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Los momentos actuales, marcados por el recuerdo de una pandemia que lo puso todo patas arriba y el estallido de un conflicto bélico en el corazón de Europa, ponen sobre la mesa la necesidad de asumir que estamos en tiempos de renuncias. Tiempos que inciden ... en la necesidad de una profunda reconsideración y transformación del modelo general de desarrollo porque está resultando ya insostenible.
La pandemia nos puso ante el espejo y empezamos a vernos tal y como somos, no como creíamos o queríamos ser. Nos presentó, con toda crudeza, el alcance de nuestras limitaciones y la urgente necesidad de revisar prioridades. Prioridades que tienen que ver con el bienestar de las personas y las mejores formas de avanzar en su desarrollo. Ahí, por ejemplo, saltaron las costuras de nuestros sistemas de salud y el espejo nos devolvió una imagen muy alejada del que venía siendo un discurso autocomplaciente. También nos dimos cuenta de que lo de construir comunidad no era tan fácil y de que, en cuanto venían mal dadas, el ramalazo de la individualidad se imponía a la búsqueda del bien común.
Todo ello, dentro de una cultura que ignoraba el valor de la renuncia y que se convertía en un continuo ejercicio de supuestos derechos incontestables, porque lo de las obligaciones no lo teníamos tan claro. Sumidos en una especie de huida permanente hacia delante, surfeando las olas de la superficialidad y la inmediatez, pensando que en el fondo nada había cambiado y podíamos permitirnos el lujo de aspirar a todo sin renunciar a nada.
Probablemente, los últimos años de progreso en el mundo más desarrollado -porque en otros mundos esto no es tan claro- han generado una especie de burbuja en la que creíamos que todo es posible, que está al alcance de nuestra mano y tenemos derecho a conseguirlo sin renunciar a nada. Esto se observa en las nuevas generaciones -educadas en la abundancia- y en todo tipo de comportamientos. Así, se comprende que lo individual se vaya imponiendo a lo colectivo y que los derechos se impongan a las obligaciones. Incluso en las relaciones políticas se cultiva la imposición frente a la renuncia, la descalificación frente a la búsqueda de acuerdos, el acento sobre lo mío frente al acento sobre lo nuestro, el sentido de partido frente al sentido de Estado. Y esto deriva en enfrentamientos y ausencia de pactos básicos. Pero... ¿cómo vamos a pactar si eso exige renunciar?
En este contexto, el conflicto bélico nos ha vuelto a poner frente al espejo y ahora nos damos cuenta de que algo que dábamos por hecho, como es el caso de la energía, no parece estar tan claro. De pronto la discusión de los nuevos ricos del planeta tiene que ver con el derecho inalienable a poner unos grados de menos en el aire acondicionado o unos grados de más en la calefacción que viene. Discusiones todavía alejadas de situaciones en las que haya que asumir políticas de renuncia, también con el agua. Resulta que, de pronto, nos percatamos de que lo del cambio climático no era un cuento y que las repercusiones en nuestro día a día nos llevarán, más antes que tarde, a políticas de racionamiento.
El espejo nos está diciendo que 'el rey está desnudo' y que cuanto antes empecemos a declinar el verbo renunciar antes empezaremos a construir nuestro nuevo futuro. Un futuro en el que el ejercicio de renunciar va a ser capital porque el modelo actual de desarrollo no da para todo y para todos. Un ejercicio que está en la base de cualquier política de bienestar y que supone un gran desafío.
Si pensamos un poco, comprenderemos que lo que nos define como personas y como colectivos es tanto lo que hacemos como aquello a lo que renunciamos. En realidad, la vida de las personas y los pueblos es una sucesión de encrucijadas en las que debemos optar. De manera que las opciones que tomamos van construyendo nuestra historia y explican lo que somos. Pero tan importante como lo que hacemos es aquello a lo que renunciamos. En definitiva, nos definen nuestras renuncias, nos marcan nuestras renuncias.
Así, por ejemplo, la renuncia al gas ruso nos definirá como Unión Europea. Si esto es así, necesitaremos recapacitar sobre el espacio de nuestras renuncias hacia el futuro para entender el perfil de ese futuro que vamos a construir. Porque si no estamos dispuestos a renunciar a nada, el futuro que construiremos será un futuro vacío, sin contenido, insostenible, que se caerá por sí solo. El espejo de nuestras renuncias es un espejo del coraje del que somos capaces para sacrificar lo inmediato, lo fácil y lo superfluo en aras a construir un futuro que merezca la pena.
Tenemos una buena tarea por delante: la de aprender a renunciar, la de poner en valor el esfuerzo, el sacrificio y el compromiso. Dicho así suena a un discurso antiguo, poco glamuroso, incómodo…, pero es lo que hay; y cuanto antes nos pongamos a ello, mejor para todos.
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