras en una sesión parlamentaria y adquirir cestas de fruta que se repartían entre la ciudadanía, como queriendo hacer extensivo el insulto a toda la población y empleando para ello dinero público.
Este episodio propio de una charlotada se extendió por las filas del PP cuando Alberto Núñez Feijóo hizo suya la manida expresión y llegó al extremo de ser el centro de la felicitación navideña del candidato a la presidencia de Galicia, Alfonso Rueda. Y lo que es aún más grave: ha sido coreado por miles de personas congregadas por el PP y la extrema derecha, Vox, en unas manifestaciones convocadas supuestamente para protestar por la proposición de ley de amnistía, antes incluso de ser registrada en el Congreso.
Paralelamente, dirigentes del PP y Vox han llamado a concentrarse ante las sedes socialistas, atosigando a quienes trabajan en ellas y a sus militantes. La propia expresidenta de Madrid Esperanza Aguirre fue captada por las cámaras de televisión encabezando la concentración y proponiendo el corte de tráfico en las calles. Y se ha disparado el nivel de agresividad verbal con palabras de esos dirigentes pidiendo que el presidente del Gobierno sea lanzado fuera de España encerrado en el maletero de un coche, que reciba un disparo en la nuca, que le acierte un francotirador o que sea colgado por los pies.
Y todo esto es serio. Poner en marcha la espiral del odio y la violencia acaba siempre mal. Y en Euskadi sabemos de lo que hablamos. Conocemos el poder de las palabras y la delgada línea que las separa de los hechos. La táctica que hemos conocido en nuestra tierra comenzaba por cosificar al adversario, atribuirle una serie de perversas y oscuras cualidades para justificar a continuación cualquier acción. O para condenar un hecho puntual añadiendo un 'pero' (es que hacía esto o lo otro….), con el demoledor «algo habrá hecho» como colofón a esta estrategia bárbara y contraria a los valores de la tolerancia, el respeto y, en suma, de la democracia.
Y quiero dejar claro que no estamos en un juego de buenos y malos en el que todo lo abyecto parte de un lado. Pero sí considero que la radicalización de las posturas provoca que quienes estén en las tesis más duras acaban por apoderarse del relato haciendo imposible que las posiciones conciliadoras se impongan. Una suerte de descalificación al diálogo y el entendimiento con expresiones de menosprecio tales como buenistas, tibios, etc. Y la finalidad es evidente: romper los puentes, agitar las bajas pasiones, exigir adhesiones inquebrantables y, en suma, convertir la política en un campo de batalla.
El último episodio vivido frente a la sede socialista de Ferraz en Nochevieja o la verbalización de «al Gobierno, ni agua» al margen del contenido concreto de las medidas planteadas es una buena muestra del erial con el que algunas personalidades de la política pretenden convertir nuestra plaza pública. Un moderno «Carthago delenda est».
Por eso, vuelvo al principio. ¿De verdad nos gusta esta fruta? ¿Es así lo que queremos y deseamos? Sinceramente, me quedo con Unamuno reivindicando los sueños. El deseo de una política basada en el respeto del adversario, el debate sensato y la exposición serena de las propias ideas y convicciones sin caer en el insulto y la descalificación. Será porque soy de Bilbao o quizá, mejor, porque he visto cumplidos algunos sueños.
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