Eleanor Roosevelt dejó para la Historia frases impagables. Una de ellas sostiene que «si alguien traiciona una vez es culpa suya, pero si la misma persona te traiciona dos veces es culpa tuya». Supongo que Jill Biden lo tendrá en cuenta.
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En 2016, pese a ... algunos reparos, yo postulaba por Hillary Clinton como futura presidenta de EE UU. Fracasó, pero no me equivoqué del todo porque una semana antes de celebrarse el proceso electoral respondí -tras una conferencia- a la pregunta de si creía que iba a ser ganadora. Y, después de haber perorado tres cuartos de hora sobre su biografía, dije que no. Para sorpresa sólo de algunos, la mayoría convino conmigo que la sociedad norteamericana en su conjunto aún no estaba preparada para tener a una mujer en el máximo cargo político del Gobierno federal.
De la reciente campaña, reconozco que he atendido con algún interés el tratamiento que los medios han deparado a tres mujeres: la inevitable Kamala Harris, Jill Biden y Michelle Obama. Las tres merecen comentarios, pero mi propósito es comparar el perfil de la futura 'flotus' con dos previas. El acrónimo, fonéticamente poco apacible en castellano, responde al afán de los angloamericanos por abreviar (the First Lady of the United States.). Y resumo lo divulgado sobre la primera dama número 46. Es profesora (doctora); tras enviudar Mr. Biden, se conocieron en una cita a ciegas; se ha implicado desde siempre en causas sociales (ligadas a la infancia y a la mujer); su rutina de ejercicio físico es crucial y desea seguir ejerciendo la docencia de lengua inglesa en el Northern Virginia Community College, pese a sus deberes en la Casa Blanca. De hecho, se recuerda que siendo la segunda dama durante ocho años y trabajando con Michelle Obama, mantuvo su labor docente.
Cuando se analiza el papel de las mujeres en y desde un contexto histórico-social, los matices son inabarcables. Aquí solo cabe subrayar que, dada la trascendencia del cambio acontecido en la presidencia, valorar la construcción histórica del factor individual es imprescindible. En este caso, de la pareja del candidato. Debemos percatarnos de cómo interactúa con la colectividad, sus características de liderazgo, rasgos particulares (educación, familia, estatus…), ética y estética de sus acciones, ideología, relaciones con movimientos y poderes fácticos, etcétera. El oxímoron del personaje es crucial, pero ya no vale ni la expresión 'un secreto a voces'. Otro oxímoron. Porque todo se relativiza, y mucho se convierte en 'fake'. Aunque ahí está la Historia para poner las cosas en su sitio.
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Desde que el 26 de agosto de 1920 la Enmienda número 19 a la Constitución de EE UU fue convertida en ley, las mujeres pudieron votar ese otoño. Desde entonces hasta a la llegada de F. D. Roosevelt a la Casa Blanca pasaron muchas cosas. Años después, Hillary Clinton tuvo un retrato de Eleanor Roosevelt en su despacho de la Casa Blanca y aireó sus «conversaciones» con la carismática esposa del enfermo presidente como ejercicio mental para analizar los problemas y «tener la piel tan gruesa como un rinoceronte». Eleanor, Hillary y Jill, aunque afines al programa demócrata, no guardan parecido ni en lo físico. Anna Eleanor Roosevelt, aquel «patito feo», terminó recibiendo treinta y cinco grados honorarios. Fue la esposa del primer presidente moderno y se volvió muy influyente. Lideró junto con René Cassin y John Peters Humphrey la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. La obra cumbre de su carrera, que ella misma presentó en la Asamblea General de la ONU el 10 de diciembre de 1948.
Hillary Rodham, nacida en 1947, fue educada en una familia de credo metodista y se afilió al Partido Demócrata en 1968. No era una estudiante común en Yale, Escuela de Derecho (1969-1973). Ahí conoció a Bill Clinton, a quien apodaba «el vikingo venido de Arkansas». Supo estar en la burbuja que la ha ido moldeando en Washington y en la burbuja de los medios de comunicación. Su concepto de 'smart power' fue defendido desde la secretaria de Estado y se granjeó fama como una de las abogadas más prestigiosas de América. Sin embargo, fracasó a la hora de lograr un plan de salud de cobertura universal. Y fue etiquetada como «copresidenta» en la sombra por los republicanos. Se midió en 2008 con Barack Obama, quien la venció, pero de 2009 a 2013 fue la 67 secretaria de Estado. Su protagonismo, más allá de errores -algunos garrafales-, dejó un balance notable. Candidata demócrata a la presidencia en 2016, durante la campaña Donald Trump dijo de ella, como siempre torpemente: «Si Hillary Clinton fuera un hombre, no ganaría ni el 5% de los votos». «Lo único que tiene es que es mujer. Y lo más bonito es que no gusta a las mujeres». Algo, por cierto, no del todo errado...
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De cara al próximo mandato, Jill Biden conseguirá a buen seguro credibilidad como profesional coherente que es dando tantas sorpresas como las que muchos atribuyen ya a Kamala. Veremos.
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