Urgente Grandes retenciones en la A-8 y el Txorierri, sentido Cantabria, por la avería de un camión

Heine dejó dicho que allí donde se queman libros acaban quemándose luego personas. Quizá pensara en la Santa Inquisición, pero los nazis comenzaron por hacer hogueras con libros malditos y terminaron construyendo hornos crematorios para hacer más productivo el Holocausto. Hace nada quisieron regalarle a ... Putin la cabeza de Zelenski por su enésima investidura; el magnicidio del presidente de Ucrania se planteaba como un obsequio al autócrata ruso. El primer ministro de Eslovaquia, Robert Fico, ha sido tiroteado esta semana en la calle en un atentado que ha puesto en alarma a toda Europa. Lo malo es que, sin volar tan alto, vemos cómo prosperan los discursos del odio que impregnan con distinta intensidad cualquier declaración política entre nosotros y por doquier.

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Con la violencia se aplica el mismo esquema que se endosa a los casos de corrupción: se obvian los propios y se agigantan los ajenos. En Dresde, una madre acompañó a su hijo de 17 años hasta la comisaría. Era el único menor de la cuadrilla que dejó medio muerto a un candidato socialdemócrata a las próximas elecciones europeas. ¿Habrá gente que no vea con malos ojos o incluso jalee palizas como esa? No hay nada nuevo bajo el sol. El fenómeno es bien conocido. Se demoniza a un colectivo por su credo religioso, ideas políticas u origen racial, entre otros factores, convirtiéndolo en chivo expiatorio de todos los males que nos aquejan. Es el corolario natural de una insoportable polarización maniquea que solo contempla males o bienes absolutos.

Los otros, cualesquiera que sean estos, tienen la culpa de todo. Acabando con ellos las cosas irían mucho mejor, luego hay que tender a expulsarlos o hacerles la vida imposible. La etiqueta es lo de menos. Puede tratarse del 'Perro' Sánchez apaleado en efigie por aquellos que gustan de la fruta y solo saben recurrir a los insultos denigratorios para esconder su falta de argumentos. El pueblo judío también pasó por ese trance, aunque ahora le toque padecerlo a la población palestina. La opinión pública queda intoxicada por unas consignas tan delirantes como eficaces. Cuando lo pasas mal, cualquier consuelo te vale. Basta con ver lo que pasa en Argentina, donde un anarcocapitalista rentabiliza el malestar sembrado durante décadas por un populismo peronista.

Las palabras no son inocentes. Los discursos que alimentan el odio suelen dar pie a la violencia física, guerras civiles y conflictos bélicos internacionales. Machado decía que una de las dos Españas nos helará el corazón, como si fuera un destino fatídico el que haya dos cosmovisiones antagónicas condenadas a odiarse hasta la noche de los tiempos. Unamuno fue utilizado por los 'hunos' y por los 'hotros' al tener criterio propio y no seguir al abanderado. En última instancia, la convivencia solo requiere pensar por cuenta propia y no dejarse llevar por los prejuicios grandilocuentes del apocalíptico de turno. La vida está hecha de matices y los extremismos no la reflejan en absoluto.

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Corremos el riesgo de repetir una historia que ya conocemos y cabe recordar revisitando la República de Weimar. No hay que optar entre la libertad o el socialismo, ni nada parecido. Quienes deciden dedicarse a la política deben ponerse de acuerdo para encontrar soluciones a los auténticos problemas de sus representados y administrar la cosa pública en beneficio del conjunto. Los órdagos y el desaforado narcisismo de ciertos liderazgos deberían pasar sin pena ni gloria. Solo triunfan en medio de una crispación insoportable. Puigdemont, por ejemplo, nos dice que o César o nada. Pues a ver si cumple su propia promesa. Nos jugamos mucho en las próximas elecciones europeas. Hasta las empresas alemanas han advertido del auge del extremismo. La prosperidad es incompatible con el sobresalto de una polarización tan absurda como letal.

La etimología del odio nos conduce a detestar; es decir, a apartar algo tomando a los dioses por testigos, a rechazar con imprecaciones, maldecir y renunciar solemnemente a lo que se considera execrable con un enorme boato. Nos encontramos en las antípodas de lo que debe definir a la democracia y sus reglas de juego. El odio es lo único que debe ser desterrado sin contemplaciones en aras de una convivencia pacífica. No toleremos la intransigencia y aborrezcamos el odio. Con eso ganamos todos. Incluso los que se han acostumbrado a odiar de oficio.

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'El Príncipe', de Maquiavelo, pasa por ser una biblia política, pero solo incluye algunas tretas ventajosas para conservar el poder a cualquier precio. Para formar ciudadanos que merezcan ese nombre deberíamos leer más 'El Principito', de Saint-Exupéry. Allí nos recuerda cuán fácil resulta juzgar a los demás cuando el reto es juzgarnos a nosotros mismos. Antes de arrojar la primera piedra, deberíamos ponernos en el pellejo de aquel a quien se pretende dilapidar porque seguramente con ello se cancelarían muchas dilapidaciones y habría más oposiciones colaborativas, como la que ha defendido el exdiputado Joan Tardá entre ERC y el PSC.

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