En 1904, Bilbao se convirtió en uno de los epicentros del debate sobre el trabajo de la mujer obrera. Virginia González, una de las pocas mujeres que figuraban en el liderazgo del PSOE, fundó la Agrupación Femenina Socialista, la primera de este tipo en España. ... Era un día de julio y las «150 compañeras que aplaudieron con entusiasmo» a esta brillante oradora iniciaron el largo camino de la integración de la mujer en el movimiento obrero.
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El debate sobre cuál debía ser el papel de la mujer en la lucha de la emancipación de clase se había producido desde el inicio de este fenómeno y se había convertido, a la altura de 1900, en un tema espinoso para todo el movimiento obrero europeo, que criticaba ferozmente al feminismo por considerarlo burgués, al tiempo que veía que los estándares de familia y de 'ángel del hogar' de la familia burguesa difícilmente podían acomodarse a la realidad de las clases trabajadoras.
En el contexto vizcaíno, donde el socialismo más obrerista, encarnado en el 'perezagüismo', era hegemónico, las preocupaciones del partido iban por derroteros más centrados en lo laboral y, aunque existe constancia de que las mujeres asistían a mítines y apoyaban huelgas y manifestaciones, su integración era más bien escasa. Ello empezó a cambiar a principios de siglo, cuando un grupo en torno a la figura de Tomás Meabe fue tratando de ensanchar el significado de la clase e integrar a otros colectivos, como fue el de las mujeres.
En ese grupo se encontraba Virginia González, gran propulsora de este proyecto. Fue ella la que el 12 de julio de 1904 fundó la Agrupación Femenina Socialista, un espacio exclusivo para mujeres -«las mujeres socialistas pueden prestar más servicios a la idea y al partido en sus grupos que entremezcladas en las agrupaciones varoniles», esgrimía en el semanario del partido 'La lucha de clases- donde ellas pudieran hablar y debatir sobre los problemas que las afectaban, que luego fueron trasladando a las instituciones y se tradujeron en no pocas leyes.
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Además, en esta organización fue tomando forma el arquetipo de la 'mujer socialista', que se caracterizaba por ser compañera del hombre, educada tanto para contribuir a la lucha por la emancipación como para poder acompañar al hombre en la misma e instruir a los retoños en la cultura política y afectiva socialista. Era además una mujer que se definía por su papel de madre defensora de sus hijos y con ello se redefinió el concepto de amor maternal. El tema de la maternidad fue uno de los que más preocupación generaba en la época.
En esto Virginia González se mostró firmemente defensora de leyes que prohibieran el trabajo de la mujer durante el embarazo y el puerperio, como hizo en el congreso de UGT de 1907 pues, argumentó, «mujer cansada y desnutrida mal puede hacer el milagro de contentar al de dentro». De este modo fue tomando forma la 'mujer socialista', a la que Virginia González se refirió así en un mitin: «La mujer buena, la compañera del hombre, facultada y perfectamente capacitada para las grandes empresas del amor y del bien en la lucha social». Es decir, una mujer educada y conocedora y defensora de la doctrina socialista.
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Aunque la influencia de esta agrupación en el socialismo vizcaíno no fue absoluta, tampoco fue menor, pues no solo consiguió ensanchar la base social del partido, al integrar a las mujeres, sino que avivó el debate sobre qué significaba ser socialista, intentando desligar este concepto de la asimilación que tenía con la masculinidad obrera.
Y en este proceso muchos jóvenes militantes, hombres y mujeres, apoyaron esta agrupación y pelearon por su éxito, y buena prueba de ello es que se la dotó de algunos potentes canales de difusión de su propaganda, pues, además de un centro obrero, corazón físico de la sociabilidad, contaba también con un órgano de prensa, 'La lucha de clases' -entonces dirigido por Tomás Meabe- que frecuentemente publicaba artículos sobre el trabajo femenino o daba publicidad a las conferencias que esta agrupación organizaba. Además, el entusiasmo y apoyo de una parte de la militancia más activa, agrupada en torno a las Juventudes Socialistas, hacía de esta organización un espacio potencialmente atractivo para mujeres que buscaban un espacio de sociabilidad donde materializar sus inquietudes.
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Aunque este primer intento de integrar a las mujeres en el movimiento socialista en Bilbao duró poco tiempo, unos años, fue el germen de lo que casi tres décadas más tarde afloraría, las potentes organizaciones femeninas dentro del movimiento obrero, que redefinieron lo que significaba ser mujer y ser socialista en los años de la Segunda República.
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