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Hace unas semanas, en Bilbao, cerca del Museo Guggenheim, en el Paseo Uribitarte, se inauguró un complejo escultórico creado por la artista Dora Salazar que ... representa a unas mujeres tirando de unas cuerdas. Son las sirgueras, un colectivo de trabajadoras cuya historia creo que es un buen momento para recordar.
El trabajo de la sirga históricamente se ha desarrollado en numerosos puertos del mundo. Tirar de la maroma (tipo de cuerda gruesa usada en la navegación) para arrastrar barcos hacia el muelle ha sido siempre un trabajo duro y áspero, que muchas veces hacían animales y otras muchas hombres o mujeres. Bilbao no iba a ser ajeno a este oficio, habida cuenta de su localización, 14 kilómetros tierra adentro de ría navegable.
En muchas ocasiones eran mujeres las que hacían esta tarea de una manera socialmente normalizada. Pero, en los albores de la industrialización, éstas fueron siendo relegadas a las actividades más duras y menos remuneradas, algo que ya se puso de manifiesto en los informes de la Comisión de Reformas Sociales en 1885: «Las mujeres se ocupan en las faenas de carga y descarga de los muelles, ganando por su trabajo un jornal notablemente inferior al de los hombres». Poco a poco, a medida que el siglo arribaba a su fin, la industrialización se afianzaba y la división sexual del trabajo se consolidaba, las sirgueras pasaron a ser asociadas con la degradación, el embrutecimiento y la suciedad.
No en vano, los cronistas de la época se referían a su actividad con epítetos como «triste», «embrutecida», «despreciable» o «vergonzosa». A la denuncia de esta situación también se sumó el recién nacido movimiento obrero, que en el caso vizcaíno fue de la mano del Partido Socialista. Tal es así que, en 1905, en el especial del Primero de Mayo del semanario socialista 'La Lucha de Clases' se las describió como «pobres mujeres encorvadas, tirando (…) de la gabarra cargada. De cuerpos escuálidos, de caras arrugadas, pálidas, demacradas, envejecidas prematuramente, las cargueras, más que seres vivos, parecen símbolos de la miseria (…). Con el pelo enmarañado y sucia la cara y las manos, y hasta las pantorrillas, mal cubiertas por los girones del pingo con pretensiones de falda, que llevan pendiente de la cintura. ¡Cómo han de ir limpias siendo tan grosera su ocupación!».
Además, las sirgueras eran mujeres trabajadoras que con su sola presencia y ocupación cuestionaban la asignación de roles que el liberalismo y el capitalismo industrial había hecho para el hombre y la mujer. El hombre fue asimilado con la figura del ganador de pan, aquel que debía ocupar el espacio público, donde desempeñaría su actividad económica, mientras que la mujer había de adecuarse al ideal de ama de casa, figura amorosa, amable, dedicada al ámbito privado y al cuidado de la familia. Tal propuesta difícilmente podía ajustarse a la realidad de las sirgueras -al igual que a la de otras muchísimas mujeres que trabajaron durante la industrialización vizcaína, habida cuenta de la necesidad de las familias obreras de varios salarios para poder sobrevivir, y cuya labor ha quedado invisibilizada-.
Y es que hay que recordar que ellas no solo trabajaban en el espacio público, sino en una zona, la portuaria, altamente masculinizada, y el propio desempeño de su actividad las llevaba a prácticas socialmente consideradas masculinas, como la ingesta de alcohol, normalmente aguardiente, para aguantar las largas y duras jornadas laborales, y que solían acompañar de cánticos muchas veces soeces. Todo ello chocaba diametralmente con el arquetipo de mujer construido en ese momento, y por ello este colectivo de trabajadoras fue altamente estigmatizado, hasta el punto de que ni siquiera para el movimiento obrero cabía su dignificación a través de su trabajo, definido como «una vergüenza, es una de las muchas cosas que nos denigran en este siglo de… incivilización. Los he visto yo, los puede ver quien quiera. Mugrientos y llenos de harapos, amalgamados en repugnante promiscuidad», en 'La Lucha de Clases' de 1900.
El caso de estas trabajadoras es un buen ejemplo de las transformaciones que vivió el trabajo femenino durante la industrialización, cuando muchas mujeres quedaron o bien relegadas de los trabajos en el ámbito público o éstos fueron invisibilizados, en una época en que el trabajo femenino fuera de la esfera doméstica se convirtió en un 'problema', pues apartaba a las mujeres del ámbito de los cuidados, tan necesario para el funcionamiento de la sociedad. Reivindicar la labor de estas mujeres, y de otras tantísimas trabajadoras, quienes a pesar del estigma que pesó sobre ellas, a pesar de ganar menos y padecer peores condiciones laborales que sus compañeros varones, continuaron llevando el necesario sueldo a sus casas, es hoy una obligación, pues conocer el pasado nos ayuda a reflexionar sobre el presente. Y en esta cuestión todavía queda mucho por hacer.
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