En once meses, Emmanuel Macron ha pasado del 'Nosotros, todos' a reactivar un virulento antimacronismo de recorrido incierto para él, presidente de la República, y su primera ministra, Elisabeth Borne. Si la decisión de recurrir al artículo 49.3 de la Constitución para aprobar la ... reforma de las jubilaciones pareció una temeridad, la intransigencia del jefe del Estado negando la retirada del proyecto, la disolución de las cámaras, la remodelación de su Gabinete o un referéndum está convirtiendo la crisis de los 64 años en una crisis del funcionamiento democrático, agravada por la aparición de la violencia. Con el aplazamiento de la visita del rey Carlos III por símbolo, la 'verticalidad' de Macron marchita la imagen de Francia en el exterior, expulsa a sus propios electores y desampara a la nación a merced de los antisistema.
En tanto el Consejo Constitucional prosiga con su deliberación sobre la ley, Francia encara otro mes de contestación en las calles, los medios y la Asamblea Nacional. La undécima jornada de lucha de mañana mantiene el pulso entre el Elíseo y la intersindical. El ministro del Interior, Gérald Darmanin, brega con peligrosas escaladas, consciente de la necesidad de evitar escenarios como los del 23 de marzo en París y Saint-Soline (Deux-Sèvres) contra gigantescos depósitos de agua. Las fuerzas del orden en alerta, disolviendo batallas campales o urbanas, añaden crispación con métodos y abusos denunciados por el Consejo de Europa. Dispositivos policiales como BRAV-M y ecologistas como 'Soulèvements de la Terre' merecen desaparecer.
La propuesta de apaciguamiento llegó el 24 de marzo por parte de Laurent Berger. El líder de la CFDT (Confederación Francesa Democrática del Trabajo) no reclama la retirada de los 64 años. Defiende que la reforma se ponga «en pausa» por seis meses durante los cuales Gobierno y sindicatos examinarían el trabajo y las jubilaciones «para retomar las cosas del derecho». Elisabeth Borne, por su parte, promete no utilizar nunca el artículo 49.3 fuera de los textos presupuestarios, tratando de limar el descrédito cosechado por la decisión. Philippe Martinez, jefe de la CGT (Confederación General del Trabajo) se une a la necesaria mediación pero Macron persevera en su concepto de defensa del interés general.
El jefe del Estado acepta recibir a los sindicatos únicamente para debatir sobre temas como los desarrollos de las carreras profesionales, las mejoras en las excedencias femeninas o la fatiga y el acoso laborales. La importancia que el presidente concede al asunto se vio el 16 de marzo con su negativa a jugarse su reforma a cara o cruz en una votación ordinaria con claro peligro de fracaso. Para Macron, equilibrar el régimen de las jubilaciones por reparto, amenazado por los déficits, es dar garantías de seriedad a los socios europeos frente a la magnitud de estos y de la deuda que debilita la posición francesa: el año pasado, 111,6% del PIB frente al endeudamiento medio europeo del 87% (Insee, 28 marzo).
Para el pueblo francés, intervenir sobre la duración de la vida activa para reducir los 2,95 billones que atenazan a Francia es asumir una verdadera ruptura con la financiación del modelo social vía impuestos. En la campaña presidencial de 2022, la prolongación de la jubilación fue presentada como la clave de un pacto para reunir -«entre todos nosotros»- los miles de millones de inversión en defensa, educación, sanidad, la transición ecológica, la inmigración. La reforma de las pensiones se revela tanto más incendiaria cuanto más afecta a los menos titulados. Un sentimiento de injusticia alimenta el espectro de un corte vertical entre el «pueblo» y sus dirigentes, relegando a accesorio el problema de los déficits.
No es la primera vez que los políticos franceses retrasan la edad legal de jubilación. En esta ocasión, el texto se mide con una especial adversidad: ausencia de mayoría absoluta en el Parlamento, paisaje político partido en tres, radicalidad de las oposiciones dominada en la izquierda por La Francia Insumisa (LFI), en la derecha por Reagrupación Nacional (RN) más el cisma entre Los Republicanos que casi lleva a Borne a perder una de las mociones de censura. Más allá del paupérrimo crédito del presidente de la República, importa la supervivencia de la mayoría gobernante (Renacimiento, MoDem, Horizontes y Agir) para cuatro años.
En un sistema político profundamente desregulado por la tripartición, si la reforma fuese retirada, una recomposición del proyecto en la Asamblea Nacional parece incierta. Arrastraría algo más. Sin mayoría absoluta, sometida a los intereses de los extremos, madame Borne sí habla con los sindicatos y piensa en «ampliar el espíritu de la cohabitación» con el sector chiracquiano de Los Republicanos y la izquierda reformista. «Esta perla rara», según Macron, busca salir del naufragio antes de que la tormenta estalle del todo.
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