Por si no tuviéramos suficiente con la crisis sanitaria que nos azota y con la consiguiente crisis económica que nos va a quebrar el espinazo como sociedad, resulta que surgen responsables políticos que parecen tener tiempo y ganas de cuestionar algunos de los pilares fundamentales ... de nuestro Estado de Derecho. Un ejemplo entre otros es la reciente propuesta de nuestro lehendakari, insistentemente manifestada en diversos medios y lugares, de republicanizar la monarquía en España.
Que haya intelectuales que digan algo así resulta perfectamente normal y hasta saludable, puesto que da pie al debate de ideas. Republicanizar la monarquía parece querer exigir su aceptación periódica por la ciudadanía, mediante referéndum, por ejemplo, o mediante una elección de sus protagonistas. Una propuesta así requeriría, no obstante, analizar el sentido de las monarquías y su consustancial sujeción al principio de la herencia. A no ser que nos remitamos a los visigodos, que esos sí que tenían monarquía electiva y no como dicen que la tienen los maoríes, que luego en la práctica ya sabemos que no se da. Pero, en cualquier caso, demandar la republicanización de la monarquía da pie, naturalmente, a extender dicha republicanización a otras instancias políticas y sociales, que a lo mejor requieren de la misma medicina, en mayor dosis incluso.
Porque si se trata de republicanizar, y tirando del manual del buen republicano, imaginemos la de cosas que tendríamos que tocar, sin salir de Euskadi, para ser coherentes con nuestra propuesta. Para empezar, el republicanismo pondría en cuestión la duplicidad de instituciones provinciales y autonómicas y obligaría a elegir unas u otras, pero no las dos. La esencia del republicanismo es la cohesión social y su principio es el de una ley común, igual para todos, y sabemos que al republicanismo no se le convence con razones históricas. Pero, cuidado, porque el republicanismo repudia la historia cuando de ella procede el agravio, pero la busca cuando de ella procede la virtud. Y si la historia nos dice que las juntas y las diputaciones eran ejemplares, ¿qué sentido tuvo crear instituciones por encima de ellas?
Del mismo modo, el republicanismo exige también ciudadanos activos y virtuosos, amantes de su comunidad y dispuestos a emplear parte de su tiempo en su gobierno y en la elaboración de leyes. Hablamos, como es obvio, del tema de la participación política, que en el republicanismo presenta diferentes modelos, diferenciándose el norteamericano -más representativo y propio de un país que al fin y al cabo es un continente, por lo que sus dimensiones para una democracia directa son inmanejables- y el europeo, más propicio a la efectiva participación política de los ciudadanos. Lo cual nos llevaría, en nuestro caso, dadas las dimensiones geográficas de Euskadi, a algo mucho más profundo y radical que enviar propuestas por Internet a una página web del Gobierno vasco, que es como entienden nuestros políticos el tema de la participación ciudadana. No, no. La participación ciudadana republicana exigiría, cuando menos, la rotación en los cargos públicos; es decir, en los puestos que se ocupan ahora por los partidos en el Parlamento vasco y en los órganos de gobierno. Puestos que en ningún caso se permitiría que fueran ocupados por más de una legislatura por la misma persona. Y aquí hay que recordar que tenemos cargos, en todas las escalas, de la primera a la última, que encadenan legislaturas sucesivas sin ley ni condición previa que les limite.
El republicanismo tampoco admite condiciones prepolíticas que, por razón de origen o procedencia, alteren la cohesión entre los ciudadanos. Solo una ley, igual y común para todos, a la que todos sirven porque todos son partícipes de su elaboración y que es garantía de su virtud y de su dignidad como personas libres. Y, por lo mismo, el republicanismo necesita de referentes cívicos, de padres fundadores que en sus escritos conciliadores y en su acción inclusiva aglutinen las virtudes en las que los demás ciudadanos se miren y se entiendan formando parte de una misma comunidad. En Euskadi no existe nada semejante asumido por todos y que proporcione virtud republicana a toda la colectividad sin exclusión. Por no tener no tenemos ni un día festivo de la comunidad con el que todos nos podamos sentir identificados.
El republicanismo, por tanto, es una asignatura muy exigente para las comunidades donde se propone su implantación. Demanda una educación asumida por todos los ciudadanos, que los convierta en patriotas virtuosos, que los motive a participar y a elaborar sus propias leyes. Y, sobre todo, requiere coherencia y reciprocidad, de manera que lo que exiges para los demás estés dispuesto a cumplirlo contigo mismo.
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