Los ánimos se hallaban muy excitados, y los que más muestras de acaloramiento dieron fueron los sacerdotes que iban en la peregrinación. Uno de ellos intentó abofetear a un radical, lo cual produjo una gran confusión. Se enarbolaron los palos de uno y otro bando, ... y durante algunos minutos se hizo imposible el tránsito por el puente». Esta crónica aparecida en 'El Noticiero Bilbaíno' el 5 de octubre de 1903 describe el ambiente previo a la conocida como la 'Begoñada', una de las mayores luchas entre católicos y anticlericales que se vivieron en Bilbao durante su proceso de modernización, de la que se cumplen ahora 120 años.

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En 1903 la Virgen de Begoña había sido confirmada por el Vaticano como patrona de Vizcaya. Los festejos para celebrarlo fueron fastuosos y movilizaron enormemente a las fuerzas vivas católicas de la villa. Además de ello, desde el 7 de septiembre hasta el 11 de octubre, centenares de peregrinos se sumaron a las procesiones que se celebraron por toda la provincia para festejar tal hecho, procesiones que culminaron en Bilbao, donde algunas calles y balcones fueron engalanadas con la imagen de la Virgen.

Esto generó no poco malestar entre los sectores anticlericales, liberales, republicanos y socialistas, que protestaron airadamente por lo que entendían que era una hegemonización religiosa del espacio público y una intrusión de la religiosidad en las instituciones. Así, no extraña que los liberales en el Ayuntamiento, con el alcalde Pedro Bilbao a la cabeza, se negaran a sufragar la fiesta y el líder de los republicanos bilbaínos, Horacio Echevarrieta, afirmara en un mitin que quería una «Vizcaya libre, sin jesuitas».

Por su parte, los socialistas, desde su semanario 'La Lucha de Clases', afeaban «a nuestras devotas señoritingas, a nuestros bellos luises, a los graves ladronazos del Boulevard y a toda la frailería andante y rozagante» que no se ocuparan de la cuestión social ni de la situación precaria de los obreros, a los que denominaba «cristos modernos», y su concejal en Bilbao, Facundo Perezagua, pidió que las procesiones no salieran del perímetro de la basílica.

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La tensión entre ambas formas de entender el hecho religioso fue creciendo a lo largo del mes de septiembre y de octubre, y culminó con los sucesos del 11 de octubre de 1903, la 'Begoñada'. Ese día parte de la ciudad apareció vestida de gala, con colgaduras en honor a la Virgen. Los ataques a las mismas no se hicieron esperar desde primera hora por parte de republicanos y algunos socialistas que entendían que tamaña exhibición religiosa no procedía en una localidad que se había ganado el título de Invicta por su feroz resistencia al asedio carlista en 1874.

A lo largo de la jornada, enclaves simbólicos como la Universidad de Deusto o la Residencia de los Jesuitas fueron objeto de virulentos ataques y en la parroquia de San Nicolás, punto de salida de una de las comitivas, hubo fuego cruzado entre un sacerdote y un obrero. La tensión fue 'in crescendo', y hacia el mediodía la violencia se había apoderado de parte de la ciudad.

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Fue entonces cuando, en el Casco Viejo, en la calle Ribera, jóvenes afines al republicanismo y al socialismo descolgaron las imágenes de santos que pendían en las hornacinas de algunas fachadas y las arrojaron a la ría. Fue el día en que «los santos acabaron en la ría», un acto iconoclasta que reforzó el anticlericalismo de las culturas políticas republicana y socialista.

El escritor Vicente Blasco Ibáñez, testigo presencial de aquellos hechos, narró así esta explosión de rabia e indignación anticlerical en su novela 'El intruso': «Un tropel de desalmados, furiosos después de la lucha en el Arenal, se habían esparcido por las Siete Calles, escalando las hornacinas que cobijaban las imágenes de los patronos de aquella Bilbao tradicional. Los santos eran arrojados de sus capillas y arrastrados después hasta la ribera, entre las patadas y salivazos de la turba, que quería vengar en aquellos cuerpos de palo, pintados y dorados, la sangre derramada por otros de músculos y hueso. ¡Al agua los santos! Y caían de cabeza en la ría las vírgenes y los bienaventurados».

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La jornada se saldó con un muerto -el jardinero de la Universidad de Deusto- centenares de heridos y varias docenas de detenidos; pero, sobre todo, con un gran trauma colectivo al ver unos y otros cómo el fanatismo afloraba en sus peores formas. Como afirmó el doctor Areilza en una carta a un amigo, de forma un tanto hiperbólica pero no exenta de un trasfondo de realidad, «lo de Bilbao ha sido muy gordo. No tanto por el número de víctimas sino porque aparecieron los dos fanatismos con caracteres tan salvajes como en los tiempos más furiosos de la Revolución Francesa».

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