Estamos en pleno verano y los estudiantes disfrutan de las vacaciones. Que sean más o menos merecidas depende en buena parte de la evaluación obtenida en sus estudios. Aunque hay calificaciones que no han llegado. Son las que corresponden a los rendimientos escolares de Euskadi ... en su conjunto. La viceconsejera de Educación, hoy consejera, anunció que en febrero entregaría la primera parte de esos datos, los que corresponden a la evaluación de diagnóstico que se realiza a todo el alumnado de 4º de Educación Primaria y 2º de ESO, pero acaba julio sin mostrar tales notas. Mal estreno es copiar lo peor de sus inmediatos predecesores.

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Resulta obligado recordar que el País Vasco gasta aproximadamente dos millones anuales en evaluaciones del sistema educativo. Hurtarlas a la vista quizás no entra dentro de la calificación jurídica de malversación, pero desde luego no resulta una práctica democrática. Porque las evaluaciones planificadas y financiadas con dinero público a través de la Ley de Presupuestos no pertenecen a la Administración, de turno, sino a toda la sociedad.

¿Qué pensaríamos si nos ocultaran los datos del IPC para obstaculizar juzgar la evolución económica, o los del paro para impedir valorar las políticas de empleo, o el tiempo de espera en la sanidad pública, o el de solicitantes de vivienda, o tantas otras informaciones que dificultasen nuestro juicio? Pues en la educación, los resultados más relevantes se esconden, y solo por una razón: porque cuestionan la política practicada durante estos años y sus costes para el alumnado y el conjunto de la sociedad vasca.

Uno de esos datos que se ha podido conocer, no de mano del Ejecutivo, indica que en 2023 no llegaba a la mitad el alumnado que superaba el nivel inicial en la competencia lingüística en euskara en 2º de ESO, única lengua en la que tres cuartas partes de los estudiantes vehiculan todos sus aprendizajes. También que está en torno a un tercio el alumnado que no alcanza la suficiencia en lengua castellana en ese mismo nivel, y que una proporción incluso superior no la obtiene tampoco en la competencia científica.

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Transformemos estos porcentajes en cifras netas con un ejemplo. El 65% que superó ese nivel inicial en la competencia científica de los casi 23.000 alumnos evaluados en 2ª de ESO son poco menos de 15.000 alumnos. Son los candidatos, si no se pierde ninguno por el camino, lo cual es harto improbable, a afrontar estudios terciarios, esto es, enseñanza universitaria o técnica superior. Pensemos que disponemos de más de 13.000 plazas en primer curso de la Formación Profesional de grado superior o que solo la Universidad pública vasca necesita más de 8.000 candidatos para cubrir su oferta de primer curso de grados. Así que, a priori, no parecen demasiados estudiantes para tanta oferta y, presumiblemente, necesidad, dado que nuestro tejido económico es, después del de la Comunidad de Madrid, el que más cualificación requiere para cubrir sus puestos de trabajo.

Es verdad que hace diez años eran pocos más. No porque hubiera más alumnado en ese nivel, no lo había (había 3.000 estudiantes menos en 2º de ESO), sino porque su tasa de éxito era sustancialmente más alta, del 78% en la competencia científica del ejemplo, y por tanto el sistema educativo en ese nivel terciario recibía de entrada a más de 15.000 estudiantes con expectativa de superación.

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El problema es que dentro de muy poco, con nuestros bajísimos niveles de éxito y su persistente tendencia descendente, no habrá candidatos ni para cubrir las plazas que ofertamos hoy en la FP de grado superior, por no hablar de las universitarias. ¿Por qué? Porque dentro de diez años, por efecto del descenso de natalidad, en 2º curso de ESO solo habrá 15.000 estudiantes matriculados, y una tasa de logro de estas características significa que solo 12.000 de ellos y ellas serán suficientemente competentes en lengua castellana, ni siquiera 10.000 lo serán en ciencias y apenas 7.000 alumnos alcanzarán un nivel en lengua vasca adecuado para enfrentarse con posibilidades a estudios terciarios. Si ni ese 78% de éxito de antaño en la competencia científica nos serviría, qué decir de los exiguos porcentajes actuales.

Que el calor no nos confunda. Nuestro invierno demográfico ya está aquí, solo que cuando se perciba en toda su crudeza puede ser demasiado tarde para muchos de nuestros estudiantes y para todos nosotros como país. Afrontarlo debidamente precisa, entre otras muchas cuestiones, trabajar por revertir nuestras tasas de éxito educativo a los niveles de al menos hace doce años, nuestro mejor momento según evaluaciones propias y ajenas, e incluso mejorarlas. Y no lo podremos hacer si no reconocemos la dura realidad, la analizamos debidamente y corregimos en dirección correcta el rumbo de nuestra política educativa.

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