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El 30 de noviembre el sol salió por el oeste en Irán. Ese día la selección iraní fue eliminada del Mundial de fútbol, que es un deporte inmensamente popular en el país. Incluso a las chicas les gusta y se colaban disfrazadas de chicos para ... poder ver los partidos, hasta que forzaron que les dieran permiso para acudir a los estadios, en graderíos segregados, ¡faltaría más! Por lo tanto, la derrota de su selección debería haber entristecido a los iraníes. En vez de ello, se echaron a las calles, en gran número, ¡para celebrarlo!
Siempre se dice que los gobiernos usan deportes y festejos para distraer a las masas. En Irán, la pasión futbolera no ha servido para eclipsar el descontento de la población, sino para amplificar las protestas, pues los jugadores de fútbol mostraron su solidaridad con los descontentos al negarse a cantar el himno nacional antes de los partidos. El Gobierno tuvo que rebajarse a amenazar a sus familias con la cárcel y la tortura para que los futbolistas cambiasen de idea y entonasen de nuevo el himno antes de su partido contra la selección de Estados Unidos, que les derrotó y les dejó fuera del campeonato. Eso ha llevado a muchos iraníes a ver la eliminación del Mundial como una derrota de su Gobierno.
Las autoridades empiezan a mostrar claramente su nerviosismo. Han pasados dos meses y medio desde que empezaron las movilizaciones por la muerte de la joven Mahsa Amini a manos de las fuerzas de seguridad, y las protestas no cesan pese a la represión sangrienta, con trescientos muertos por ahora. Peor todavía: se está iniciando un ciclo similar al que provocó la caída del sha: la costumbre de conmemorar a los difuntos cuarenta días después de su fallecimiento sirve de pretexto para nuevas protestas, que son reprimidas brutalmente, lo que lleva a una proliferación de nuevas manifestaciones funerarias otros cuarenta días después.
Estas protestas se retroalimentan con múltiples fuentes de descontento, que mantienen a Irán en un estado de algaradas callejeras semipermanentes desde diciembre de 2017. Ya no se trata de un caso concreto de brutalidad policial o de que la economía vaya mejor o peor, sino de una creciente crítica de fondo e incluso rechazo frontal al régimen. Han pasado 43 años desde la revolución islámica y a gran parte de la población no le importan la dictadura del sha o los horrores y sacrificios de la guerra contra Irak. Tienen muchos problemas propios y empiezan a percibir que la fuente de muchos de esos problemas es un Gobierno que ellos no han elegido.
Irán es una teocracia: se gobierna en nombre de Dios, pero al final toda teocracia es una hierocracia: el gobierno autocrático de una oligarquía sacerdotal. Irán es un Estado moderno en muchos aspectos técnicos y materiales, lo que lleva a una evolución social hacia un mayor laicismo. Esta tendencia se refuerza con el descontento creciente hacia la dictadura clerical. Ver la religión reducida a mera coartada de un sistema despótico tiene que provocar primero el anticlericalismo y luego el puro descreimiento. Así fue en España entre 1820 y 1970, y así está siendo ahora en Irán.
El régimen iraní todavía dispone de un cierto apoyo en las zonas rurales, a las que se supone siempre más conservadoras y piadosas, y ha creado una tupida red clientelar en torno a los guardianes de la revolución, los pasdarán, cuya lealtad al régimen está garantizada por el fanatismo ideológico, pero también por el entramado empresarial que controlan, que les convierte en una fuerza poderosa dentro de la economía iraní.
Pero, sobre todo, los guardianes de la revolución forman una especie de 'ejército bis', una fuerza pretoriana que es la última reserva del régimen, por si acaso el ejército regular no es de fiar. Es un rasgo típico de los sistemas totalitarios, como las Waffen SS o la Guardia Real saudí.
Sin embargo, el régimen parece desconcertado ante la persistencia de las protestas. Por un lado insinúa que quizás podría disolverse la Policía de la moral, pero a la vez hace derribar la casa de la escaladora Elnaz Rekabi, que compite sin usar el hiyab, el velo obligatorio que deja el rostro al descubierto pero ha de cubrir por completo los cabellos.
El problema para el régimen es que abolir el hiyab implica renunciar a su control sobre las mujeres, y los dirigentes se preguntan: ¿Cómo vamos a lograr que nos obedezcan los hombres, para mantenernos en el poder, si ya ni siquiera nos obedecen las mujeres? Pero el verdadero problema es que un régimen hierocrático se basa en la fe y la población iraní ha dejado de creérselo, de manera que al régimen solamente le quedan el soborno y la intimidación. Pero solo con esos cimientos los días del cualquier régimen están contados.
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