![El significado del «Soy un berlinés» de Kennedy](https://s3.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/2023/06/26/opi-aramayo-kQJD-U200634169373jUF-1200x840@El%20Correo.jpg)
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El 26 de junio de 1963 John F. Kennedy pronunció una emblemática frase que hizo historia: «Ich bin ein Berliner». Sentirse berlinés significaba ser ciudadano del mundo libre y lo dijo en un Berlín cercado por una colonia del imperio soviético, la denominada República Democrática ( ... sic) Alemana. Tras el fracaso del bloqueo de 1948 gracias al famoso Luftbrücke que logró abastecer a una ciudad sitiada y evitar con ello su anexión a la DDR, Berlín vive una época bien retratada por Billy Wilder en su divertida 'Un, dos, tres'. Curiosamente, para filmar el final de esta película tuvo que reproducirse la berlinesa Puerta de Brandeburgo en unos estudios cinematográficos bávaros, porque durante el rodaje, en agosto de 1961, se alza el Muro de Berlín, dos años antes del discurso de Kennedy. A este le asesinaron al finalizar 1963, impidiendo que pudiera presentarse a una más que probable reelección. Su mandato fue muy breve, puesto que no llegó a los tres años, pero ese periodo no pudo ser más intenso.
Poco después de llegar al cargo, en 1961, tuvo lugar la frustrada operación de Bahía Cochinos, y al año siguiente, mientras la Guerra de Vietnam seguía su curso con una mayor involucración estadounidense, la Crisis de los Misiles casi hizo estallar una tercera guerra mundial entre dos potencias con un ingente arsenal nuclear. En el berlinés Check Point Charlie los tanques norteamericanos apuntaron sus cañones hacia las tanquetas de la Unión Soviética. Un acuerdo secreto con Kruschev permitió que las aguas volvieran al cauce de la Guerra Fría.
Sin duda, el Telón de Acero del que habló Churchill comenzó a resquebrajarse cuando un Gobierno títere de la Unión Soviética decide cercar Berlín Oeste con un muro. Después de sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial y a la funesta batalla de Berlín, bien contada por la película 'El hundimiento', las familias berlinesas quedan separadas por una frontera ideológica infranqueable para quienes habitan la parte oriental. No fueron pocas las personas que perdieron la vida por querer ir al otro lado de la ciudad.
Torres de control y ametralladoras automáticas impedían que los berlineses orientales pudieran cruzar ese ignominioso muro. Poca confianza tenía el comunismo en su idílica sociedad, que hubo de confinar a su ciudadanía con métodos tan expeditivos. La caída del Muro de Berlín tiene lugar en 1989, en el bicentenario de la Revolución Francesa, y hay quien interpreta ese derrumbe como final de una historia, la del socialismo real. Con arreglo a este relato el sistema capitalista carecía de alternativa y el neoliberalismo había de imponerse con una hegemonía incuestionable.
Rusia está en manos de una oligarquía multimillonaria que desprecia la democracia. China cultiva su singular paracapitalismo dirigido por su aparato comunista. Estados Unidos está dividido en dos por el trumpismo y la desorientación del Partido Demócrata. En Europa cobran fuerza los nostálgicos de ideologías totalitarias que reivindican sin complejos a caudillos del siglo pasado. Prosperan las doctrinas ultraneoliberales. Pero la libertad sin restricciones es un liberticidio para las libertades que se respetan mutuamente y respetan unas reglas para dañar lo menos posible a los demás al ejercerse. Aunque no esté de moda, hay un modelo socialdemócrata, bien representado por el extinto Estado de bienestar escandinavo, que no abole las leyes del mercado pero tampoco tolera que se impongan como si fueran decretos divinos y prefiere calibrar los posibles daños colaterales de maximizar beneficios a cualquier precio.
Cada cual debe poder prosperar según su capacidad y empeño, si la suerte le favorece, pero eso no debería hacerse a costa del empobrecimiento ajeno al acaparar todo tipo de recursos. Incrementar astronómicamente ciertos patrimonios conlleva un endeudamiento de quienes no cuentan con lo suficiente para vivir dignamente, aunque trabajen con denuedo. Lo paradójico es que las urnas premien los intereses de quienes tienen una vida más acomodada, si bien las fuerzas de izquierda o progresistas no contribuyen a clarificar la situación con sus luchas intestinas y una ridícula pugna de patéticos narcisismos. Pero, con todo, se trata de primar la solidaridad o la depredación.
Hoy convendría decir que somos berlineses y por lo tanto ciudadanos del mundo además de pertenecer a uno u otro país, porque nuestra patria es la Humanidad y unos derechos irrenunciables que no debería conculcar dogmatismo alguno. Los paraísos del proletariado y del arribista sin escrúpulos no suponen marcos estables de convivencia. Las democracias deliberativas no deberían dar pábulo a esa polarización; antes bien tendrían que propiciar consensos entre cosmovisiones plurales, gracias al diálogo constructivo entre quienes piensan de modo diferente.
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