El 30 de enero de 1933 hacía frío en Berlín, pero seguramente la meteorología no era lo que estaba helando a más de un alemán. Ese día, Adolf Hitler, jefe del Partido Nazi, era nombrado jefe de Gobierno.

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Hitler no era un desconocido en la ... política de la República de Weimar. Líder del Partido Nazi, había intentado obtener el poder a través de un golpe de Estado diez años antes, en 1923. El miedo al comunismo era una constante en Europa desde que, en 1917, Lenin y los soviets establecieron el primer Estado comunista del mundo. Las posibilidades de una réplica de esta experiencia tras la I Guerra Mundial eran reales en muchos Estados europeos, como Alemania. La crisis económica, el trauma de la guerra o la inestabilidad política hacían pensar en ello. Y eso movilizó a sectores conservadores, abocándolos a un ideario con el que quizás no estaban de acuerdo al cien por cien pero que veían como el 'mal menor' con tal de que sus intereses no se vieran amenazados.

Hitler no ocupó la cancillería en solitario. Formó un Gobierno con los conservadores en el que estos tenían la mayoría. Estos socios eran el último escollo que imposibilitaba a Hitler su proyecto de crear una Alemania a imagen y semejanza del Partido Nazi.

La violencia desplegada por las secciones de asalto, las SA, en las calles alemanas fue fundamental para este proyecto. También la expansión de noticias falsas. La que mayores consecuencias tuvo fue la quema del Reichstag. El 27 de febrero de 1933 se produjo el incendio del Reichstag de Berlín. El líder nazi Göring rápidamente culpó, sin pruebas, a los comunistas. Amparado en esta 'fake news', el Gobierno acrecentó su poder, sobre todo tras la aprobación del llamado decreto del incendio del Reichstag que, de facto, suponía la suspensión de muchas garantías democráticas. Además, el Partido Comunista quedó ilegalizado, y así uno de los más feroces opositores al nazismo quedaba desactivado.

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Así y todo, Hitler veía que no podía avanzar con sus reformas constitucionales, así que pidió a Hindenburg, jefe del Estado, la convocatoria de nuevas elecciones. Se celebraron el 5 de marzo y los nazis no se hicieron con la ansiada mayoría absoluta que les permitiera modificar la Constitución y así llevar a cabo su particular 'revolución'. Ello no fue un obstáculo pues, valiéndose del decreto del incendio, imposibilitaron a los comunistas y a algunos socialdemócratas para participar en la votación de la ley habilitante, que suponía otorgar todos los poderes a Hitler de manera transitoria. El día de la votación, poco más de 80 socialdemócratas se opusieron a ella. El resto de parlamentarios votaron a favor. La República de Weimar quedaba disuelta.

Como se puede ver en la muy resumida línea temporal presentada, fueron una serie de circunstancias las que llevaron a Alemania -y a Europa- al desastre. El Partido Nazi no tenía una mayoría aplastante en las urnas, ni la hegemonía de la cámara legislativa ni un gobierno en solitario. Y aun así fueron lo suficientemente hábiles como para convencer al resto de partidos con los que podían tener alguna afinidad ideológica para que les dieran el poder. Con discursos moderados al principio, con promesas de no usar esas atribuciones de poder absoluto más que «cuando fuera necesario», manipulando hábilmente el miedo al comunismo o al estallido social, y usando la violencia con fines políticos, Alemania se abocó al desastre más absoluto.

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Lo expuesto es de sobra conocido. La lección del nazismo y los horrores de la Segunda Guerra Mundial parece que, a priori, está más que aprendida. Y, aun así, podemos ver hoy coqueteos con fuerzas políticas extremistas, que no tienen mayorías parlamentarias ni sociales, pero a las que se les va dando cada vez más poder en la esfera institucional europea. En los últimos años se habla continuamente del 'cordón sanitario' a la extrema derecha. Hoy va tomando forma, de manera tímida aunque sin titubeos, una suerte de blanqueamiento de estos partidos, al ser considerados posibles socios de poder -legitimándolos, por tanto-.

La obtención por Meloni en Italia de la jefatura del Gobierno ha sido un momento clave en este proceso. La victoria de Donald Trump en EE UU ha dado alas a todos estos partidos que creen que la implantación de su ideario en Europa está cada vez más cerca. En 1933 uno de los elementos centrales para los coqueteos con los nazis fue el miedo al comunismo. Hoy el miedo a la inmigración y a los efectos de la globalización pueden jugar un papel similar. La Historia no se repite, pero sus enseñanzas nos ayudan a reflexionar sobre el presente. Ojalá reflexionemos a tiempo sobre cómo los coqueteos con partidos extremistas, del signo que sea, que ponen en duda el propio sistema democrático nos pueden salir demasiado caros. Y en este caso lo caro es la supervivencia y continuidad de nuestras propias democracias.

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