Algunas artes marciales aconsejan aprovechar la fuerza del adversario para dejarle fuera de juego. Con Alberto Núñez Feijóo bastaba con dejarle hablar para que se infligiese a sí mismo una severa derrota y dilapidara esa neta ventaja de partida que le concedía la inercia electoral ... del pasado 28 de mayo. Una vez más Pedro Sánchez supo arrostrar los peores pronósticos en su contra y darles la vuelta. Sería injusto reprocharle a Yolanda Díaz no haber sacado los mismos escaños que Unidas Podemos en 2019, porque ahora había que contrarrestar el enorme lastre dejado por algunas gestiones harto polémicas de cierto ministerio. Cualquier dirigente habría dimitido tras perder un tercio de sus escaños, pero Vox no parece poder prescindir de un Santiago Abascal que actúa como si fuera el propietario del partido.
El tradicional bipartidismo ha dado pie a dos bloques bien diferenciados que no pueden formar Gobierno sin suscribir una coalición con el partido más afín. Pedirle a Sánchez que apoye a Feijóo para derogar el 'sanchismo' es una extraña manera de concebir cualquier negociación. Ayuso y Almeida no fueron las listas más votadas en su momento, pero recibieron el apoyo de Ciudadanos. El Partido Popular ya ha demostrado no tener ningún problema en coaligarse con Vox, aunque su pacto con la extrema derecha le impida recabar ningún otro apoyo parlamentario, como ya le van dejando muy claro. Se diría que tampoco le respaldará el partido de Puigdemont, como seguramente sí habría hecho aquella CiU de Jordi Pujol que apoyó a José María Aznar.
Así las cosas, al PSOE y a Sumar les corresponde hablar con varios partidos nacionalistas (PNV) e independentistas (ERC y Bildu) para reeditar su coalición gubernamental. Es la inmensa ventaja del pluralismo parlamentario. No elegimos a una persona para que desempeñe la presidencia del Gobierno, cuyo titular en un momento dado podría estar fuera del Parlamento. Las distintas fuerzas políticas deben ponerse de acuerdo para investir la candidatura que cuente con más apoyos. Este mecanismo democrático beneficia el diálogo con sensibilidades diferentes e impide la imposición mecánica de un programa determinado. Hay que negociar cada nueva propuesta legislativa y hacer concesiones que reflejen el pluralismo de la propia sociedad. Los vetos iniciales acaban vetando a sus artífices cual si fueran un búmeran que retorna y resta muchos votos por cada veto lanzado 'a priori'.
El PP demuestra no tener problema por aliarse con Vox, aunque ese pacto le impide recabar cualquier otro apoyo
Los discursos menos dialógicos tienen menos posibilidades de prosperar; y eso, por supuesto, vale para las dos partes de la interlocución. Siempre cabe pedir la luna y las estrellas, pero ese maximalismo tiende a estrellarse contra la cruda realidad. A cualquiera le gustaría cumplir sus máximos deseos todo el tiempo y al instante, pero con la edad vas aprendiendo que las cosas no funcionan así y que vivir en comunidad significa renunciar al maximalismo. Esto vale para las relaciones de pareja, el ámbito profesional y cualquier otro pasado, presente o futuro. Su alternativa es que unos ejerzan su sacrosanta libertad a costa de las libertades ajenas, restringiendo estas para poder ampliar su propia esfera de acción, acaparando recursos e imponiendo su capricho en materia de costumbres o creencias. Es el vicio de quienes creen poseer una verdad indiscutible que los demás deben acatar sin discutir como un dogma revelado por una u otra divinidad.
Quienes preferiríamos una república federal y laica, por ejemplo, entendemos que hay cosas más urgentes para la ciudadanía en general, máxime después de una pandemia cuyos corolarios no podemos inventariar todavía y un conflicto bélico cuyas consecuencias económicas o de otro tipo pueden recrudecerse sin previo aviso. Luchar contra las desigualdades de cualquier clase sin ir más lejos es algo absolutamente prioritario y que conviene también a los colectivos más pudientes, porque la miseria puede hacerles vivir en lujosos guetos alejados del mundo real. Mejorar el aire que respiramos en lugar de lo contrario, acabar con empleos que no merecen ese nombre por su alta precariedad y baja remuneración, posibilitar el acceso a la vivienda sin convertirla en un objeto de mera especulación pecuniaria o hacer de los barrios lugares de convivencia, son algunos de los retos que no admiten demora y nos hacen poner en segundo lugar, sin olvidarlas, reivindicaciones algo menos urgentes.
Por supuesto podría haber un bloqueo. Esa tentación la puede tener alguien como Laura Borrás, encausada por la justicia, o también un personaje como Feijóo, para quien retornar a Galicia sería una derrota personal y que no debe verse como líder de la oposición. En su partido no se andan con bromas. Te hacen la ola hasta que dejas de ser útil. Daba penita ver al presunto triunfador de la contienda electoral escuchar cómo su militancia gritaba 'espontáneamente' «Ayuuuso», mientras la presidenta madrileña entendía que desde luego era lo suyo al estar en Madrid. Chúpate la mandarina. La chulapa le hace al pobre gallego mucha sombra sin tan siquiera abrir el pico.
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