La tentación nacionalista
El PNV no aclara dónde quiere llegar con la reforma del Estatuto de Gernika, que por sí sola no acabará con los problemas de los vascos
Roberto Lertxundi
Domingo, 22 de septiembre 2024, 00:04
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Roberto Lertxundi
Domingo, 22 de septiembre 2024, 00:04
La política doméstica está un tanto revuelta por el nuevo «estatus». El PNV ha anunciado una ronda de contactos, de consultas, para ver hasta dónde se puede llegar y cuál es su precio. Habla de la necesidad de «acordar» las «condiciones» para ir avanzando, sin ... decirnos a dónde o siquiera hacia dónde. Solo sabemos que el punto de partida es el actual Estatuto de Autonomia, el conocido como Estatuto Gernika, que próximamente cumplirá 45 años desde su aprobación en referéndum del 25 de octubre de 1979. Esa norma, en su desarrollo, es la que nos ha dado entidad, la que posibilita el Parlamento vasco y su Jaurlaritza, a la vez que amarra las «libertades vascas» y sus competencias a la Constitución española. Teniendo en cuenta todo eso, la «ronda de contactos» no deja de ser algo puramente especulativo para valorar, y justificar en su caso, el apoyo de los diputados del PNV en el Congreso al Gobierno de Pedro Sánchez. Una valoración de coste-efectividad buscando la complicidad de otras fuerzas más allá del Gobierno de coalición de Vitoria.
Lo que ocurre es que el marco legal no da mucho más de sí, tal como se expresa en el acuerdo de Gobierno entre PNV y PSE-EE. Las costuras del Estatuto no permiten todo y, simultáneamente, el Estatuto que posibilita nuestro autogobierno no es responsable de los problemas de la ciudadanía en vivienda, en sanidad o en resultados educativos. Como no lo es de los problemas migratorios y su regulación. Tenemos una muy amplia competencia en esas materias, salvo en inmigración. Y hoy, cuando constituyen las grandes preocupaciones de la gente, la respuesta basada en la ideología no es razonable. Hay que decir la verdad: el Estatuto y el autogobierno no son responsables de los problemas de la gente. Y, por lo tanto, su solución no vendrá por el camino de la ideología.
Amagar y no dar. Se cuenta lo de aquel chaval de Zeanuri que tiraba piedras a la luna y que contestaba a cuantos le preguntaban cuál era su objetivo: «Darle a la luna un buena pedrada». Evidentemente, nunca lo consiguió. Pero se convirtió en el mejor lanzador de piedras de todo el Valle de Arratia. Algo parecido ocurre con el nacionalismo que nos gobierna en coalición: amagar y no dar, pero conseguir que la gente hable de «lo mío».
El Estatuto no es el responsable, sino quienes lo manejan, los que gobiernan, que habitualmente ha sido el PNV con el apoyo de PSE-EE. Gobernar es tomar decisiones para resolver problemas. También para plantearlos. También para mejorar la vida de la gente, para mejorar lo que tenemos. Pero ¡ojo con abrir las puertas a falsas expectativas! La frustración está ahí mismo, a la vuelta de la esquina.
Acabo de volver de un viaje por Cataluña, que coincidió con el 11 de septiembre, con la Diada. Impresionante la desmovilización en tan solo siete años: de un millón de personas en la manifestación independentista de 2017 a 60.000 en esta ocasión. Ese es el resultado de alentar la frustración: prometer objetivos inalcanzables, metas imposibles. Te puede hacer quedar como el más radical en tu ámbito, pero irás perdiendo adeptos. Así lo entienden mis amigos de ERC, de Junts e incluso del PSC. Todos tienen que revisar sus estrategias para responder a las inquietudes y demandas de la población. También el PSC, que tras la victoria con la que ha recuperado la presidencia de la Generalitat se encuentra con la papeleta de reconstruir la convivencia y plantear objetivos comunes que sumen esfuerzos y rehagan los puentes en una comunidad, una nacionalidad, donde ha habido tantos interés en destruirlos.
Pasó en tiempos del lehendakari Iñigo Urkullu: se acuñó el término de la «nación foral», un mantra del nacionalismo histórico. Sin darle contenido, porque nación foral, además de la igualdad territorial básica, es solo el control del dinero: el Concierto Económico, la política fiscal acordada, el Cupo y la absoluta falta de transparencia en su cálculo... Es decir, el control de las finanzas públicas. A eso ha quedado asimilada la famosa disposición adicional de la Constitución sobre los derechos forales.
Sabemos que el nacionalismo nunca puede estar satisfecho. Es consustancial a sí mismo. Por eso no nos preocupan las especulaciones. Pero sí podemos exigir que quienes nos gobiernan se tomen la tarea muy en serio. Que la política no es solo gestión, pero tampoco es solo ideología. Gestionar con ideología, ese es el quid. Ellos sabrán si el acuerdo firmado con el PSE-EE lo permite. Creo que sí.
Si esa es la prioridad, las especulaciones sobre el «estatus» son gratuitas, puro fuego de artificio. Más aún cuando sabemos -Euskadi lo demostró, Cataluña lo ha hecho hace poco…- que eso del 'todo por la patria' no deja de ser un eslogan que no se cree ni el duque de Ahumada.
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