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El 8 de septiembre de 1982 no había comenzado a alborear el día cuando Dolores Berisa Martínez ejecutó su fatal decisión después de haber escrito ... su última voluntad en una escalofriante nota con cinco palabras: «No lloréis por mí, hijos». Vivían en el primer piso de un edificio de siete, en el número 10 de la entonces calle Capitán Mendizábal (ahora Itsasalde) de Santurce. Dolores subió al sexto, abrió la ventana de uno de los patios interiores y se precipitó a un vacío oscuro, como de noche definitiva. Su hijo mayor contó a la Prensa que día a día, tras la muerte de su marido, «lloraba constantemente y moría lentamente» sin ningún consuelo posible. Hasta que no pudo más.
El 5 de junio, ETA había asesinado a su marido, Rafael Vega Gil, comerciante, con 48 años, uno más que ella, y cuatro hijos con edades entre los 22 y los 12 años. Fue un crimen sectario más de ETA que rompió para siempre un proyecto de vida que Rafael y Dolores iniciaron en los años 60, cuando llegaron a Santurce con un hijo y muchas ilusiones, procedentes de Azagra (Navarra), donde se conocieron e inauguraron su hogar familiar en una modesta vivienda.
Soy de los que piensan que las víctimas del terrorismo suelen sufrir tres asesinatos: el físico, el moral y el del olvido, propio de la gran mayoría de una sociedad vasca autocomplaciente y satisfecha en lo económico, pero que, ante el pistolerismo abertzale, salvo honrosas y contadas excepciones individuales en los medios de comunicación o colectivas en asociaciones pacifistas, siempre actuó en un espacio delimitado entre la cobardía moral y la connivencia con los asesinos. Los que se pusieron de perfil aparecen muy bien retratados en el libro 'Los amnésicos' de la periodista franco-alemana Géraldine Schwarz. Son los que define, para referirse a la sociedad alemana que aupó o consintió el nazismo, como los Mitläufer: los que siguen la corriente, los indiferentes, los pasivos, los oportunistas, los mismos que con su actitud consolidaron en Euskadi esa industria del crimen con coartada política.
Rafael y Dolores tenían su domicilio en la principal arteria santurzana, donde los que vivíamos allí éramos una especie de mesocracia incipiente de familias numerosas con proles de entre 3 y 5 hijos, casi todos en colegios privados, con segundas residencias fuera de Euskadi, y vecinos de comunidades en cuyos buzones predominaban los apellidos autóctonos sobre los foráneos. Era la calle paradigma de esa sociedad vasca biempensante, conservadora, de misa dominical y votante en abrumadora mayoría del PNV y Coalición Popular (antes UCD y después PP).
Su reacción a ambas trágicas muertes fue ese silencio espeso que acompañaba a los crímenes de ETA. Los responsables del asesinato fueron detenidos y condenados por el mismo en 1984 a casi 27 años de cárcel, y a pagar 20 millones de pesetas de indemnización a los hijos de la víctima. Los terroristas cumplieron 22 años de pena, salieron a la calle entre 2004 y 2005, y no pagaron ni un euro a la familia Vega Berisa. Antes del juicio, los concejales en Santurce del PNV, HB y EE se aliaron para aprobar una moción de turismo penitenciario consistente en visitar a ocho «presos políticos» del pueblo en sus respectivas prisiones, dando a cada uno un donativo de 3.000 pesetas con motivo de las fiestas patronales. Desconozco contra qué dictadura habían luchado para ser considerados en 1983 como «presos políticos». El dinero era a cargo del erario municipal y no se hacía lo mismo con otros delincuentes del municipio también encarcelados, por otros delitos, como el mítico 'Cacheiro' y otros del mismo jaez. Ni tampoco había visitas a los familiares de las víctimas causadas por los etarras en prisión.
Los hijos de Rafael y Dolores se marcharon del pueblo. Nadie más allá de su círculo social más próximo lloró con ellos o comprendió su dolor. Se fueron como lo tuvimos que hacer algunos vecinos de esa misma calle, que nos fuimos con cierta urgencia porque ETA apareció en nuestras vidas con sus inspectores fiscales, sus chivatos o sus pistoleros, que ya nos habían agregado en su lista de candidatos al tiro en la nuca en el portal de casa. La historia final de Rafael y Dolores se repite en Santurce como otras historias de ETA: las víctimas se tienen que ir del pueblo, desaparecen del mapa, mientras que los victimarios son recibidos como héroes y se pasean por las calles con la cabeza bien alta, riéndose de la justicia y dando clases de moral y democracia.
Ahora parece que estamos en eso de 'paz y reconciliación', donde las víctimas tienen que renunciar a la justicia y la memoria para ponerse a la misma altura que sus verdugos. Llegados a este punto creo que conviene que la sociedad vasca no vuelva a ser una sociedad cobarde y amnésica, en la que ganen de nuevo la mentira y la impunidad, porque así nunca tendremos una convivencia plenamente democrática.
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