Desde abril de 2020, la ciudadanía de EE UU sensibilizaba, según curtidos observadores norteamericanos, un caos a nivel nacional que iba extendiéndose de manera imparable. Una democracia debe luchar por sobrevivir como forma permanente de gobierno; sin embargo, muchos de sus defensores se adentraron en ... un mar de dudas, alentados por la crisis vivida durante el mandato de Trump. Las teorías más agoreras se barruntaban hace meses. Según estas, tarde o temprano los norteamericanos insistirían en políticas que aseguraran ventajas crecientes, lo que daría por resultado el hundimiento del sistema, al aplicar una política fiscal laxa. El hecho de que la media de edad de las democracias más sólidas del mundo sea de unos 200 años no debe hacernos pensar en resultados fatales, pero algunos 'seniors' de la democracia americana se tentaban la ropa. Evidenciaron que, en lugar de aunar esfuerzos y actuar conjuntamente, los estados se veían forzados a competir uno contra otro, ahorrando equipamiento, ya que el Gobierno federal les permitió deliberadamente gestionar sus propios recursos.
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Por emplear una metáfora, la orquesta de 50 músicos tenía un mal director, empeñado en interpretar la partitura, en lugar de seguirla tal cual. El sonido resultante fue cualquier cosa menos agradable, denunciaban círculos financieros. Y el colmo del disgusto vino al ver que el 50% de los norteamericanos no soportaban que les dijeran que debían calificar al presidente con buena nota por su gestión de la crisis. Mal que les pese a los protagonistas del vandálico asalto al Capitolio.
No obstante, ante situaciones críticas, la gente en Norteamérica se empeña en defender a su líder. El problema es que este líder no tiene habilidad, ni empatía. Se perdieron más de 10 millones de trabajos en dos semanas durante el mes de abril. El Congreso tuvo que aprobar una ley que facilitara 500 billones de ayuda. Al tiempo que esto sucedía en plena pandemia, detectaron fallos garrafales como la carencia de ventiladores en los centros hospitalarios. «We have no 'commander in chief'», me dijo alguien desde EE UU. Han sido los gobernadores quienes ante la crisis del Covid-19 decidieron órdenes tan básicas como los confinamientos domésticos. El 'quédate en casa' se convirtió en eslogan ('stay home!'). Tuvieron que comprar mascarillas por un valor considerable a China. Algo que nadie tomó a broma. Menos aún entre los expertos habituados a gestionar las grandes cifras. La catástrofe llevó incluso a plantear: «Hace 75 años triunfamos en las playas de Normandía, pero ahora hemos perdido nuestra legendaria habilidad del 'can-do'». En suma, muchos calificaron la situación de desastre nacional.
Evidentemente, durante el ardor de la lucha electoral nadie estuvo dispuesto a aceptar que caminaban hacia el final de la «gran experiencia americana en democracia». Aunque algunos recordaban a Alexander Tyler y su libro 'La caída de la República Ateniense' (1787): «Estas naciones han progresado desde la esclavitud hasta la fe espiritual, de ella a la gran valentía, de ella a la libertad, de la libertad a la abundancia, de ella a la complacencia, de la complacencia a la apatía, de la apatía a la dependencia y de la dependencia, de nuevo, a la esclavitud». Un vaticinio fatalista que encendía la luz de alarma.
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Desconocemos cómo resultarán las cosas con Biden, pero se hace necesaria la presencia de un líder carismático. Alguien que vuelva a traer al país lo mejor de su espíritu democrático. Muchos creen que es posible lograrlo. Se insiste en que miles de personas se han dejado engañar por su presidente, al que se define ahora como egoísta, inculto, mentiroso y sin moralidad. Echarle del poder resulta complicado en EE UU, pese a que lo intentaron tiempo atrás con un fallido 'impeachment'. Muchos opinan hoy que el Congreso debiera intentar procesarle por haber causado daños a la seguridad nacional. Pero también se duelen de que se haya cargado -literalmente- al Partido Republicano.
¿Qué cabe esperar del inmediato futuro? Si un hombre como Biden, capaz, honrado, de la 'vieja escuela', consigue gobernar con mayores facilidades y se corrigen los numerosos problemas sociales, de salud publica, de desigualdad económica, entre otros, lastres acumulados desde los años 1990, puede que la gran nación no pierda su liderazgo. En EE UU pasan hambre millones de personas, la atención hospitalaria es deficiente y la corrupción se ha instalado en los pasillos del poder.
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Mucho observador sostiene ahora que 'no hay mal que por bien no venga', y no hay país que no tenga problemas… Sin embargo, el avance de la tecnología y el impacto cada día mayor de redes y medios en nuestras vidas obliga a evaluar sus efectos en todo régimen democrático. Por eso pido a 'Filomena' que se lleve lo antes posible, por tramposo, al trumpismo.
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