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Ha terminado el curso 2023-2024. A la lógica alegría de profesores y alumnos por la llegada de las esperadas vacaciones se suma también una cierta preocupación ante las noticias que venimos recibiendo. Unas tienen que ver con la caída paulatina en el rendimiento académico ... de los jóvenes vascos en comparación con los de otras autonomías, pese a que Euskadi está a la cabeza en inversión educativa. Otras, con el aumento de la segregación del alumnado vulnerable entre los centros de la red pública y los de la privada/ concertada. Expertos como Ricardo Arana vienen denunciándolo con paciencia y rigor desde hace tiempo en estas mismas páginas, mientras señalan diversas causas e interpelan a nuestras autoridades para que tomen cartas en el asunto. No voy a entrar aquí en ello. Daría para largo. Hoy hablaremos de otra cosa.
Entre los retos que tiene nuestro sistema educativo hay uno importante, pero que no ha suscitado el mismo interés que los que acabo de citar. Alguno se asustará: ¿otra asignatura pendiente para el verano? Pues sí, y esta es de las que cateamos sistemáticamente. El terrorismo ha sido el fenómeno que más nos ha singularizado como sociedad en las últimas décadas, desde los años 60 hasta prácticamente la actualidad. Ya en democracia, ha sido nuestro elemento distintivo a nivel de (falta de) convivencia y pluralismo. Sin embargo, según un estudio reciente de Eskubidez, foro de entidades de educación en derechos humanos y por la paz, solo en un 20% de los centros de enseñanza no universitarios vascos se aborda nuestro terrorismo.
ETA fue la principal protagonista de esta triste historia. Pues bien, a fecha de hoy, la única referencia al terrorismo en el currículo educativo vasco vigente (2023) dice así: «Principales conflictos en el presente. Alianzas e instituciones internacionales (ONU, OTAN, OCDE, UE, OEA, APEC, etcétera), mediación y misiones de paz. Injerencia humanitaria y justicia universal. Genocidios y crímenes contra la Humanidad. Guerras, terrorismo y otras formas de violencia política». Esto es todo lo que figura sobre el tema que nos ocupa. Está entre los saberes básicos de Geografía e Historia de 4º de ESO. Es una palabra descontextualizada, perdida en una serie de muchos otros asuntos, amplísimos, y situada en un ámbito internacional.
En los otros cursos y asignaturas de Primaria o de ESO no hay nada. Para Bachillerato, tampoco nada. Específico sobre terrorismo doméstico, nada de nada. Los decretos para Educación Básica y Bachillerato suman 900 páginas. ¿De verdad no había sitio? ¿Qué tememos? Si aspiramos a transmitir conocimientos y valores, hay que empezar por casa, por contarnos con rigor lo que nos ha pasado y lo que algunos de nuestros vecinos hicieron y apoyaron.
¿Podría ser de otro modo? Por supuesto. De hecho, en planes de estudio previos sí había referencias. Quizás resultaban insuficientes, pero era algo. Aparte, en los actuales, otros periodos violentos del siglo XX como la Guerra Civil y la dictadura franquista sí están bien contemplados, como no podía ser de otro modo dado su calado histórico y sus repercusiones a todos los niveles, también en un plano moral. Otra cosa es el tiempo que cada profesor pueda o quiera dedicarles. Pero a la hora de trabajar sobre vulneraciones de derechos humanos recientes, cuyas víctimas siguen entre nosotros y demandan memoria, verdad, dignidad y justicia, los docentes no tienen el mismo paraguas oficial, lo que supone un gran obstáculo.
Ya existen materiales didácticos de calidad, pero si el tema no figura en el currículo, su difusión quedará limitada a aquellos que tengan una sensibilidad particular. Por lo demás, hay que recordar un problema central y obvio: la izquierda abertzale sigue sin condenar a ETA y un porcentaje creciente del profesorado, especialmente en la red pública, engancha con ese sector sociopolítico, como traslucen los resultados electorales de su sindicalismo afín.
No hay visos de que la izquierda abertzale vaya a cambiar su actitud, que se resume en ignorar su oscuro pasado para ganar respetabilidad e influencia en el presente y futuro. Por tanto, no nos podemos quedar sentados esperando a que dejen de arropar a los presos de ETA, ni a que condenen sus actos. ¿'Condenar' les parece una imposición del otro? Si desean evitar el término tabú, propongo más fórmulas: una denuncia moral o un reconocimiento de la injusticia de tantos crímenes y de tantas justificaciones de lo injustificable. ¿O será que la traba no está solo en la palabra de marras?
En esa línea proactiva, la solución está en integrar el estudio del terrorismo en los currículos escolares, a la par que se potencian visitas de campo a lugares de memoria y el testimonio de las víctimas en las aulas, bien de forma presencial (lo ideal), bien mediante vídeos o textos. Cuanto más tardemos en tomar medidas, más difícil será revertir el silencio y el olvido que hoy domina, cuando no la tergiversación.
Los jóvenes quieren saber. Alguien tiene que contárselo y, desde arriba, alguien tiene que tomar la iniciativa. Los objetivos merecen la pena: un mejor conocimiento histórico, formar a ciudadanos críticos y prevenir la radicalización violenta.
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