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El inicio del curso político en Francia abre con una polémica álgida donde las haya: la defensa del 'valor trabajo' frente a la izquierda de las subvenciones. No hablan los extremistas de derecha. Fabien Roussel, secretario nacional del Partido Comunista francés (PCF) abrió el baile ... en la fiesta de 'L'Humanité', el día 9, al defender el empleo contra el paro. Las indignaciones llueven rosas, verdes y rojas acusando de reaccionario y racista a este dinamitador de Nupes, la Nueva Unión Popular Ecológica y Social, orgullo de Jean-Luc Mélenchon. Pero Roussel no es el único 'traidor'. El líder de La Francia Insumisa (LFI) soporta mal el análisis de François Ruffin, su electo de Somme en las legislativas, sobre la percepción de la izquierda como «campo de asistidos» que desprecia a «la Francia que madruga». Ambos agitadores, lejos de querer exasperar a Mélenchon, pretenden cortar la sangría de voto obrero hacia Marine Le Pen. La crítica de una izquierda poco movilizada por los asuntos sociales, que magnifica los particularismos de las minorías frente al universalismo, una vez robado el 'valor trabajo' por la extrema derecha, expresa la ruptura 'gauchista' con gran parte del pueblo.
En el fulgor de la polémica se recuerda que Mélenchon fue uno de los primeros en rebotarse cuando, en 2011, el 'think tankt Terra Nova, próximo a Dominique Strauss-Kahn, lanzó la hipótesis de que para sobrevivir al desmantelamiento industrial de los 80, la izquierda debía encontrar un electorado de sustitución entre «los graduados, los jóvenes, las minorías de los barrios populares y las mujeres», todos unificados por «valores culturales y progresistas». En 2022 asistimos a este resultado con una doble constatación: primera, el éxito de LFI entre las clases medias superiores, los burgueses del centro de las ciudades y los electores surgidos de la inmigración; segunda, su fracaso ante Le Pen en las zonas residenciales, rurales y en el electorado de la izquierda obrera laica del Norte y del Este.
De esta sociología del voto se intuye un potencial acceso al poder de la extrema derecha en Francia. En 1988, un 17% de los obreros optaron por el Frente Nacional; un 39% en 2017 y un 42% en la primera vuelta de la presidencial de 2022 por la ahora llamada Reagrupación Nacional. ¿Cómo impedir que las clases trabajadoras persistan hacia Le Pen o Éric Zemmour? Pese a la controversia suscitada entre la 'izquierda del trabajo' y la 'izquierda de la asistencia', el 'insumiso' Ruffin tiene el mérito de afirmar que detener esta tendencia electoral es responsabilidad de la izquierda. Confronta a Mélenchon a una cuestión-clave: ¿La izquierda bajo su vitola está en condiciones de frenar a Marine Le Pen?
Los alegatos del comunista Roussel y de Ruffin trasladan 'el perfume del abandono' de las periferias, la música de los que 'ya solo votan a los que ofrecen trabajo', la saña de cuantos 'no tienen derecho a nada, más que a madrugar cada mañana', el resentimiento de 'no cuadrar en los criterios de ayuda'… Es el clima de sus circunscripciones. La incapacidad de LFI para admitir la desviación de su base electoral no contribuye a su recuperación. Mientras Mélenchon siga pensando en la obstrucción parlamentaria y la agitación en la calle para derribar cuanto antes el segundo mandato de Macron, seguirá orillando a amplios sectores de la sociedad que en su desconsideración política, sin marco de referencia en el que ubicarse, terminarán por votar Reagrupación Nacional.
Roussel y Ruffin pugnan por volver al empleo justamente remunerado y al orgullo que éste procura. Son partidarios de un cambio de línea para tener en cuenta la exigencia de orden y seguridad que emana del electorado captado por Le Pen. Quieren recuperar los derechos sociales universales superando indigencia y sufrimientos. No hablan de retirar subvenciones a los más necesitados. Hoy la porosidad entre los empleos precarios y el recurso a las prestaciones sociales permite llegar a fin de mes, son un asidero durante una reconversión profesional, un anclaje frente a una separación. La permeabilidad entre el universo de los asalariados y los asistidos es heterogénea y volátil. Estadísticas galas de 2021 informan de que la cuarta parte de los beneficiarios de la Renta de Solidaridad Activa sale cada año de este dispositivo. La atávica cultura del asistencialismo es el último recurso cuando las condiciones de vida afligen. No demasiados usuarios eligen un mantenimiento eterno. La estigmatización es tanto indecente como políticamente contraproductiva.
No son simplistas las críticas de los parlamentarios de Nupes hacia la dirección de su líder. Defienden la imperativa lucha contra el cambio climático, generando empleos y esperanza en torno a esta meta. La estrategia pasa por mezclar a votantes acomodados con sectores afectados de discriminación y todas las capas sociales preocupadas por la inflación, el deterioro de los servicios públicos básicos y la jubilación. Solo ejecutando medidas concretas y soluciones que saquen a la izquierda de su desinterés por las clases trabajadoras logrará Mélenchon revocar los éxitos de sus verdaderos contrincantes: el lepenismo suavizado y la extrema derecha de Zemmour.
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