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Mañana se celebra en Chile el plebiscito para aceptar o rechazar la Constitución diseñado por la Convención constitucional. A decir verdad, el texto que será sometido a la consideración de todos los chilenos en edad de votar (el sufragio será obligatorio) convence a muy pocos, ... dadas las incoherencias y contradicciones de un articulado excesivamente extenso.
Cualquiera que sea el resultado de la votación, hay un extendido consenso en que este domingo no se cierra ningún ciclo y, por el contrario, continuará el proceso hacia una nueva Constitución. Por eso, como señaló el expresidente Ricardo Lagos (levemente escorado hacia el 'apruebo'), la fecha decisiva será el lunes, cuando realmente comience una nueva etapa en la historia chilena reciente. Una etapa en la que todas las fuerzas políticas deberán acercar posiciones y trabajar seriamente por el futuro nacional; algo nada fácil, por cierto.
Al margen de que a los plebiscitos y referéndos los carga el diablo, como se vio en el Brexit y en el realizado en Colombia para ratificar el acuerdo de paz con las FARC, el resultado depende de diversas variables, algunas de difícil medición 'ex ante'. Para comenzar, la obligatoriedad del voto, que acercará a las urnas a un número importante de nuevos votantes. ¿Quiénes son? ¿Por qué opción se decidirán? A esto se agrega una evolución no lineal del sufragio tras las protestas de 2019. El plebiscito para aprobar la reforma constitucional y la elección de la Convención tuvieron un signo muy distinto de las posteriores elecciones legislativas y presidenciales.
Si, como predicen todas las encuestas (aunque por ley las últimas se publicaron el 19 de agosto), gana el 'rechazo', las principales fuerzas políticas alineadas en esa tesitura están de acuerdo en dejar atrás la vieja y varias veces remozada Constitución de Pinochet. Una norma que, a fin de cuentas, sigue siendo percibida como una creación dictatorial. De todos modos, si esto ocurre, habrá que definir los mecanismos de un renovado proceso constituyente.
Por el contrario, si gana el 'apruebo', tanto el presidente Boric como la alianza socialista que integra su Gobierno han apuntado que se abre un tiempo para reformar algunos de los artículos más controvertidos, como el carácter plurinacional y multiétnico del país, las prerrogativas de la «justicia indígena» o el papel del Ejército en coyunturas de alta conflictividad social.
Por supuesto, en ambos casos será relevante el caudal electoral de cada opción. Y si bien se especula con un resultado bastante ajustado, no será lo mismo ganar o perder por un par de puntos que por más de ocho o diez. El futuro margen de maniobra de unos y otros dependerá, precisamente, de los porcentajes obtenidos en esta consulta. A falta de encuestas, los chilenos recurren a las casas de apuestas para medir las posibilidades de unos y otros, y si bien el 'rechazo' sigue siendo favorito, el 'apruebo' ha seguido recortando distancias. Habrá que ver cómo impacta en el sentir de los votantes la cuestión del orden público y el deterioro de la ya tensa y violenta relación con algunos grupos mapuches muy radicalizados y partidarios de la lucha armada.
No obstante, el lunes se abre en Chile un nuevo tiempo político, que afectará a la composición del Gobierno. No solo porque habrá una profunda renovación del Gabinete, sino también por el peso de las diferentes alianzas dentro del Ejecutivo. Apruebo Dignidad, la convergencia del Frente Amplio, el principal apoyo de Boric, y el Partido Comunista permitió la victoria del nuevo presidente en la primera vuelta. Pero sin el concurso de buena parte de la antigua Concertación, hoy nucleada en torno al Socialismo Democrático (básicamente el PS y el PPD), ni su triunfo ni la gobernabilidad del país serían posibles. Por eso, tras el resultado se sabrá el margen de acción de cada bloque.
Chile y su joven presidente, Gabriel Boric, se aprontan a vivir unas jornadas decisivas, que incluso comprometerán el rumbo y el desenlace de algunas reformas, como la tributaria y la de pensiones, consideradas estratégicas por el actual Gobierno. Sin embargo, valdría la pena marcar la singularidad del proceso chileno de cambio constitucional. En buena parte de América Latina, el resultado de las numerosas reformas desgranadas desde que en 1999 se aprobó la Constitución bolivariana de Venezuela estaba prácticamente cantado desde el inicio del proceso. No había lugar para la incertidumbre ni para la improvisación. Todo estaba atado y bien atado. No es lo que ocurre en Chile. Y, nuevamente en este caso, la excepcionalidad chilena ratifica la profundidad de la singularidad republicana, tanto de su sistema político como de sus instituciones.
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