Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Trato de explicar mi posición sobre Ucrania a una amiga, pero por toda respuesta recibo un «yo estoy por la paz, no por la guerra». Le pido que me lo explique, pero me encuentro de inmediato con que «unos y otros son culpables, no me ... fío de nadie, hay intereses ocultos, no tengo arte ni parte en sus causas, tengo derecho a pensar en mí, hay que apoyar la diplomacia y la negociación». La conversación se acaba ahí. Ella se proclama pacifista y me tilda sin ambages de belicista.
Recientemente he leído proclamas de algunos que postulan «parar la guerra». Suena bien. Ojalá, me digo. La pregunta es cómo. Cuando lo exponen, la respuesta parece simple: no intervenir en Ucrania. Es decir, mejor dejar tranquilo a Putin, al igual que hizo Obama en Siria tras los ataques químicos, y no apoyar militarmente al Gobierno ucraniano tras los ataques rusos. Es la no intervención.
Y en ese momento me llegan viejos recuerdos.
Los demócratas y antifascistas de la generación anterior a la mía tenían clavado a fuego el papel del Comité de No Intervención de británicos y franceses durante la guerra española, que negaron las armas a los republicanos, al mismo tiempo que alemanes e italianos apoyaban sin reparos a los franquistas. También recuerdo muy bien cómo muchos de ellos soñaron hasta el último momento con que los norteamericanos nos les abandonarían tras el final de la guerra, incluso que intervendrían, con el desengaño correspondiente.
También eso es perder memoria histórica.
A la no intervención añaden la teoría de la conspiración. ¿Quién se beneficia de la guerra?, se preguntan, y se responden apuntando a las empresas que están obteniendo beneficios. 'Cherchez la femme', que se diría en otro tiempo. Si los negacionistas del covid apuntaban a Gates y Soros, hoy son determinadas empresas energéticas. ¿Alguien puede creer que Noruega es culpable del mantenimiento de la guerra por su enriquecimiento repentino gracias a los precios del gas?
A uno le viene a la memoria lo que tuvo que aguantar Sota Llano del ministro de Hacienda español de la época, Santiago Alba, por haber obtenido beneficios al poner sus barcos a comerciar con los aliados en la Primera Guerra Mundial; tampoco Sota tuvo responsabilidad alguna, ni en el origen ni en el mantenimiento de aquella guerra.
Aún recuerdo, con motivo de la guerra de los Balcanes, cómo se acusaba a las autoridades occidentales de dejar que se mataran unos con otros, sin hacer absolutamente nada; es decir, sin intervenir. Recientemente hemos visto cómo se pedía continuar militarmente en Afganistán ante la llegada de los talibanes y en defensa de los derechos de la mujer afgana. Para algunos, los 'culpables' siempre son los mismos: si hacen porque hacen, y si no hacen porque no lo hacen.
En el fondo, de manera más elaborada, su opinión es la de mi amiga: dejémoslo correr, nosotros a lo nuestro, como si esta guerra nos fuera ajena. Ya estamos viendo las primeras consecuencias.
Al margen de que un país ha invadido a otro y con la crueldad que estamos descubriendo, hay un hecho relevante: los países que se alían con Putin tienen un perfil claramente autoritario y han mostrado una voluntad anexionista en diversos lugares del mundo. Y aquí está el quid de la cuestión: ésta es una guerra de poderes a nivel internacional, lo mismo que se advertía en vísperas de la Segunda Guerra Mundial.
El debate que hoy tenemos es el que se planteó en vísperas del Pacto de Múnich, en septiembre de 1938. Franceses y británicos cedieron los Sudetes a Hitler y dieron pie a todo lo que vino después. Hoy el dilema es el mismo: mostrar y aplicar la fuerza necesaria para conseguir una negociación que logre la estabilidad perdida o ceder y ser arrastrados por ellos. Suecia y Finlandia, que olieron de inmediato el peligro, han roto ambigüedades anteriores. No es posible la equidistancia, nos han dicho. Lo que sufren los ucranianos es, en buena parte, consecuencia del abandono al que Estados Unidos condenó a Siria.
Lo que está ocurriendo es grave y va muy en serio. Viene una recesión y consecuencias políticas y económicas peligrosas. Ponerse de costado no favorece más que a Putin.
Lo que está por saber no son las barbaridades que las autoridades rusas van a cometer en Ucrania, porque, desgraciadamente, las cometerán, sino la reacción de la opinión pública europea ante las dificultades que vayamos a soportar. De eso depende todo.
Las sociedades se retratan ante los retos. Lo que merece la pena conlleva pena. ¿Estuvimos a la altura en la etapa de la pandemia? ¿Cómo actuaremos ahora ante lo que va a llegar?
Hoy es momento de repensar 'lo mío', porque de tanto pensar tan solo en 'lo mío' puede resultar que, una vez más, sean los más pobres y necesitados los que se queden sin nada.
Como siempre.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Fallece un hombre tras caer al río con su tractor en un pueblo de Segovia
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.