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La Historia no se repite sencillamente porque los tiempos y sus actores cambian, pero es cierto que hay patrones del comportamiento humano que vuelven de manera cíclica y que replican ciertas dinámicas sociales. Leo, una vez más, y ya son demasiadas, que en Níjar (Almería) ... han derribado un campamento de chabolas donde vivían -o más bien malvivían- cientos de inmigrantes. Sin agua, sin saneamientos, con calles que no son más que enormes charcos de barro, son espacios donde conviven personas que generalmente trabajan en el campo andaluz por un mísero sueldo, sin poder reclamar derechos porque la mayoría de las veces son irregulares llegados de otros países. La seguridad de esas personas y la salud pública han sido los argumentos esgrimidos esta vez para el derribo, unos argumentos que suenan demasiado a historias que podemos leer en los periódicos de hace cien años.
Aquí, en la zona minera de Triano, en las últimas décadas del XIX hacía falta una ingente mano de obra para poner en marcha y alimentar el acelerado proceso industrializador de la cuenca del Nervión. Miles de personas amanecían a diario, se ponían sus míseras ropas y engrosaban las filas de trabajadores que, con picos, palas, barrenos y otros artilugios horadaban los montes de Triano, sacaban el mineral y lo metían en las vagonetas rumbo a la ría, desde donde salían los barcos que exportaban tan preciado producto. Los beneficios de esta actividad fueron ingentes y hubo unos pocos que se hicieron inmensamente ricos mientras estos trabajadores malvivían en barracones inmundos e infectos, donde la salubridad no existía y las enfermedades hacían estragos en unos cuerpos debilitados no solo por el trabajo, sino también por la pésima calidad de los alimentos que consumían.
Tal fue la situación que el incipiente movimiento obrero de esta zona puso en esta cuestión el foco, y fue la mejora de las condiciones de habitabilidad y de comida la piedra angular de las primeras reivindicaciones obreras, que culminaron con la exitosa huelga minera de 1890, aquella en la que el carismático líder Facundo Perezagua gritaba contra «los cuarteles y las barracas donde se explota a los mineros haciendo con ellos herejías y tratándoles como bestias», tal y como reporta la prensa de la época. Con el Pacto Loma se decretó el fin del paro, y con ello la desaparición de estos barracones y de las cantinas obligatorias.
Aquella huelga fue tratada por las autoridades liberales de la época como un problema de orden público, y no es casualidad que se enviara al Ejército a sofocarla. Fue una batalla por la dignidad humana, protagonizada por personas que eran criminalizadas por su estado social, tratadas como animales por un capitalismo voraz y asimiladas a la peligrosidad y la irracionalidad por una moral burguesa que establecía los límites de lo socialmente aceptable. Unos argumentos que no suenan tan lejanos en 2023.
Volvemos a la actualidad. El campamento de Níjar no es el único, y por toda Europa abundan este tipo de asentamientos. Uno de los más famosos es el conocido como La Jungla, en la ciudad francesa de Calais, paso fronterizo por mar con Reino Unido, y que ha vivido varios procesos de desmantelamiento desde hace algunos años. Allí, miles de personas llegadas de otros países -generalmente de África- malvivían en chabolas con la esperanza puesta en pasar el Canal e iniciar una nueva vida en suelo británico. Pero entretanto había que sobrevivir a la insalubridad, el frío, las malas condiciones de la alimentación y los peligros inherentes a una vida en condiciones de ilegalidad. Uno de ellos es la posibilidad de los desalojos, la confiscación de las pocas pertenencias de estas personas -y donde se condensa muchas veces toda su vida y sus esperanzas- y su internamiento en centros. Y, como en otros tiempos, estas personas se resistieron a ese trato y lucharon por su dignidad.
Es cierto que la situación de las personas que hoy están en esos campamentos y la de aquellos habitantes de Triano de hace cien años distan mucho. Quizás la diferencia principal es que hoy uno de los agravantes es la procedencia de estas personas, extracomunitarios, lo que les convierte en irregulares, empeorando una realidad ya de por sí cruda, y la realidad del cambio climático que está empujando a millones de personas a salir de sus lugares de origen, ante la imposibilidad de seguir viviendo en ellos.
Pero también es cierto que hay un hilo conductor en esta centuria, los argumentos de peligrosidad esgrimidos a la hora de abordar esta problemática social, tratar estas cuestiones como un problema de orden público y criminalizar y estigmatizar a estas personas. El desalojo del asentamiento chabolista de Níjar nos demuestra que las líneas más torcidas de la Historia tienden, muy tristemente, a repetirse.
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