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Hacienda me ha tenido en el punto de mira desde el día uno. Siempre han estado intentando putearme, tío. Lo he hecho bien. Lo he hecho todo legal. Aun así, por ser el único tonto que se ha quedado en España me putean a mí, ¿ ... sabes?». Así se expresaba Rubén Doblas, 'el Rubius', el más popular 'youtuber' español y uno de los más seguidos en lengua española en todo el mundo, con cerca de 40 millones de seguidores y una fama que lo ha hecho protagonista de campañas comerciales de refrescos, videojuegos y películas de cine.
Su amenaza de cambiar su residencia fiscal y mudarse a Andorra, como ya lo hicieron antes otros 'youtubers', artistas o deportistas de élite, se ha hecho real y en enero se ha conocido su traslado al Principado. Ni es el primero en hacerlo ni será el último, pero nunca antes una decisión de este tipo había encontrado tanto respaldo entre los ciudadanos. Las redes sociales no solo han mostrado reproches, también ha habido miles de expresiones de respaldo y comprensión hacia el millonario emigrante, o migrante, como ahora recomienda la corrección política.
En las redes sociales han proliferado las justificaciones a su decisión con opiniones que sostienen que pagar más de la mitad de los ingresos en impuestos no es justo o que el destino de los millones que lleva pagando durante años han ido a financiar el sueldo de Rufián, la corrupción política, la NASA catalana o las vacaciones de Pedro Sánchez. 'El Rubius' se ha convertido en unidad monetaria para valorar cada una de estas cosas, y así se dice en las redes sociales que el Ministerio de Igualdad vale 225 rubius, los asesores a dedo del Gobierno 32,5 rubius o que las subvenciones al cine ascienden a 85 rubius, siendo su valor al cambio unos dos millones de euros.
Son muchos los que advierten de que 'el Rubius' no ha infringido ninguna ley, sino que ha tomado una decisión legal conforme a sus intereses y su voluntad. Asimismo, se hace notar que el debate debiera de estar sobre si el resultado de esta política fiscal no conduce, como parece que ejemplifica este caso, a la elusión fiscal y, consecuentemente, a la pérdida de ingresos por parte de la Administración. Muchos valoran que este caso haya servido para explicar al lehendakari lo que es un paraíso fiscal, Andorra, donde el máximo de tributación está en el 10%, y no Madrid, donde apenas hay unos pocos puntos con respecto a otros lugares de España.
No han sido menos los detractores de la decisión del famoso 'youtuber'. La crítica más viral ha sido la del exjugador de baloncesto y showman de televisión Juanma López Iturriaga, quien, entre otras cosas, ha dicho: «Es que se van los millonarios. Si ya tienes pasta para siete generaciones, ¿qué haces yéndote fuera para ahorrarte unos duros? ¡Iros a cagar!».
Desde luego, el argumentario ha sido extenso en torno a consideraciones como son la solidaridad, la necesidad de un compromiso con los servicios sociales, con los gastos públicos, con la redistribución de la riqueza y, en general, con todos los argumentos que justifican el pago de impuestos. La crisis sanitaria ha sido el ejemplo más citado.
'El Rubius' sabía bien lo que se jugaba. Desde su olfato de comunicador social calculó que el reproche de insolidaridad se compensaría con la comprensión de su decisión personal y las críticas al gasto público. Su cuenta de seguidores sigue incólume en sus 39'5 millones. Entre los argumentos de rentabilidad social o de rentabilidad personal, la segunda empieza a encontrar defensores cuando hace tan solo unos pocos años hubiera sido públicamente insostenible.
El compromiso social se ha diluido. Los errores de la gestión del dinero público, el crecimiento del sistema hacia espacios innecesarios y propagandísticos, el deterioro de la identidad colectiva, el desprecio hacia los símbolos y referencias comunes han hecho su efecto. Lo que prima es la cuenta particular, la rentabilidad individual.
La idea de nación, que hasta ahora justificaba socialmente la solidaridad con quienes convivían en tu propio país, se ha deteriorado, se ha diluido hasta el punto de parecer un argumento casposo. Más aún, cualquier expresión sentimental hacia la idea de nación es denostada desde la concepción materialista que domina el discurso público (y no me refiero solo a la identidad española).
«Patriotismo es pagar impuestos», claman en sus mensajes los corifeos de Pablo Iglesias. Apelar a un acto patriótico no parece muy eficaz cuando se ha desposeído a esa idea de cualquier valor emocional. Más aún, pagar impuestos puede ser una consecuencia, pero no un aliciente para ser patriota. Desprovistos de un componente afectivo que reivindique la solidaridad y refuerce la exigencia social, el único recurso que queda para comprometer al sujeto pasivo es la alegría patriótica de pagar impuestos, que, como vemos en este caso, no ha sido suficiente.
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