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Tantos años en el poder inflan el ego y cabe creer que debilitan el sentido moral. Benjamín Netanyahu está perseguido por corrupción, abuso de poder y fraude financiero. Ha regresado a la vida pública para escapar a sus jueces. Para esto, eludir la Justicia, se ... ha asociado a los ultraortodoxos y los ultranacionalistas en un Gobierno decidido a controlar el Poder Judicial. Tal es el objetivo de la reforma que un Netanyahu obligado por sus circunstancias personales pretendía imponer.
¡No!, han dicho los manifestantes. Dos meses de protestas diarias de centenares de miles de israelíes en un país de nueve millones de habitantes han parado la deriva iliberal del sexto Ejecutivo de Netanyahu. Todos los sectores, desde el Ejército a la alta tecnología, de los sindicatos a las patronales, de la universidad a la cultura, han hecho causa común. Las diásporas han apoyado el movimiento en Estados Unidos y en Europa. Trasladan el mismo mensaje: el apego a Israel está íntimamente ligado al carácter democrático de su Estado.
En pleno enfrentamiento con su pueblo y con el ambiente diplomático a su favor -el mundo árabe normaliza la presencia del Estado hebreo en el Oriente Próximo contemporáneo-, el jefe de la derecha nacionalista, Likud, despertó el 7 de octubre a otra 'movilización'. La defensa del país ante una barbarie de Hamás en el sur de Israel. Netanyahu aplaza la gangrena de la democracia y del Estado de Derecho. La guerra tiene prioridad.
El regreso de la sangre a la cuestión israelo-palestina habla de la negligencia diplomática de más de una década de 'olvido'. «Los Acuerdos de Abraham (2020) entierran el conflicto israelo-árabe como factor estructurador del Oriente Próximo», escribía Gilles Kepel (2021). No le faltaban razones al politólogo francés. Washington, Pekín, Moscú o Bruselas han intensificado sus relaciones con Israel sin condicionar este desarrollo al progreso del expediente palestino.
A su vez, los 'hermanos' árabes ignoraban la cuestión. La prioridad para sus gobernantes era unirse a Israel frente al expansionismo iraní en tierra árabe. Netanyahu celebraba la desaparición de la causa palestina de la escena internacional. 'Bibi' presumía de la externalización dejada en sus manos. Su gestión ha reducido la existencia palestina a un desafío de seguridad ante Gaza y Cisjordania. Sus actuaciones, estrictamente militares.
En un ataque sin precedente por su sofisticación y crueldad, Hamás ha enfrentado al Ejército israelí a su más estrepitoso fracaso. Semejante humillación a la todopoderosa seguridad, a los servicios secretos hebreos, acusa el abandono de la nación por parte de un primer ministro centrado en retrasar su proceso. Desoídas las peticiones de dimisión, la hoja de ruta de Netanyahu es «conseguir la destrucción de las capacidades militares y administrativas de Hamás y de la Yihad Islámica para impedirles amenazar y atacar a los ciudadanos de Israel por muchísimos años».
La ambición así expuesta suscita interrogantes. Hamás no es solo una organización, que ciertamente puede ser debilitada. Si tácticamente recurre al terrorismo es también una ideología que no va a morir. Se puede incluso apostar a que el bombardeo sistemático, las destrucciones de campos de refugiados, el exilio interior y las privaciones impuestas a la población gazatí van a crear la próxima generación de yihadistas.
Nada puede justificar las atrocidades cometidas por Hamás, pero la magnitud de la réplica del Estado hebreo acelera el grado de asimetría de esta nueva guerra israelo-palestina y la consiguiente percepción del conflicto en la opinión pública mundial. La crisis humanitaria en Gaza tiene ya un impacto internacional, devastador para Israel.
El suplicio de los gazatíes alcanza proporciones de crimen de guerra. El orgullo herido de Netanyahu no accede a unalto el fuego. Ni siquiera atiende a su mentor principal, EE UU. Y cuanto más se acumulan las masacres del ejército, tanto más se diluye el horror padecido por los hebreos hace cinco semanas. Desde la óptica israelí, una parada de las operaciones militares permitiría a Hamás retomar su actividad. Entretanto, los enfrentamientos mortales y las detenciones sin causa justificada se suceden en Cisjordania.
Esta vez, el conflicto tiene un impacto estratégico mayor. Desacredita a EE UU y Europa por sus duplicidades morales en las condenas, rompe la normalización en curso con el mundo árabe, genera disensos en los países del Sur global y afianza a Irán al frente de sus aliados en la región, Siria y Líbano. Catar, un posible mediador, negocia el intercambio de rehenes por suministros para la derruida Franja de Gaza.
Pese a la parálisis de la comunidad internacional, Netanyahu no puede seguir negando los componentes político y territorial de la cuestión palestina. La reducción del conflicto a un marco de seguridad desconectando Jerusalén-Este, Cisjordania y la exigua tierra de Gaza como concesión a sus socios de Gobierno solo prolongará un drama que dura ya setenta años.
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