![Simpatizantes de Putin](https://s1.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/202203/02/media/cortadas/deandres2-kFiD-U1601163135053QfB-1248x1500@El%20Correo.jpg)
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La más famosa de las frases atribuidas a Churchill y que él nunca dijo es aquella de que «los fascistas del futuro se llamarán a sí mismos antifascistas». La sentencia, pese a ser anónima, es excelente y su atribución a Winston Churchill le da una ... paternidad solemne y provechosa. Churchill es verosímil como autor de máximas incuestionables y también de consumos excesivos de alcohol y nicotina.
La frase vuelve a la actualidad con frecuencia. Ahora, con especial rotundidad después de que Vladímir Putin haya justificado la invasión de Ucrania para «desnazificar» el país, que está presidido por una víctima del Holocausto nazi, un judío elegido por el pueblo ucraniano en unas elecciones más limpias que las rusas.
Putin ha perdido la batalla de lo que ahora se llama «el relato»; principalmente, porque para convencer hay que tener buenas razones, que es algo de lo que carece el sucesor del trono de Stalin.
Putin dice sentirse intimidado por Occidente para justificar su invasión de Ucrania, pero la invasión demuestra que lo que ocurre es que Occidente no le intimida en lo más mínimo y por eso se expande, que es lo que le da gusto.
Las redes sociales acusan al tirano ruso de comunista. Para ello arguyen su histórica pertenencia al Partido Comunista y su actividad profesional en el KGB. Por el contrario, otros lo colocan en el lado contrario gracias a la ayuda que han prestado para ello líderes de la ultraderecha europea, que lo han venido jaleando como modelo de gobierno sin las ataduras que los sistemas europeos se imponen a sí mismos.
La posición de quienes se fotografiaban alegremente con el presidente ruso, como Marine Le Pen, Viktor Orban o Matteo Salvini, ha quedado muy desairada por la actuación militar contra Ucrania, pero tampoco ha quedado mejor parada la progresía al encontrarse con que los principales países que han apoyado la operación rusa han sido Nicaragua, Venezuela, Cuba y China.
Acusar a Putin de ser comunista resulta, a estas alturas, muy equívoco. El modelo económico comunista ha sido periclitado. Los comunistas que quedan en el mundo viajan todos en coche oficial y hacen una aplicación muy poco canónica de las teorías marxistas. La identificación ideológica del modelo ruso, como también sucede con el chino, no permite clasificarse en los cánones tradicionales de la Guerra Fría y hay que concebir su sistema conforme a parámetros más actuales.
Lo que ha caracterizado al caudillo ruso ha sido su oposición al modelo de libertad occidental en el que (con todas sus insuficiencias y crecientes deserciones) se aspira a que los ciudadanos vivan y se desarrollen conforme a sus propias convicciones y creencias, dejando que sean el acierto en sus elecciones y el esfuerzo en sus proyectos los que resuelvan su futuro y, en suma, el del conjunto.
Por el contrario, quienes simpatizan con el autoritarismo de Vladímir Putin son quienes aspiran al éxito de un modelo de conducta, social y económica, que consideran superior y, por tanto, digna de ser impuesta a la fuerza.
Para unos, lo que les atraía de Putin era el modelo de familia o su oposición a la agenda ecológica; para otros, su resistencia al modelo de libre mercado y al éxito comercial de las potencias más activas y con mayores méritos económicos.
Entre los nostálgicos del comunismo han visto cómo Putin, aunque aliviado de las exigencias de un modelo económico que solo traía ruina, mantenía el objetivo marxista de impedir la natural evolución de la sociedad, lograr la supresión de los modelos tradicionales y sustituirlos por estereotipos creados racionalmente para constituir una sociedad nueva, ajena a lo que el devenir de la historia y la naturaleza ha constituido.
En definitiva, lo que gusta de Putin es que es un dirigente que no se conforma con seducir, sino que está dispuesto a aplicar su modelo, a imponerlo para crear uno que le parece mejor. Hoy lo hace en Ucrania como lo ha venido haciendo en Rusia durante años.
Quienes han admirado a Putin o lo siguen haciendo son aquellos que se sienten, como él, poseedores de un modelo ideal que debe de ser impuesto mediante leyes y restricciones, mediante la acumulación pública del capital o mediante el ejercicio de la coerción física.
El eje sobre el que se apoya Putin no es el que separa la derecha de la izquierda, como había sido tradicional y bien conocido. La división que marca Putin es la misma que se está fraguando en la geoestrategia que deja a EE UU en segunda fila y a Europa en la tercera, la que se libra en el desplazamiento del poder desde el Atlántico hacia el Pacífico. Una escena internacional que no se divide entre comunistas o capitalistas, sino entre el eje de la libertad y el de la imposición.
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