La Asamblea Nacional francesa prolongó el 27 de febrero el debate abierto la víspera por Emmanuel Macron acerca del envío de tropas de tierra a Ucrania. Ante un foro internacional de jefes de Estado y de Gobierno, el presidente afirmó que «la derrota de Rusia ... es indispensable para la seguridad y la estabilidad de Europa». En el hemiciclo, su primer ministro, Gabriel Attal, recordaba a Marine Le Pen sus «fidelidades» rusas: «Cuando uno lee investigaciones que acusan a Reagrupación Nacional de vínculos persistentes con Moscú para debilitar el apoyo a Ucrania, tiene sentido preguntarse si las tropas de Putin no están ya en nuestro país. ¡Hablo de usted y de sus tropas, señora Le Pen!».
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Ante posibles expediciones de europeos en apoyo de las fuerzas ucranianas, la jefa de Reagrupación Nacional acusa al presidente de crear un riesgo existencial para 70 millones de franceses. Le Pen conoce las amenazas del líder ruso ante ese eventual despliegue de tropas OTAN. «Las consecuencias de semejantes intervenciones serían trágicas», previene el amo del Kremlin. «Los dirigentes occidentales deben comprender que también disponemos de armas capaces de alcanzar sus territorios. Todo cuanto ingenian en este momento, además de asustar al mundo entero, es una amenaza real de conflicto con el uso del arma nuclear y, en consecuencia, de destrucción de la civilización».
A días de unas elecciones que le mantendrán en el poder hasta 2030, Putin se dirigió a la elite política, militar, económica y religiosa del país el 29 de febrero alternando mensajes internos de progreso y avisos internacionales nada tranquilizadores. Ninguna perspectiva sobre un final de la «operación especial» y muy difícil bajar la guardia cuando el proyecto putiniano de aumento de la demografía se basa, junto a la familia tradicional, en sucesivas anexiones de territorios para que Rusia no pierda habitantes.
Del «no humillar a Rusia» hace veinte meses, Macron pasaría a una operación de transparencia controlada desde los servicios de información estadounidenses como parte de la postura de «ambigüedad estratégica» promovida por la reunión de aliados del 26 de febrero en París. La polémica desencadenada con el «nada debe excluirse» respecto a Ucrania tiene ángulos muy saludables. Permite desenmascarar a los partidos prorrusos y hace explícito un secreto a voces: la presencia efectiva de servicios occidentales en suelo ucraniano. «Todos los Estados aliados están presentes. No se trata de unidades de combate», atestigua un diplomático ucraniano. «Si hay entrega de armas, debe haber personal instructor para utilizarlas. Ucrania sirve también de espacio de ensayo de nuevos materiales», añade.
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Ya se trate del personal diplomático bajo cobertura, de 'consejeros' insertos en los estados mayores ucranianos o de fuerzas especiales de todo tipo, «estas acciones son clandestinas y, por lo tanto, fuera del derecho de la guerra», recuerda Vincent Crouzet, de la dirección de la Seguridad Exterior. Con su iniciativa, Macron promueve un mensaje de determinación para operar «de manera oficial, asumida y refrendada» en su apoyo a Kiev. Actividades de desminado, formación o vigilancia de fronteras no coinciden con trasladar batallones al frente, pero nada es descartable. Las escasas voces dispuestas a seguir el planteamiento galo llegan de los países bálticos, en primera línea frente a Rusia. Oposición de los restantes aliados y profundo desacuerdo entre París y Berlín.
Horas antes de que Macron expusiera su impulso de la «ambigüedad estratégica», Scholz rechazó librar misiles Taurus a Ucrania precisamente porque su mantenimiento exigiría la intervención de soldados de la Bundeswehr y esto colocaría a Alemania en posición de «beligerancia directa o indirecta», tal como hacen ya Reino Unido y Francia, precisó el canciller. Llamativo contraste.
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Sumir al enemigo en la incertidumbre sobre cuáles serán nuestras intenciones o nuestra respuesta: la «ambigüedad estratégica» es una práctica muy antigua, teorizada en 'El arte de la guerra', de Sun Tzu, en el siglo VI antes de nuestra era. Inicialmente no vinculada a la disuasión nuclear, encuentra hoy toda su dimensión en los desafíos del arma atómica. La doctrina nuclear francesa precisada desde 1960 se guarda de especificar cuáles son los intereses vitales de la nación que, de ser atacados, exigirían una respuesta con el arma nuclear. Es el jefe del Estado y solo él quien, en última instancia, decide apretar el botón. El arma nuclear es inseparable del sistema de la Quinta República. Macron encara a Putin, Attal quita caretas.
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