Quizás por llevar mucho tiempo asentado en Navarra, ha pasado algo desapercibida en el País Vasco y en su Bizkaia natal la noticia del fallecimiento del historiador Ignacio Olábarri Gortázar, que tuvo lugar en Pamplona el pasado día 4. Nacido en Bilbao en 1950, en ... el seno de una familia vinculada al empresariado vizcaíno, se doctoró en Historia en la Universidad de Navarra en 1976. Tras una estancia como profesor agregado en Murcia, pasó a ser catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco, que entonces daba sus primeros pasos. Al cabo de poco tiempo regresó a Navarra, donde transcurrió el resto de una vida profesional que, pese a estar lastrada por una enfermedad crónica, produjo importantes frutos.
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El profesor Olábarri perteneció a la generación que, desde perspectivas muy diversas, renovó la historiografía contemporánea vasca en la Transición. En su libro 'Relaciones laborales en Vizcaya (1890-1936)' aplicó una mirada diferente a la historia del movimiento obrero entonces predominante. Se distinguió por prestar atención a cuestiones teóricas y metodológicas, y estuvo siempre abierto a las corrientes procedentes de otros países. Fue un investigador valiente y mostró una gran independencia de criterio, sin que le pesara el peligro de ir contra corriente. En palabras de uno de sus discípulos, el profesor Francisco Javier Caspistegui, «siempre buscaba motivar y cuestionar tópicos y lugares comunes».
Yo tuve ocasión de conocerle en la Facultad de Letras de la Universidad del País Vasco, donde me dirigió la tesina en 1983. Recuerdo algunos detalles de esa supervisión, que demuestran su detallismo y su espíritu crítico, en el buen sentido de la palabra. Por ejemplo, en la tesina yo demostraba que, en el pionero estudio sobre el proceso autonómico vasco en la II República del profesor Juan Pablo Fusi, se había deslizado una equivocación de detalle. Al ser yo entonces un principiante y Fusi un historiador consagrado, que más tarde dirigiría mi propia tesis doctoral, no me había atrevido a señalar expresamente ese error. Sin embargo, Ignacio Olábarri me animó a incluirlo, pues el respeto debido a la veteranía académica y al buen hacer del profesor Fusi no debía ir en menoscabo de la exactitud y honestidad investigadora, destacando explícitamente ese detalle.
Asimismo, en ocasiones utilizaba yo en la tesina la expresión 'curiosamente' al explicar algunos hechos de la evolución política de Álava durante la Segunda República. Ignacio Olábarri me señaló que había que buscar la explicación profunda de los acontecimientos históricos y que ese adverbio no era propio de un análisis historiográfico. De hecho, casi siempre se podía sustituir por 'significativamente'. Solo mantuve esa expresión al narrar cómo había afectado a Álava el decreto del Gobierno de Azaña disolviendo la Compañía de Jesús en 1932, consecuencia de la Constitución republicana del año anterior. Y es que la residencia de los jesuitas en Vitoria estaba 'curiosamente' (ahora sí) en la calle Constitución.
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En este sentido, es cierto que la crítica no demasiado indulgente, aunque siempre positiva, del profesor Olábarri podía llevar a considerar excesivamente duros sus comentarios o reseñas historiográficas. Sin embargo, cualquiera que le conociera en persona y que supiera entender el sentido alentador de sus críticas desechaba esa impresión implacable que, en un primer momento, podían causar algunas de sus observaciones.
Y es que, más allá de sus méritos académicos, Ignacio Olábarri destacaba por su lado humano, más importante que sus virtudes en la docencia o la investigación. Por ejemplo, aprendí de él a pensar en los padres y familiares de los doctorandos que, en el acto de defensa de una tesis doctoral, podían sentirse desconcertados o enfadados por los comentarios críticos de los miembros del tribunal (incluido él mismo) sobre el trabajo de su hijo. Por ello, antes de comenzar el acto de defensa, solía preguntar quiénes eran los padres del doctorando, para avisarles previamente de que la 'liturgia' de defensa de una tesis incluía el ser crítico con el doctorando, pero que no se preocuparan, porque su hijo iba a sacar una nota excelente… después de haber sido aparentemente vapuleado por el tribunal.
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Son solo dos anécdotas que reflejan la personalidad de «un gran historiador vasco que se nos ha ido, silenciosamente», tal y como ha escrito Jon Juaristi. Pero Ignacio Olábarri no solo fue un gran historiador y un maestro sino, sobre todo, una gran persona.
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