Hacia 1970 visité a Eli Gallastegi en su apartamento de San Juan de Luz, donde incluso tenía algo parecido a un altarcillo de recuerdos de Sabino Arana y su hermano Luis. Eli se mantenía como un setentón locuaz y animoso, encantado de contar su militancia ... en pro de la «pureza doctrinal» sabiniana y de mostrar los periódicos de su corriente que atraían mi interés como investigador. Ante tanto entusiasmo, tuve que advertirle de que yo no era nacionalista. «No importa, eres vasco», contestó. Me acompañaba en la lectura de periódicos y cuando hice notar la presencia de firmas femeninas, aclaró que eran artículos suyos, para impulsar la participación activa de la mujer. Seguidor del nacionalismo irlandés, Eli veía en la mujer la clave para reforzar la militancia y transmitir la ideología. Para ello fundó en 1922 el Emakume Abertzale Batza, sobre el patrón del Cuman'nan Ban irlandés.
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Con anterioridad, Sabino Arana había visto a la mujer como un elemento necesario, y al mismo tiempo frágil, del patriotismo vasco. El matrimonio mixto representaba la destrucción de la pureza racial y por eso Libe, su heroína, al recuperar el sentido de la patria paga el precio de la muerte por haberse enamorado de un invasor castellano.
La ortodoxia de Sabino y el activismo irlandés se conjugaron en el proyecto de Eli Gallastegi (Gudari), dando lugar a la rama sectorial más próspera del movimiento nacionalista. Ante todo, en el plano de la transmisión de la ideología, fundamental en la posguerra. Y cuando un sector de la 'nueva juventud vasca', de la gaztedi berria de los años 60, pasó a lo que llamaron lucha armada, no faltaron el apoyo de la madre patriota y la incorporación de una minoría de mujeres jóvenes a la militancia activa, reproduciendo el modelo irlandés de Gudari. Sus nietas Irantzu y Lexuri, fueron el más claro ejemplo. Y si es cierto que 'Yoyes' fue una mujer convertida en víctima, antes de ser víctima fue verdugo. Soledad Iparragirre, 'Anboto', e Idoia López Riaño, 'Tigresa', ilustran esa presencia destacada de una minoría de mujeres en el terrorismo de ETA.
La imagen transmitida por Gaizka Fernández Soldevilla (EL CORREO, 21-4), presentando a ETA enfrentada a las mujeres, es solo una parte de la realidad. Con su precisión habitual, el historiador reúne los componentes de un puzle donde vemos que en ETA prevaleció el machismo, que de feministas, nada, y que pocas llegaron a puestos de dirección y a cometer atentados. Pero llegaron y esto significa mucho, en el marco del machismo dominante en la vida pública vasca. Además, ETA-movimiento registró y registra, en su mutación Bildu, una notable intervención de las mujeres, no simples acompañantes en las manifestaciones y la militancia. De las movidas de Herri Batasuna a los 'ongi etorri'.
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No es posible cerrar los ojos ante este hecho, que nos devuelve a la línea roja que sale del sabinianismo -dejemos 'aranismo' en Krutwig-, y que va más allá de ETA. La cuestión es de fondo y afecta tanto a la historiografía actual como a la visión sobre las víctimas y al futuro de Euskadi. Fernández Soldevilla, figura clave en el Centro de Memoria, de 'La voluntad del gudari' a 'El terrorismo en España', ha elegido una vía que lleva a establecer una crónica minuciosa del terror, pero sin adscribirlo a su origen, común con el PNV, el cual explicaría la mezcla de distanciamiento y complicidad que caracterizó sus relaciones con ETA, culminada en Lizarra.
Microscopio en la crónica y debilidad en el análisis ideológico crean una situación muy incómoda para la comprensión y para el discrepante, sobre todo porque tanto Fernández Soldevilla como su entorno institucional rehúyen de plano el debate habitual en la historiografía. Si alguien piensa lo contrario, es refutado de modo sumario y 'supresso nomine'.
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Así no es solo que Sabino fuera un racista agresivo en su antiespañolismo, sino que es falso que no practicara la violencia. Así están, entre sus primeras hazañas, el círculo de Gernika asaltado y destruido por alzar la bandera española y el episodio que cuenta 'Bizkaitarra' del círculo también asaltado de la calle Jardines para expulsar a los maketos. Otra cosa es que percibiera que la lucha armada no era posible. Hablar de ETA sin Sabino es lo mismo que explicar el terrorismo islámico sin el legado de Mahoma. Para Sabino y para el conjunto nacionalista, sin el modo de pensamiento de su maestro San Ignacio: absolutismo de los principios, flexibilidad en los medios.
La dimensión teleológica, como las variables que integran el contexto, son imprescindibles para que la crónica se convierta en historia. Otra cosa es ignorar que ese reconocimiento de la continuidad exige integrar las mutaciones, como pudo ser el tercermundismo de los años 60.
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Por fin, el afortunado mitema propio de la historia del nacionalismo vasco, combinando violencia y pragmatismo, no nace con el fin de los Fueros. Cobró forma en el pasado foral, y una vez sintetizado por el fundador, se adentra en el siglo XX, por una senda negra que en dos saltos, de Sabino a los aberrianos y 'Jagi-Jagi', y de estos a ETA, del racismo violento al terror, actualiza el viejo lema: «Arrotz herri, otso herri». Tierra de extraños, tierra de lobos. Ahora apagado con el fin de ETA. Pero pensemos en Vox y la vuelta del franquismo.
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