La publicación por Pedro Sánchez, en la red X, de una 'carta a la ciudadanía' el miércoles causó sorpresa general en España y en el mundo. Amagaba con dimitir el presidente del Gobierno, saturado por «la difamación» que afecta a su esposa, Begoña Gómez. Le ... era necesario un tiempo de «reflexión» para valorar «si merece la pena persistir en la tarea» ante el acoso a su vida como político y hombre enamorado. Lo inaudito produjo inmediatas chanzas incluso en el muy serio canal Arte: psicoterapia o dimisión, concluían expertos analistas. «Por fin no dimite», destacaba la prensa internacional este lunes, tras una comparecencia de Sánchez en el palacio de La Moncloa, que no en el Congreso de los Diputados.
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Cumplidos los cinco días de «meditación» autoimpuestos, el sanchismo emprende una nueva etapa para «regenerar la democracia». De la incredulidad por la dejación de funciones de un dirigente político, de las exaltaciones del 'amo' por ministros desbocados, pasan los contribuyentes españoles a unas declaraciones del dirigente socialista con tintes de amenaza. La crispación inducida durante «la reflexión» en el espacio público obliga a preguntarse por la deriva de la democracia a la que apela el primer ministro español. '¡No pasarán!', 'malos ciudadanos', 'fachas' y 'antidemócratas' los que no coinciden con el «progresismo» sanchista. Este caldo de cultivo revienta cualquier democracia.
El gesto de Pedro Sánchez ha degradado las instituciones y la imagen internacional de España. Tan pronto Europa cuenta con un adalid que defiende un Estado palestino, tan pronto Europa se pregunta si es responsabilidad retirarse del tablero político cuando se abren diligencias a la mujer del primer ministro por un presunto delito de tráfico de influencias. No hay proporción.
Nada sabía el mundo de Begoña Gómez y ahora hablamos de un 'Begoñagate'. Se han reído en los medios del presidente español apuntando que, en un régimen maduro, estos indicios se salvan con una dimisión. ¿Y qué prestigio queda cuando el dirigente dolido regresa acusando una vez más a la prensa libre y a la judicatura de sus tribulaciones políticas?
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La declaración institucional del lunes podría haber abierto la vía del esclarecimiento de «los hechos tan escandalosos como inexistentes» imputados a Begoña Gómez. Sánchez apeló al derecho a la autorrealización profesional de las mujeres. Los contribuyentes apelan al derecho a la información y a la transparencia. ¿Era necesario faltar a la libertad de expresión, ni excesiva ni provocadora en su proceder?
El Tribunal Europeo de Derechos Humanos, nuestra brújula jurídica y judicial en Europa, ha colocado siempre la libertad de pensamiento y de opinión entre los pilares indispensables para una sociedad democrática. Según decisión del 11 de junio de 2020, «la libertad de expresión constituye uno de los fundamentos esenciales de toda sociedad democrática y una de las condiciones primordiales de su progreso y del desarrollo de cada individuo. Vale esta libertad no solamente para las informaciones o las ideas acogidas con favor o consideradas como inofensivas, sino también para aquellas que golpean, chocan, inquietan o molestan. Así lo quieren y requieren el pluralismo, la tolerancia y el espíritu de apertura sin los cuales no hay sociedad democrática».
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La crítica de la política de un Estado, comprendida la de Pedro Sánchez, es un derecho fundamental reconocido a los ciudadanos en un sistema democrático. Esta crítica no puede confundirse con la difamación ni con burdas e inexistentes fórmulas de deslegitimación del adversario político. Ningún dirigente puede reapropiarse los contenidos del derecho internacional sobre el ejercicio informativo para amoldarlos a sus intereses. En una democracia liberal, uno de los principales límites a la libertad de expresión es la exclusión de los llamamientos a la violencia y al odio. Desde ahí, no cabe la caza de brujas. ¿Creará el sanchismo una policía del pensamiento para evitar el esclarecimiento de las investigaciones que le acechan?
Ante la decisión de Pedro Sánchez de continuar como presidente del Gobierno, algunos se felicitaron con alborozo; otros suspiraron por lo bajo viendo su futuro personal más claro. Otros muchos se afligen y se desesperanzan oído el alegato sanchista desde La Moncloa.
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Para no volver al «fango» es bueno recordar la fórmula de Víctor Hugo durante los debates sobre la ley de prensa de julio de 1881: «La soberanía del pueblo, el sufragio universal, la libertad de prensa son tres cosas idénticas». Estos fundamentos no pueden perderse hoy en la sociedad española.
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