Primera paradoja; el mismo día en que el lehendakari nos alerta de que Euskadi sufre lo que él denomina un «exceso de tensión migratoria», el Gobierno que él mismo preside nos alerta, a su vez, del incremento entre los jóvenes vascos, especialmente entre los varones, ... de las ideas de extrema derecha, al haberse triplicado entre ellos la percepción de que hay demasiados extranjeros. Me pregunto: ¿El Gobierno vasco considera que debemos estar preocupados por el exceso de tensión migratoria solo cuando lo proclama la extrema derecha o también cuando lo expande el propio lehendakari?.
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Segunda paradoja: mientras el Gobierno nos alerta de la excesiva tensión migratoria, los empresarios vascos, muchos de ellos votantes del partido del lehendakari, nos alertan justo de lo contrario: de que no hay suficientes extranjeros para que nuestra economía pueda mantener su ritmo de crecimiento. Dicen que Euskadi necesitará en 2035 en torno a 10.000 empleados extranjeros anuales, ante el déficit de mano de obra local.
Tercera paradoja: dentro de este clima que se está alimentando, las últimas encuestas del CIS constatan que el primer problema que perciben los españoles es el de los extranjeros; sin embargo, a la vez que lo consideran el mayor problema, los encuestados declaran que a ellos no les afecta personalmente. En resumen, su 'percepción' de la realidad no coincide con su 'vivencia' de la realidad.
Ante tanta paradoja y ante la dicotomía entre los problemas que la gente percibe y los problemas que personalmente vive, quizá sea conveniente salirse de vez en cuando del ámbito de las percepciones y de los relatos y pisar un poco los adoquines de nuestras calles. ¡Salgamos, por ejemplo, a la Plaza Nueva de Bilbao, donde numerosos establecimientos nos animan a consumir productos locales, bajo la etiqueta kilómetro cero; y entre ellos, el pescado capturado por nuestros arrantzales! ¡Hagamos los honores y pidamos una ración de anchoas de Bermeo y sigámosles el rastro! Las anchoas en salazón es muy posible que hayan sido pescadas por un arrantzale bermeano nacido en Senegal, elaboradas por una trabajadora del salazón nacida en Bolivia, transportadas a Bilbao por un chófer nacido en Perú y servidas en la barra por una camarera nacida en Colombia.
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Hace solo unas décadas, casi todos nuestros arrantzales eran nacidos en el mismo pueblo en el que pescaban, con algunas excepciones provenientes de otros puertos del Cantábrico. Hoy, muchos de ellos han nacido y aprendido a pescar en Senegal o en Ecuador. ¿Por qué? Sencillamente, porque se trata de un trabajo extremadamente duro; un trabajo que las personas nacidas aquí ya no están dispuestas a desempeñar, o no al menos en las condiciones económicas y laborales que ofrece actualmente el mercado.
Tras el paseo por la Plaza Nueva, nos surgen algunas reflexiones: nuestra riqueza, nuestro bienestar, se apoyan en gran medida en las personas extranjeras que asumen los trabajos más duros. Pero eso no es nada nuevo: el bienestar de Europa se forjó en parte gracias a la explotación de sus colonias en todo el mundo. Gracias al trabajo de los africanos esclavizados y vendidos en América, al de los indígenas, al oro y la plata de las minas de Potosí, de las especias filipinas, de las maderas de Guinea, del tabaco de Cuba, de los emigrantes que hicieron las Américas y, a la vuelta, construían sus palacios de indianos en cada uno de nuestros pueblos… Nuestro bienestar de hoy tiene que ver también con el mundo que los europeos colonizamos en su día. Hoy no vamos nosotros, sino que vienen ellos, pero seguimos extrayendo de sus países los recursos naturales y humanos que necesitamos para mantener nuestros niveles de bienestar.
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Si partimos de la premisa de que nadie quiere renunciar a su bienestar, y de que una parte importante del nuestro procede de la cobertura de los trabajos más duros por parte de extranjeros, la conclusión evidente es que hay mucha hipocresía en los discursos convencionales sobre la extranjería. Luego está aquella otra hipocresía, más descarada si cabe, de quienes sí quieren que cubran los trabajos más duros en condiciones económicas y laborales inferiores a nuestros estándares, pero quieren que, además, nos solucionen nuestros problemas sin generar el menor conflicto legal, cultural, ni de costumbres, En resumen, que sean flores perfectas, rosas sin espinas y además, se vendan a precio de saldo. Y así es como vamos, con unos diagnósticos que están basados en percepciones inducidas, y con unas recetas incompatibles con la realidad. Y mientras, la ultraderecha xenófoba y negacionista extiende sus tentáculos por la Europa que fue tierra de igualdad y de asilo.
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