La operación política de Yolanda Díaz lleva en su nombre la pretensión de la izquierda, que, pese a su aspiración de unidad, ha estado caracterizada por las divisiones desde sus mismos orígenes. Ninguna corriente política está libre del riesgo de división, particularmente de la fractura ... personalista, pero la izquierda se multiplica en infinidad de fracciones ideológicas que, por matices o sustancias, no se ven capaces de convivir en una misma oferta electoral.
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Es sabido que en la Primera Internacional se produjo también la primera fragmentación de la izquierda. La potencia ideológica de Carlos Marx y la de Mijaíl Bakunin dio lugar a una división entre el «socialismo científico» y el anarquismo que perdura aún en nuestros días.
En la Segunda Internacional, la división se produjo entre los partidarios de la «dictadura del proletariado» y los que aspiraban a obtener el poder por vías democráticas. El estallido de la I Guerra Mundial acentuó la fragmentación de los distintos partidos por razones de intereses nacionales, lo que desbarató esta pretensión internacionalista.
Transcurrido más de un siglo de aquellas disputas históricas entre Rosa Luxemburgo y Karl Kautsky, la izquierda no ha dejado de multiplicarse en opciones diversas. En las últimas elecciones de Andalucía, además de las tres opciones que han conseguido representación en el Parlamento -Partido Socialista de Andalucía, Adelante Andalucía y Por Andalucía-, se presentó un elenco de formaciones tales como Basta Ya, Coalición Republicana Socialista por Andalucía, Izquierda Anticapitalista Revolucionaria, Los Verdes, Nación Andaluza, Partido Comunista del Pueblo Andaluz, Partido Comunista de los Trabajadores de España, Recortes Cero y varios más del mismo corte. Me gustaría citar también a Despierta (sic) y Andaluces Levantaos (sic), entre ambos alcanzaron 12.241 votos.
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La izquierda ofrece un abanico de posibilidades, su división ideológica plantea reivindicaciones de todo género. Así, según la prioridad sea la antiglobalización, el antiespecismo, el animalismo, el sindicalismo, el antirracismo, el antifascismo, el pacifismo o el ecologismo, cada cual tiene una opción.
Aun dentro de estas tendencias hay importantes divisiones, como la que se ha gestado estos últimos años en el feminismo entre las corrientes del igualitarismo socialista y la teoría 'queer'. Esta última doctrina, promovida por la ministra de Igualdad, es, tal vez, la que mejor explica la tendencia de la izquierda a la división. Inspirada en el voluntarismo individual, la teoría 'queer' establece un nuevo orden de la identidad de género que supere la visión «naturalista» del sexo. Interpretan la identidad basada en la genética como un constructo social del heteropatriarcado y aspiran a construir una nueva idea despojada de las limitaciones forjadas por una sociedad que condiciona la sexualidad del individuo.
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La izquierda, con una sensibilidad política contraria a la tradición (tan útil para el pensamiento conservador) y rechazando de antemano el 'statu quo' (al que tanta legitimidad otorga la derecha), alienta que las opciones para un nuevo modelo lleguen a ser tantas como mentes imaginen un nuevo sentimiento sexual, un nuevo paradigma.
Mientras que el sistema fraguado por la experiencia instruye las consideraciones del pensamiento liberal-conservador, a la izquierda se le abre un mundo de opciones tan amplio como el número de líderes que racionalicen un proyecto innovador, una promesa de felicidad, una ventana a la modernidad.
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Aquí es donde llega la apuesta electoral de Yolanda Díaz, Sumar. Un proyecto que apela a los espacios comunes de la izquierda respecto a las diferencias sociales entre ricos y pobres, pero que deja en manos de la imaginación de cada uno el futuro de su empresa: «Sois vosotros los que vais a sumar». «Yo soy una pieza más, el protagonismo es vuestro». «Pensemos el país que queremos».
Díaz no apuesta por ningún modelo concreto, al menos no lo ha verbalizado. Con ello evita críticas, es difícil oponerse a ideas tales como que «Necesitamos inteligencia, paciencia, cariño», pero, del mismo modo, es difícil dejarse cautivar por un discurso tan etéreo, tan liviano, tan vaporoso. Nada que ver con la potencia discursiva de Pablo Iglesias, que hacía de cada frase un titular; de cada pensamiento, un lema; de cada reflexión, un eslogan, eso sí, que luego refutó con sus hechos hasta que abandonó la política desmentido e impugnado por sus propios actos.
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Díaz, con una excelente presencia y una imagen con la que es fácil empatizar, no remueve conciencias. Sus palabras, siempre amables, no despiertan inquietud, tampoco adhesión. Díaz no tendrá que arrepentirse de lo que dijo, pues no dijo nada. Para sumar, para crecer, hay que arriesgar. Sin riesgo, no hay éxito. Sin apuesta, no hay premio. Por ello, Sumar puede acabar siendo, nuevamente, una opción para dividir.
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