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La diferencia entre una persona líder y otra que no lo es consiste en que la primera te hace sentir bien, mientras la segunda te hace sentir mal». La sencilla reflexión es del experto en liderazgo Pau Solanilla y creo que expresa bien lo que ... sentimos buena parte de la población cada vez que nos acercamos a la catarata de declaraciones político-institucionales que inundan los informativos. Somos tantas las personas que nos sentimos mal que, según los datos del último Eurobarómetro, el 90% de los españoles desconfiamos de los partidos, los actores principales de nuestro sistema democrático.
Se cumplen hoy diez años del movimiento 15-M, que surgió con el doble objetivo de regenerar la política e impulsar alternativas económicas al actual modelo. Estalló con fuerza porque recogió el sentir de la mayor parte de la ciudadanía. Se antepusieron las nuevas ideas a los viejos cleavages y, como consecuencia del movimiento, se construyó un estado de opinión positiva, caló la idea de que se podían cambiar las cosas. Pero después de diez años, ¿en qué han cambiado nuestra política y nuestra economía?
El sistema político está compuesto por diferentes agentes, por instituciones, por valores, por legislación, etc., pero sus principales protagonistas son los partidos. Estos son los protagonistas del sistema democrático en nuestro país. Y la crisis de la representación que aún hoy vivimos no les afecta solo a ellos. Pero el primer eslogan de referencia en las plazas del 15-M, el «no nos representan», fue un llamamiento ciudadano especialmente dirigido a los partidos, entre otras, debido a dos razones.
En primer lugar, porque, aunque no son omnipotentes, están presentes en los grandes ámbitos de decisión. Nombran a quienes forman el poder legislativo, deciden el ejecutivo, participan en el judicial, designan representantes en sociedades públicas o en empresas participadas, proponen dirigentes para las fundaciones bancarias… En segundo lugar, porque los partidos son los agentes con la mayor capacidad de impulsar reformas en el sistema político. El sistema es un complejo engranaje en el que la alteración o el cambio de una pieza puede afectar a su funcionamiento general. Pero, por complicado que sea, ante sus déficits y el estado de desafección creciente no es de recibo que no haya habido cambios sustanciales en el modelo de representación y en el funcionamiento de sus principales actores. Hubo promesas, sí, pero sin duda se debieron al estado de shock que el 15-M provocó en nuestros dirigentes puesto que no ha habido una plasmación práctica de las mismas.
En cuanto al sistema económico, a pesar de los cambios (obligados) que se introdujeron en los sectores bancario y financiero e independientemente de que los datos indiquen que la rueda económica hoy vuelve a girar, nada indica que se hayan producido cambios relevantes en nuestras expectativas de futuro como sociedad desde el 15 de mayo de 2011.
Los responsables político-económicos no quieren pinchar lo que se asemeja a una nueva burbuja inmobiliaria y tampoco hay intención declarada de reducir nuestra dependencia del sector turístico y cambiar las bases de nuestra economía. Lejos de acortarse, las diferencias entre territorios y entre personas -en función de la renta per cápita -se han agudizado en el último año. Y aunque las expectativas mejoran cada semana, las pymes, el 99% de las empresas del país, no esperan que los fondos europeos vayan a llegar más allá de las grandes compañías.
Se puede defender que el actual modelo económico está vivo y que incluso reporta buenos resultados a nivel macro en algunas partes del globo. Pero hace aguas, fundamentalmente porque perpetúa la desigualdad entre los territorios y entre las personas de un mismo territorio. Y, más allá de la bronca diaria, en nuestros parlamentos no se atisba una crítica fundada al neoliberalismo caníbal que está en el origen de muchas de las ineficiencias que han emergido con la pandemia.
Tras la indignación inicial y más allá de las tentaciones rupturistas que anidan en los extremos de todo movimiento, el 15-M tuvo un espíritu positivo, constructivo. Se plantearon alternativas en clave de reforma del sistema político y económico, de ahí el inmenso caudal de confianza ciudadana que obtuvo. Diez años después, no se han cumplido las expectativas y los nuevos partidos surgidos al calor del movimiento están en vía muerta tras haber asimilado con una rapidez y una facilidad pasmosas las malas formas y conductas que venían a cambiar.
Sin embargo, azuzada por las chispas pandémicas, hoy vuelve a crecer la llama del descontento. Y si los principales agentes político-económicos del país no impulsan reformas profundas, corremos un serio riesgo de que emerja otro 15-M, pero mucho menos constructivo, con soluciones fáciles a problemas complejos y construido sobre el odio. O hacemos reformas o podemos vivir otro 15-M, malo esta vez.
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