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El libro condensa palabras, y las palabras expresan pensamientos. Por ello, su potencial es infinito e impredecible. Su ilimitado poder lo ha convertido en objetivo de poderosos y de aquellos que quieren reemplazarlos, situando el pensamiento y el intelecto en el centro mismo de la ... lucha por el poder. Este proceso es tan antiguo como historia tiene la escritura; por ello, quemar libros, censurarlos y reprimir o asesinar a sus autores se viene haciendo desde entonces.
El siglo XX fue un periodo prolijo en eso de intentar castrar el pensamiento y quemar libros. Los regímenes totalitarios que abundaron en su primera mitad si por algo se caracterizaron fue por su poco apego al pensamiento humanista y por su tendencia a la bibliofobia violenta. Famosas son las imágenes de la Opernplatz de Berlín, en 1933, cuando masas de nazis enfervorecidos hicieron una gran pira donde las palabras que contradecían su doctrina, impresas en papel, ardieron sin piedad. Las miradas dogmáticas de los cachorros del totalitarismo son elocuentes de cómo el discurso del odio había calado en unas mentes que poco a poco se fueron adueñando de un país que acabó por cometer absolutas brutalidades. Una prueba de que el dogmatismo es peligroso, y de que la mejor vacuna es el pensamiento crítico, leer y tratar de comprender otros puntos de vista.
Pero Berlín no fue el único ejemplo de la barbarie del siglo XX. La Unión Soviética, sobre todo en la época de Stalin, no tuvo piedad ni con libros que contradecían su doctrina única ni con sus autores, que fueron muchas veces masacrados, al igual que pasó en la China de Mao y en otras de las muchas dictaduras que preñaron la anterior centuria.
En España, la dictadura franquista también prohibió y censuró libros y, cuando el régimen tocó a su fin y comenzó la Transición, grupos de extrema derecha, nacionalistas vascos radicales y grupos de extrema izquierda dieron rienda suelta a su aversión a los libros que no concordaban con su pensamiento. Los primeros ya habían empezado a operar tiempo antes, cuando la cultura que traspasaba los estrechos límites que imponía el franquismo comenzó a desarrollar una actividad clandestina cada vez más notable y dio forma a cambios socioculturales que llevaron, en última instancia, a que el régimen perdiera a la intelectualidad.
El primer ataque de grupos de ultraderecha que está documentado fue en 1962 contra una librería-galería de arte en Santander. Pocos años más tarde, en 1968, el escritor Raúl Guerra Garrido sufrió un ataque contra su coche cuando recogía el Premio Ciudad de San Sebastián por su novela 'Con tortura', sobre las torturas policiales a antifranquistas. Curiosamente, Guerra Garrido luego tuvo que sufrir durante décadas los ataques de los extremistas del nacionalismo vasco radical por su oposición a ETA.
Los años finales de la dictadura, sobre todo 1975, fueron especialmente convulsos. Entonces, la violencia de grupos extremistas actuó con especial virulencia contra las librerías, y entre todos destacan los de extrema derecha pues las librerías se habían convertido en correas de transmisión del pensamiento antifranquista que llevaba tiempo fraguándose en España. Eso sí, los libreros contestaron con más cultura -por ejemplo, con el documental 'El libro es un arma', de 1975-, y el apoyo de los clientes fue crucial para que muchos de estos negocios pudieran sobrevivir. Los violentos no consiguieron su objetivo, pero hicieron un daño inmenso y muchas veces irreparable, bien documentado en la última aportación historiográfica a este fenómeno, 'Allí donde se queman libros. La violencia política contra las librerías 1962-2018', escrita por los historiadores Gaizka Fernández Soldevilla y Juan Francisco López Pérez.
Además de la ultraderecha, el nacionalismo vasco radical y el terrorismo de ETA también pusieron en su punto de mira a las librerías. No a todas, claro, solo a aquellas que vendían libros contrarios a su doctrina. Quizás la más famosa haya sido Lagun, en Donostia. Regentada por dos históricos antifranquistas, Ignacio Latierro y María Teresa Castells, con el advenimiento de la democracia vieron cómo la libertad no se abría paso en Euskadi. Situada en el corazón de la Parte Vieja donostiarra, la librería sufrió numerosos ataques, tanto de la extrema derecha como del nacionalismo vasco radical. Quizás el más famoso fue en 1997, cuando miembros de este último rompieron los cristales, sacaron los libros a la plaza, hicieron una gran pira y les prendieron fuego. La imagen fue tan potente y resonaba tanto a totalitarismo que su eco todavía hoy se escucha. Otras librerías sufrieron la misma suerte. La respuesta fue resistir y sobrevivir. Ellas, como las que experimentaron el odio de distintos tipos de radicalismos, son un recuerdo de que el pensamiento totalitario siempre trata de controlar o mutilar la cultura y el pensamiento crítico. Recordarlo nunca está de más.
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