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No sé a ustedes, pero a mí me empieza a pasar con la energía como con el colesterol, que me voy olvidando de cuál es el bueno, porque sé que el tema varía. Con la energía, cuando ya hemos comprado la etiqueta de buenos y ... malos, resulta que luego viene la realidad y nos pone en su sitio. Vivimos la paradoja de que lo que se necesita a corto plazo, no se desea para el largo. Hay una especie de abanico establecido, de peor a mejor, que se inicia con el carbón, sigue con el petróleo, el gas y luego vienen las renovables; y en algún punto de esta curva, el comodín de la energía nuclear que no emite gases, pero se percibe insegura, aunque ahora recupera adeptos con su nuevo formato.
Toda una paradoja que la reciente cumbre se haya situado en la ciudad escenario de la máxima del pub escocés: el negocio para Edimburgo y el humo para Glasgow. La cita ha engrasado el acuerdo de París, sin cerrar compromisos, que quedan al albur de la geopolítica y los intereses regionales, que solo un acuerdo entre los fuertes de clase, Biden y Xi Jinping, puede impulsar.
La realidad es que el mundo sigue utilizando mucho carbón y petróleo para producir la energía que necesita para funcionar (el 60% mundial, el 80% en China y el 45% en EE UU y la UE) y no parece que nadie, ni los países en desarrollo, esté muy por la labor de quitarse de fumar ya, ahora que les toca crecer a ellos.
La presidenta de la Comisión Europea declara que necesitamos más energías renovables por ser libres de carbono y de cosecha propia, pero también necesitamos una fuente de energía estable, la nuclear, y durante todo el periodo de transición, el gas como regulador. Existe una mirada europea, pero luego cada Estado tiene su receta: en Francia el 70% es energía nuclear, Alemania tiene mucha eólica pero también carbón. Reino Unido apuesta por la eólica 'offshore'. España, mix diversificado, pero factura complicada, con dificultades para que las empresas se conecten al país vecino.
El asunto es cómo gestionar la transición para producir y calentarnos hoy con costes razonables, apuntando a las nuevas energías, sin perder nuestra industria, que compite con gente menos exigida por la ola verde. Tras la buena noticia de la cancelación de los aranceles estadounidenses al acero y aluminio, llega ahora la alianza occidental por su descarbonización, lo que permitirá a la UE penalizar con una tasa en frontera los productos con huella de carbono en aluminio, acero, cemento, hierro y generación de electricidad. Un proteccionismo razonable y una oportunidad para el tubo y acero verde.
Europa, que con el 10% de las emisiones se presenta en sociedad como alumno aventajado de la transición energética, ha puesto en marcha el impuesto por la emisión de CO2, que recauda la UE para luego trasladarlo a los Estados; del que se habla poco, aunque pronto arreciarán las críticas a Bruselas, pidiendo ampliar la oferta de derechos para bajar su precio, que se ha multiplicado por diez en cuatro años. Este tema puede traer cola.
Dependemos de un gas que ha disparado su precio, pero también todas las tensiones geopolíticas. Como ejemplo, Macron dice que no tiene pruebas contra Putin por manipular el precio del gas, lo que ya es mucho decir. Un gas que no tenemos y nos llega desde Rusia por el este y desde el Magreb por el sur, ambas fronteras 'calientes' con episodios de emigración afines.
El asunto del este nos afecta, aunque nos pilla lejos, porque Bielorrusia presiona, al modo marroquí, la frontera polaca de la UE. Es muy probable que tenga relación con el nuevo gasoducto Nord Stream 2, que, atravesando el Báltico, lleva el gas ruso hasta Alemania, que acaba de suspender su autorización, a la espera del nuevo gobierno tripartito.
En cuanto a la frontera sur, nos queda cerca el gas argelino, nuestro proveedor habitual, que garantiza el suministro, aunque será más caro, porque la tensión en la zona ha cerrado la tubería que atraviesa Marruecos y las alternativas son complicadas. Como curiosidad para el que no crea en la influencia local de la geopolítica, que se mire cómo crecen las ventas de estufas y camping gas.
Europa apuesta por el medio ambiente porque la sostenibilidad será clave, pero falta decirle al ciudadano que la apuesta será cara y la transición difícil, que se necesitará compañía e inteligencia; la primera, porque no puede ser solo la UE la que pague por la emisión y la segunda porque los desajustes entre oferta y demanda sugieren usar más la flexibilidad que la ortodoxia.
De momento tenemos el primer aviso en forma de ruido de diplomacia del gas, lo que nos fuerza a acertar para tener vela en este entierro, largo entierro, de los combustibles fósiles.
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