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En noviembre de 2014, Ségolène Royal recibió al Papa Francisco en Estrasburgo con motivo de su visita al Parlamento Europeo y al Consejo de Europa. La entonces ministra de Medio Ambiente en el Gabinete de Hollande le preguntó si era cierto que estaba escribiendo algo ... sobre la destrucción del planeta y el Pontífice se lo confirmó. «Por favor, publíquelo antes de la cumbre de París», le rogó. Bergoglio aceleró y anunció el 24 de mayo de 2015 la 'Laudato si', la encíclica en la que aborda la degradación ambiental y humana. Royal era consciente de la autoridad moral del Papa y de su papel como aliado en la agenda del Gobierno socialista francés y no se le cayeron los anillos por reconocerlo
Recientemente, el primer ministro galo, Jean Castex, pronunció un significativo discurso en la Embajada de su país ante la Santa Sede (con motivo del centenario del restablecimiento de las relaciones diplomáticas con el Vaticano) en el que se refirió al «vínculo filial» entre Francia y la Iglesia católica. Eso no quita para que el inquilino del Palacio de Matignon le leyera la cartilla al jefe de los obispos franceses por afirmar que el secreto de confesión está por encima de las leyes de la República en el fragor del macroescándalo por los abusos sexuales.
Estos ejemplos vienen a cuento para visibilizar la línea de diálogo entre los distintos gobiernos de Francia, de la ideología que sean, con la Iglesia, pese a su larga y acreditada historia en el ejercicio de la laicidad. En España estas cuestiones se suelen abordar con mayor crispación y muchos complejos, aunque es verdad que ahora no es lo que más preocupa al PSOE ni al Gobierno de Pedro Sánchez. Tampoco a la cúpula de la Iglesia, situada en un nuevo tiempo, que no es de calle y pancarta. El 3 de agosto, Félix Bolaños, ministro de la Presidencia y hombre fuerte en La Moncloa, se reunió durante más de una hora con el cardenal Omella, presidente de la Conferencia Episcopal, en uno de sus primeros pasos como miembro del Gabinete. Un gesto.
Sobre todo, porque se acababa de conocer el contenido del informe 'Líneas de acción para los cursos pastorales 2021 a 2025', en el que los obispos firmaban un diagnóstico catastrofista de la situación de España, que no le hizo ninguna gracia a Sánchez. Los prelados hablaban de una sociedad «desvinculada, desordenada e insegura» y alertaban del «resurgir artificial de las dos Españas, de tan dramático recuerdo». También denunciaban la emergencia de «una propuesta neopagana» con un intento deliberado y teledirigido de «desmontar la herencia cristiana» en el país, donde «la fe, frecuentemente, es negada, burlada, marginada y ridiculizada». Sin embargo, no llegará la sangre al río.
El PSOE ya había presentado su 'hoja de ruta' con la ponencia marco para el congreso federal, en la que sacralizaba la vigencia del Estado laico y la política de laicidad como salvaguarda del pluralismo, que situaba «en el extremo opuesto de las concepciones únicas de verdad, dogma y fe». El texto, además de ratificar la apuesta por la no obligatoriedad de la asignatura de Religión y su no inclusión en los cálculos de nota media, desempolvaba los compromisos de promover una Ley de Libertad de Conciencia, Religiosa y de Convicciones, y revisar los acuerdos con la Santa Sede. A diferencia de otras ocasiones, apenas hubo debate sobre estas cuestiones en el cónclave socialista de Valencia. No se hizo batalla.
Actualizar el pacto entre el Vaticano y el Gobierno después de 42 años no parece un objetivo descabellado, lo mismo que hacerlo coincidir con una nueva ley de libertad religiosa para no quedarse en una situación de vacío. Ambas iniciativas están vinculadas. Sin embargo, todo indica que no habrá tiempo en esta legislatura para abordar ambos temas. Quizás tampoco para el Estatuto de Laicidad para actos públicos. El Ejecutivo ha tenido ahora una ocasión de oro para plantearlo con ocasión del nombramiento del arzobispo castrense, que todavía se rige por un protocolo casi medieval. Y, aunque no le han faltado ganas, ha preferido no hacer sangre. Si la Iglesia está perdiendo peso e influencia, ¿para qué te vas a meter en líos? La designación de Isabel Celaá como embajadora ante la Santa Sede será otra prueba del algodón.
Avanzar hacia un Estado laico es ahora más fácil en una España que está dejando de ser católica si hacemos caso a los barómetros del CIS, que certifican un 40% de agnósticos, indiferentes y no creyentes. Un porcentaje histórico que coincide con la pérdida de prestigio de la Iglesia. Tampoco la política está para echar cohetes. La Iglesia debería controlar su alineamiento con la derecha judicial y política; y la izquierda, tender puentes para articular la convivencia social y cultural desde valores compartidos y pactados. El propio Sánchez ya alabó la encíclica 'Fratelli Tutti' y Pablo Iglesias admitió que muchas de las ideas básicas de Francisco las firmaría Podemos. Hasta la vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, se va a reunir con el Pontífice para abordar «retos comunes». Sánchez y Bergoglio coinciden en la doctrina del multilateralismo para afrontar los grandes desafíos globales y construir un mundo más pacífico, justo, inclusivo y sostenible. Hay puntos de conexión. La línea del diálogo constante es el camino.
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