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Es hora de unir gestos y palabras. «Terminar esta guerra es una necesidad para nosotros», resaltaba Volodímir Zelenski en Kiev el 13 de septiembre en la apertura de la conferencia Yalta European Strategy. «Vladímir Putin no necesita ponerle fin». Con su habitual ardor, el presidente ... ucraniano se trasladaba a Washington el 26 para arrancar un compromiso más enérgico de EE UU en un momento en que el paisaje político estadounidense es una dificultad añadida para los ucranianos. Tras su paso por la Asamblea de la ONU, presentó sus «planes» a Joe Biden, después a los candidatos Kamala Harris y Donald Trump.
Hay que acabar esta guerra centroeuropea. «Tenemos derecho a detenerla. Tienen que ayudarnos», claman los comandantes. Al cabo de dos años y medio de combates de extrema intensidad, los dirigentes ucranianos pueden enorgullecerse de resistir al invasor Putin. Pero Ucrania atraviesa un periodo crítico. Sus tropas exhaustas se agotan, sus pérdidas humanas desangran el país, la destrucción de las infraestructuras energéticas hace la vida cada vez más amarga y la ayuda de los aliados occidentales, bien que crucial, no es suficientemente potente como para permitir a Kiev adelantarse y empujar a Moscú hasta las negociaciones. Zelenski obtuvo de Biden el desbloqueo de una ayuda militar de casi 8.000 millones de dólares, muy útiles pero que no van a cambiar la situación.
Para terminar hay que ir más lejos, con un esfuerzo militar mayor; ataques que presionen a la población rusa y a su presidente a preparar el cierre de las hostilidades. La incursión en la región rusa de Kursk desde el 6 de agosto viene remontando la moral de las tropas ucranianas. Se prueban capaces de retomar la iniciativa pese a que su panorama diario es una guerra sin fin. Por ello el furor de Zelenski. Sin desvelar públicamente el contenido de sus «planes», tiene dos prioridades: una, que Biden autorice el uso de armas occidentales de largo alcance, para golpear con profundidad en territorio ruso, lo que según cálculos ucranianos supondría invertir el curso de la guerra; y dos, obtener del presidente antes de que deje la Casa Blanca en enero una invitación formal de incorporación a la OTAN.
Buen comunicador y mejor estratega, Zelenski busca insertar la suerte de su país en la campaña presidencial norteamericana. Sabe que la guerra en Ucrania genera divergencias entre demócratas y republicanos, incluso entre los mismos republicanos. Kamala Harris aseguró a Ucrania su apoyo «inquebrantable» y aprovechó su encuentro con el dirigente europeo para atacar las ideas de 'paz negociada' avanzadas por el segundo de Trump, J. D. Vance, calificándolas de «propuesta de rendición». En cuanto a Trump, recibió a Zelenski después de criticarle a placer públicamente.
El desafío del dirigente ucraniano en Washington sobrepasa ampliamente las rivalidades electorales estadounidenses. Ucrania no está dispuesta a dejarse imponer un reglamento de claudicación. Zelenski ha presentado a Biden, a los dos candidatos y al Congreso un «plan de paz» y un «plan de la victoria». El primero debe restablecer la paz; el segundo busca fortalecer el país centroeuropeo, una vez la paz asentada. Ahora bien, por más que quieran terminar con esta guerra, los ucranianos no pueden plantearse concesiones sin tener la certeza de que su seguridad estará garantizada más allá de un eventual acuerdo de paz. Europeos y norteamericanos lo saben: la única real certidumbre de seguridad es la que ofrece el artículo 5 de la OTAN, que permite una defensa colectiva en caso de agresión a uno de sus miembros.
Pertinaz demanda la de la adhesión a la Alianza, «la decisión recae en Biden», aseguraba Zelenski, bastante escéptico con las declaraciones del consejero de Seguridad Nacional Jake Sullivan en la mencionada conferencia de Yalta European Strategy: «El presidente Biden aprovechará los cuatro meses que le quedan para colocar a Ucrania en la mejor posición posible». El demócrata se resiste a franquear este paso, al que, sin embargo, le animan miembros de su equipo. Ciertos países, entre ellos Alemania, se oponen igualmente a la medida, temiendo el precio de este apoyo. Entretanto, Putin decidió el 25 de septiembre revisar la doctrina nuclear rusa para atizar la indecisión de los occidentales.
Putin quiere que «una agresión contra Rusia por un Estado no nuclear, pero con la participación o el apoyo de un Estado nuclear, se considere como un ataque conjunto contra la Federación». La indirecta para Ucrania y su ofensiva en Kursk es clara. En lo relativo a su admisión en la OTAN, también quedamos avisados, por más que esta incorporación ucraniana sea el mejor medio para disuadir a Moscú de mayores ofensivas europeas. Sin miedo al poder nuclear ruso, negociemos la paz para Ucrania.
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