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Con un ardid de experto, Joe Biden invitaba el pasado día 12 a Vladímir Putin a Washington para abordar con su homólogo ucraniano, Volodímir Zelenski, la guerra de desgaste que mantienen sus dos naciones desde que Rusia invadiera a la hermana eslava el 24 de ... febrero de 2022. Cuando el mundo parece hundirse más y más en una tormenta de sangre y locura, cualquier iniciativa de desbloqueo puede estudiarse. Mientras la causa palestina persiste como elemento estructural de la identidad árabe y su apoyo crece directamente proporcional al ensañamiento de Benjamín Netanyahu sobre Gaza, la unidad de los occidentales en la defensa de Ucrania acusa fisuras.
Exceptuadas las autocracias amigas, Putin carece de libertad de desplazamiento: en un tiempo no acudirá a la Casa Blanca. Cae sobre él una orden de detención del Tribunal Penal de La Haya por la 'transferencia' a Rusia de 19.546 niños separados a la fuerza de sus familias. Además, avanzan las investigaciones sobre los crímenes de su agresión documentando hechos que prueben un genocidio. Zelenski, sí, se prodiga en cuantos foros refuercen sus peticiones de ayuda. Su presencia en Buenos Aires en la toma de posesión del nuevo presidente, Javier Milei, logró un cara a cara con Viktor Orbán, «sobre temas europeos».
El presidente húngaro lidera la oposición al acercamiento de Ucrania a la Unión Europea. Su secretario de Estado, Zoltan Kovacs, abunda en el rechazo: «Ucrania no cumple ninguna de las condiciones requeridas»; «¿quién puede decir que Ucrania está preparada para las negociaciones de adhesión» cuando es «un país en guerra cuyo 20% del territorio está ocupado», cuyas instituciones «no funcionan» y «en el que tiene lugar una purga?».
En este contexto, Orbán reclama a sus socios «una deliberación estratégica» sobre Ucrania que aborde las relaciones de la UE con Kiev y Moscú, así como las consecuencias de una ampliación. «Vemos ya la resistencia», arguye Kovacs en Polonia, donde los transportistas bloquean la frontera con Ucrania en tanto que los agricultores se quejan de «la competencia desleal ucraniana».
El escepticismo cunde en más ámbitos. En el interno, la publicación de un ensayo de Valeri Zaloujny, jefe del Estado Mayor, acompañado de una entrevista en 'The Economist' en noviembre, ha disparado la rivalidad entre Zelenski y el militar, aspirante a presidir el país. La constatación del fracaso de la contraofensiva lanzada en junio arrastra una repercusión negativa entre la población y se exporta. «El Gobierno debe centrarse en preservar la cohesión entre militares y dirigentes civiles», afirma el analista Petro Burkovskyi. «Estos disensos en la imagen internacional de Ucrania complicarían aún más el soporte exterior».
El 'Occidente colectivo' ha perdido una partida pendiente de la Administración estadounidense. Los conservadores republicanos mantienen bloqueada una ayuda que ahonda el enquistamiento del conflicto ruso-ucraniano. Zaloujny afirmaba que actualmente Ucrania no tiene los medios para alcanzar una victoria ni para invertir la tendencia en el frente donde las dos armadas libran combates extremadamente violentos. Para evitar encontrarse en una guerra de desgaste que Ucrania no podría ganar, apelaba a un salto tecnológico, una ayuda suplementaria de los aliados y una reforma del sistema de movilización.
En Moscú, Putin pisa el acelerador. Para él, esta guerra es existencial. Ha movilizado a todas las fuerzas del país para la producción de armamento y aumentado su presupuesto para la defensa. Lo que no puede producir lo procura entre algunos regímenes amigos, como Corea del Norte o países dispuestos a esquivar las sanciones occidentales. Quiere ganar desesperadamente. Está decidido y no tiene nada que temer en la próxima elección presidencial, que en marzo le traerá su quinto mandato.
En el frente ruso-ucraniano, la situación es diferente. Para Ucrania, también esta guerra, que ella no ha buscado, es existencial: es su supervivencia la que está en juego. Pero esta depende fortísimamente de la ayuda de sus aliados. Y ellos están menos determinados en sus aportaciones, incluso escépticos ante un patrocinio que se alarga. Es el factor fatiga de la guerra. Lo destaca el ministro lituano de Asuntos Exteriores, Gabrielius Landsbergis: «es un fenómeno propio de las sociedades que viven en paz»; las sociedades en guerra, ellas, no pueden ofrecerse el lujo de la laxitud. En aquellas, existe el factor «¿qué estrategia militar?», pregunta que agita los estados mayores occidentales convencidos de que se emplearían a fondo en ella si desbloquease el 'impasse'. Pero para esto haría falta enviar a sus soldados para hacerse matar; y no, esto no es cuestión.
Para no ceder al derrotismo es el momento de tomar consciencia de él. Landsbergis es más directo: «Si no conseguimos pensar que esta guerra nos concierne, entonces la derrota de Ucrania será nuestra derrota. Todavía no hemos comprendido que es de nosotros de quien se trata. Si lo hubiésemos comprendido, enviaríamos todo lo que tenemos a Kiev».
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