
El político
Un dirigente debe tener un plan de vida colectiva coherente, y realizarlo. ¿Es ese el caso de Pedro Sánchez?
Santiago Arauz de Robles
Jurista y escritor
Domingo, 16 de marzo 2025, 23:58
Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Santiago Arauz de Robles
Jurista y escritor
Domingo, 16 de marzo 2025, 23:58
Me propongo creer que nuestros gobernantes, prietos en torno al jefe único en La Moncloa y Ferraz, toman como modelo a seguir a Mirabeau, el ... hombre de la oratoria diamantina en la Asamblea revolucionaria francesa, hasta imponerse fugazmente en su proceso constituyente. Gabriel Mirabeau es, en un soberbio y rupturista ensayo de Ortega y Gasset, el hombre «político por excelencia». Veamos sus rasgos esenciales, según Ortega.
Pone en el frontispicio de su análisis, pero para desmontarlo de inmediato, lo que para Joseph Chénier es un axioma: «Considerando que no hay hombre grande sin virtud». Por el contrario, nuestro gran filósofo hace notar que ni César, ni Napoleón, ni alguien tan excelso como Miguel Ángel Buonarroti eran personas virtuosas, en el sentido burgués. Y Mirabeau se corresponde con aquel patrón. Se pregunta: «¿Tiene sentido decir peyorativamente que César era egoísta?». Y se responde: «Pretendía nada menos que ser un césar, igual que Napoleón aspiró toda su vida al puesto ilustre de Napoleón».
Estas gentes, ¿son inmorales, amorales, tal vez porque son dementes? Esos eran los antecedentes genéticos y culturales del marqués de Mirabeau. Pero no cuenta ni el precedente ni su propia biografía: «la fama adversa, con todo su lastre de fango se le convertía en gloria».
¿Cuáles eran las virtudes personales con las que sobresalía de la masa llamada al anonimato? Lo que Ortega denomina la impulsividad y su realización, que es el activismo. El «gigante» Mirabeau, que muere en 1791 sin haber culminado su obra, actúa de inmediato en virtud de ocurrencias intuitivas, como en los disturbios puramente revolucionarios (en una Francia próspera, es un dato a considerar) de Marsella, y lo hace con efectiva eficacia.
Quedamos, pues, en que Mirabeau fue un prototipo, y en que, posiblemente, si la cámara de los adictos al político Sánchez ha oído hablar del francés, estará intentando seguir sus pasos. Aunque no creo que sea el caso, hay cierto menosprecio por determinada cultura histórica; tampoco es creíble que el modelo sea equiparable. ¿En qué se diferencian, pues, el Mirabeau solitario y el Pedro Sánchez con su amplia camarilla cambiante?
El provenzal es impulsivo, vive y actúa en el aquí y ahora, pero conserva la perspectiva histórica. En su Francia es el único que concilia el pasado con el futuro. Preconiza una monarquía constitucional, clama contra el error de la revolución jacobina y dice lapidariamente, antes de que ocurra: así se conduce a un rey al patíbulo. A diferencia de él, y bifurcando radicalmente sus coincidencias, el presidente Sánchez, con más poderes y quizás el mismo aplauso popular de Mirabeau, manipula los tiempos. Pasa por encima la ocasión de la Transición, que mereció aplauso universal, y enlaza con la España fratricida de los años 30, respecto de la que el propio Ortega y Gasset reconoció «no es esto, no es esto». Para justificar su rupturismo con la España de la concordia resucita el franquismo, que no conoció. En suma, nos hunde de cabeza en las dos Españas que lamentaba con causa don Antonio Machado. Pero hay, entre Mirabeau y Sánchez, otras divergencias, que resultan del ensayo de Ortega.
El hombre político, que personaliza en Mirabeau y hoy se cree, por muchos, ver en Sánchez, es seguramente impulsivo, impreciso (cambiante, con las circunstancias), pobre de intimidad, duro de piel... pero ¿suficiente para ser excelso? Ortega dictamina: No basta, para ser un político de genio es preciso agregar el genio. Y el genio consiste en tener un proyecto, un plan de vida colectiva coherente, y realizarlo. ¿Es ese el caso de Sánchez? El proyecto, en este caso, sería el régimen de Venezuela. La no condena de la Venezuela del sátrapa Maduro por el PSOE sanchista supone convertirlo en posible objetivo, en farallón de rocas contra el que estrellar a nuestro pueblo en su navegación. Y hace falta más. Hace falta que del proyecto político forme parte la justicia. No hay duda de que sin cierto sentido de la justicia no puede nadie ser un gran político. No con la invasión de la justicia-institución, sino con su contrario, con «lo justo», o sea la verdad, sagrados en sí mismos y necesarios para la convivencia, como objetivo a conseguir por los jueces, personas independientes, responsables solo ante el fuero de su conciencia y ante la ley.
Finalmente, aunque el buen gobierno de los pueblos nunca tiene fin, política es tener una idea clara de lo que se debe hacer desde el Estado, tener por y en el Estado la humildad de reconocerse solo como instrumento, no como fin, porque concederse a uno mismo el mínimo de ventajas imprescindibles contribuye a aumentar la vitalidad de los ciudadanos.
La reciente, al menos, historia universal parece tomar otros derroteros en apariencia, pero solo en apariencia, distintos entre sí: a los totalitarismos fascistas sustituyeron los comunismos y a estos los populismos actuales, aupados y cada día más por las redes sociales. En esta línea puede reconocerse, con alta probabilidad, el momento de España. Una ocasión crítica, ciertamente.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Siete años de un Renzo Piano enredado
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Recomendaciones para ti
Antonio Elorza: La utopía de Elon Musk
Antonio Elorza
Favoritos de los suscriptores
Noticias recomendadas
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.